José M. Tojeira
Los Acuerdos de Paz no sólo generaron el fin de la guerra y el surgimiento de nuevas instituciones, sino también un espíritu de acercamiento entre personas. Todavía llama positivamente la atención el contemplar juntos, con un sincero afecto entre ellos, a quienes firmaron los acuerdos. Pueden pensar de un modo muy diverso, pero se sientan juntos para apoyar la paz en Colombia y disfrutan honestamente de la amistad crecida durante aquellos tiempos recios en los que se negociaba la paz. Sin embargo, una buena parte de ese espíritu positivo se va perdiendo y va dejando de incidir en la construcción del futuro. La polarización política mantiene al país en un clima de crispación que ennegrece el futuro. La violencia parece no tener fin. El poder del dinero y bastantes de los empresarios que lo manejan continúan en posiciones excesivamente cerradas y en muchos aspectos bloqueando el desarrollo social equitativo. La necedad persistente de no aceptar una subida decente del salario mínimo deja ver el peso negativo de un poder gravoso para las mayorías del país.
Por todo ello es urgente reflexionar sobre qué podemos tomar de los Acuerdos de Paz que nos relance hacia el futuro. Y lo primero que podemos decir es que en el fraguarse de los Acuerdos hubo imaginación. Ellacuría, Monseñor Rivera, cuando el año 1981 decían que la paz era posible a través del diálogo y la negociación estaban poniendo imaginación creativa en un contexto en el que las partes en conflicto sólo pensaban en la victoria militar. Pensar con convicción y con voluntad práctica y dialogante en que es posible otro El Salvador, distinto al actual, es un primer paso imprescindible. No tendremos futuro mientras no pensemos en un El Salvador con un sistema único y decente de salud pública, con una población que alcance por lo menos el nivel de bachillerato en su desarrollo educativo, con un territorio protegido del calentamiento global y de otros desastres posibles, habitando en una vivienda digna, dotada de agua y de servicios adecuados. Y no sólo pensar e imaginar, sino pasar del pensamiento al diálogo, a la planificación y la construcción colectiva y técnica del futuro. Porque de momento temas como los que hemos mencionado están en parálisis. Si los Acuerdos de Paz tuvieron en su génesis la imaginación de gente buena y potente, ¿qué pasa con la construcción de un nuevo El Salvador? ¿No hay imaginación? ¿No hay liderazgo?
En segundo lugar en los Acuerdos hubo la convicción de que por diferentes que fueran las posturas ideológicas la posibilidad del diálogo estaba abierta. Fue necesaria una mediación porque, inicialmente sobre todo, la enemistad pesaba demasiado en muchos de los que componían la mesa de diálogo. Pero después fue la voluntad de diálogo la que tomó la delantera sobre la fuerza de la inteligente mediación de las Naciones Unidas. Hoy se sigue conversando, nos miramos con mucha menos agresividad que en el pasado, pero estamos tan encerrados en las conveniencias del presente y del momento, que nuestros diálogos se convierten en el mejor de los casos en monólogos amistosos que no dan paso a una acción concertada. Los herederos políticos del diálogo de paz se miran hoy como fuerzas absortas y encerradas en sí mismas con demasiada fluidez en el discurso y con muy escasa voluntad de llegar a acuerdos. Tal vez nos falta a muchos imaginación para proponer temas de diálogo eficaces que superen el individualismo reinante y la atroz búsqueda de ventajas de grupo que no tienen en cuenta a las mayorías. Tal vez por eso es más fácil que izquierda y derecha se pongan de acuerdo para tener espléndidos seguros privados de salud pagados con fondos públicos, en vez de debatir con seriedad el tema de la deficiente salud pública.
En tercer lugar es indispensable, una vez más, escuchar el clamor de las víctimas. Nuestra sociedad, según uno de los últimos estudios del PNUD, está organizada en favor de aproximadamente el veinte por ciento de la población, cuando no de ese 0.5% que concentra la riqueza del país. El resto, un 45% vive en situación vulnerable, preocupada por el día a día de la existencia y por el riesgo de sufrir carencias o perder comodidad. Y el 35% está sumida en la pobreza. La migración, la violencia, los fracasos personales en el campo de la alimentación, de la salud, de la educación tienen sus causas últimas en ese modo de estar organizados económica y socialmente. Un modo que en la práctica no se quiere discutir. Ni siquiera tocar. Una manera de estar “de facto” organizados que produce unas víctimas cuyas voces no escuchamos. Contestamos a la violencia con violencia, como hacíamos al inicio de una guerra que sólo sirvió para darnos cuenta de que la guerra no es camino de solución. Y así como la voz de las víctimas fue la que movió a muchos a clamar en favor de la paz, e incluso a dar la vida, así también tenemos ahora que comenzar a escuchar la voz de las víctimas de hoy. Escuchar y comenzar a dialogar, planificar y actuar de tal manera que nuestra sociedad deje de ser una máquina de producir víctimas. La gente escapa del país, se desplaza dentro de nuestro territorio, huyendo del sufrimiento. Oír sus voces, responder a ellas, es tan indispensable hoy para construir una paz digna de los Acuerdos de hace 25 años, como lo fue entonces, aunque después no hayamos sabido sacar las consecuencias adecuadas. No fallaron los Acuerdos, más allá de que no todo se cumpliera. Hemos fallado nosotros al no aprovechar ese espíritu de los Acuerdos que tiene en la base la imaginación, la creatividad, el diálogo y la voz de las víctimas del presente y del pasado.