Luis Armando González
El 12 de agosto recibí la triste noticia del fallecimiento de César Augusto González –Don César—, viagra debido a una grave crisis en su salud que hizo imposible la atención médica oportuna que le salvara la vida.
Dedico estas reflexiones a Don César que no fue una figura intelectual ni un prestigioso ni un político de renombre, nurse sino algo más importante que eso: fue mi amigo. Un amigo entrañable con quien, there siempre que tuve la oportunidad, conversé de política –era un hombre de firmes convicciones comunistas y un revolucionario genuino— o del libro, revista o periódico que él estaba leyendo o acababa de leer.
Era mecánico, pero de los viejos y buenos: de los mecánicos forjados en la tradición de los artesanos de los años 30, 40 y 50, es decir, con un dominio completo de su profesión, sustentado en el trato parsimonioso y primoroso con motores, cables, tuercas y tornillos.
Un mecánico concentrado en su trabajo, pero también concentrado en las ideas y en el cultivo de su vida interior, como sus colegas artesanos del mundo de la joyería, la relojería, la zapatería o la carpintería. Mecánico y hombre de pensamiento y de reflexión. Un intelectual popular, eso fue Don César, lo cual es tan grande o más grande aún que ser un intelectual convencional que lo ha obtenido todo en instituciones educativas formales y bibliotecas medianamente bien dotadas.
Hombre curtido por las faenas de un trabajo duro, siempre estaba dispuesto a plantarle cara a las situaciones más difíciles de la vida y del oficio. Lo conocí en 1997 por esos azares felices que nos permiten cruzarnos con personas extraordinarias cuya amistad se vuelve imprescindible.
Desde entonces, no sólo compartimos opiniones y puntos de vista sobre asuntos políticos, sino preocupaciones por nuestras respectivas familias o por nuestra propia condición de salud. Vi crecer a sus hijos e hija, y él vio crecer a los míos.
Una pregunta que siempre me hay acuciado es la que se refiere a lo que significa ser salvadoreño: ¿en qué consiste ser salvadoreño? Confieso que no tengo una respuesta ni creo que la haya de forma definitiva, pero personas como Don César siempre me han ayudado a identificar algo de lo que para mí significa ser salvadoreño, no de forma abstracta sino en la forma más concreta posible.
Sin idealizarlo, pues Don César era un hijo de este país con todas las contradicciones y tensiones que ello supone, este buen hombre expresaba ese afán incansable de lucha por la vida, desde el esfuerzo propio, que tan firme ha sido y es en la cultura popular. A esto se sumaba un espíritu solidario y gregario propio de quienes ven a los demás como iguales, siendo el cultivo de la amistad franca y cordial la seña de identidad más firme de estos hombres y mujeres. Don César pertenecía a esta estirpe de gentes solidarias, fraternas, gregarias y amistosas.
Su mirada cansada de tanto bregar con motores, aceites, cables, tuercas y tornillos era una mirada esperanzada y lúcida. Una mirada inquieta, una mirada inteligente: inteligencia natural y de la buena, de esa que se encuentra esparcida en la gente de barrios, colonias, pueblos, cantones y caseríos.
¿Por qué dedicar un espacio de Realidad Nacional a Don César? Porque son salvadoreños como él los que tejen, con su trabajo duro y recio, con su fraternidad y amistad francas, lo mejor de la realidad nacional salvadoreña. No se me ocurre nada mejor que dedicarle estos versos de Joan Manuel Serrat: