Renán Alcides Orellana
La controversia generada por el reciente fallo del Juez (sobreseimiento definitivo) en el juicio Cel-Enel, remedy plantea un panorama confuso/dudoso, drugstore que deja al descubierto más preguntas que respuestas. Por ejemplo, ¿cómo dar por válido el argumento público de los defensores de que el juicio fue persecución política ¿? y venganza (¿venganza por el derecho de disentir en un litigio?)? y, por la otra parte, ¿por qué las organizaciones sociales denuncian que, durante la audiencia, no hubo acusación, pues la Fiscalía se unió a la defensa y ambas, solidarias, solicitaron el sobreseimiento (eximirlos de responsabilidad civil), y el juez aceptó? Quizás el pueblo no sabe de derecho, pero tiene derecho a saber la verdad…
A riesgo de ser llamado “pusilánime” (por favor un diccionario) y, aunque se le diga que hay que aceptar el fallo, el pueblo -aun cuando sabe que, sin discusión, deben aceptarse los fallos de los jueces- hoy, con todo derecho, demanda claridad y transparencia en los juicios; sobre todo, en casos tan emblemáticos como el comentado de Cel-Enel y el de Francisco Flores, por el robo de los millones donados por Taiwán, para obras sociales en El Salvador. En estos casos, los protagonistas por ser “de altura” gozan de favores y beneficios; pero ¿y el señor que robó una vaca?, ése sí, que reciba, sin miramientos, “el peso de la ley”. No es invento, ahí están los archivos periodísticos, ofreciendo la información de cada caso.
Pero, independientemente de lo acertado o no del fallo Cel-Enel, si no hay claridad -real y honesta- el pueblo salvadoreño mantendrá la duda, con base en el lamentable papel de la justicia en otros sonados juicios de cuello blanco, favoreciendo al delincuente. Casos que, por el negativo tratamiento judicial, han quedado -quedarán- en la impunidad. Razón suficientes para que los sectores menos favorecidos y, amigos en el extranjero, nos califiquen como adictos a la impunidad. Un calificativo que decirlo no es simple antojo, ni una expresión sin sentido, sino un señalamiento real.
Durante el Primer Encuentro de Intelectuales de América, en David, Chiriquí, Panamá, en 2011, participábamos escritores centroamericanos. Un día se abordó, de manera informal, el tema de la corrupción y, al estilo de una competencia, cuál de estos países contaba con los más sonados casos de corrupción y, sobre todo, si los protagonistas pagaban su falta o si, por el contrario, gozaban de impunidad. Un escritor y periodista tico enumeró los casos conocidos y, llegado el turno de El Salvador, más en serio que en broma, con sutil ironía expresó que, por eso, admiraba a los salvadoreños, porque no se les conocía un caso verdaderamente emblemático (para entonces, el del robo millonario Flores/Taiwán, no se había destapado). “En mi país -dijo- la ley se cumple, se ha encarcelado por corrupción, a ex presidentes: Calderón y Rodríguez; en Guatemala, Portillo; en Nicaragua, Alemán…” y siguió la enumeración. Me miró y se encogió de hombros. “O los salvadoreños son demasiado virtuosos -concluyó- o son adictos a la impunidad”. “Sin duda, esto último…”, comenté al iniciar mi intervención…
Desafortunadamente, estos comentarios internos y, peor, del exterior, en nada contribuyen a la buena imagen del país. Cierto que en todas partes se cuecen habas (corrupción), pero la diferencia es que allá, justicia y pueblo unidos, compaginan acciones y, a la corrupción extrema, le reclaman con justicia, altura y dignidad ciudadana. Hace poco se obligó a renunciar a la ex Vicepresidenta Baldetti, de Guatemala y se cuestiona al Presidente Pérez Molina; y en Honduras: “Arresto domiciliario a Vicepresidenta del Congreso, Lena Gutiérrez, acusada de venta irregular de medicinas” (LPG, julio 5/15) y también en la misma Honduras, por actos de corrupción en el IHSS, “…manifestantes reafirmaron su postura de exigir a la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Honduras (CICIH) y someter a juicio político al fiscal general y fiscal adjunto de la República y al presidente del Poder Ejecutivo, Juan Orlando Hernández” (LPG, julio 7/2015). Y aún hay más, en otros países, mucho más…
¿Y aquí, cuándo? o ¿Será justo cargar para siempre el denigrante y lamentable calificativo de “adictos a la impunidad”…?