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Héctor Samour (1952-2022) Fuente de la imagen: https://elfaro.net/es/201912/columnas/23847/Ideolog%C3%ADas-y-el-aprendizaje-de-la-realidad.htm

Adiós a Héctor Samour

Luis Armando González

Este día recibí la noticia, ciertamente triste, de la muerte de Héctor “Teto” Samour. Después una relación estrecha con Teto, primero como alumno y luego como amigo, nuestro vínculo se rompió no sin asperezas. Cuando pienso en la raíz de nuestras diferencias caigo en la cuenta de que se trató de algo irrelevante, pero que, dada la propensión demasiado humana a inflar las cosas cuando se tiñen emocionalmente, aquello se convirtió en algo que nos desbordó a ambos.

Además, creo que no supe asumir con la madurez debida mi condición alumno (quizás sea mejor decir discípulo) que se encaminaba a emanciparse de su tutela intelectual; y creo que Teto tampoco pudo reconocer mi necesidad de distanciarme de su influencia para, a lo mejor, valorarla mejor. O sea, nos afectó el clásico conflicto discípulo-maestro que, por los talantes de cada uno, no supimos o no quisimos abordar y superar.

Lo anterior viene a mi memoria ahora que Teto ha partido hacia la “Otra orilla”, de la cual –como dijo Octavio Paz— no hay regreso. Mi recuerdo de Teto, en mis años de formación universitaria básica –es decir, fundamental— es un recuerdo agradecido. Además de su enorme talento como profesor –con una didáctica creativa, no surgida de manuales o recetas—, sus conocimientos sólidos en filosofía clásica alemana y marxismo le permitieron dejar huellas imborrables en las estructuras cerebrales y mentales de quienes éramos sus alumnos.

Mi cabeza fue impactada por los planteamientos de este extraordinario profesor de filosofía. Porque eso fue Teto Samour: un profesor de filosofía en el sentido más pleno y rico de la expresión. Un profesor capaz de conducir a otros a pensar por su cuenta. Esa es la tarea más difícil para un educador, y Teto la sorteó con solvencia.

Enérgico, potente, lógico, seguro de sí mismo, con dominio de lo que enseñaba y creativo en su didáctica: ese es el retrato que yo conservo de Teto. No soy el único que lo piensa: he conversado con colegas que también fueron sus alumnos –y con algunos de los cuales también tuvo discrepancias en diferentes momentos—y coinciden conmigo. Teto fue un profesor universitario fuera de serie. Tuvo otras facetas, pero en ninguna mostró la excelencia de la que hizo gala como educador.

Siendo estudiante, no me fue difícil establecer una relación empática con él. Eso sí, tuve que emplear a fondo mi cerebro para seguirlo en sus argumentos cada vez que asistía a sus clases o cuando le preparaba una tarea escrita. Recibí sus estímulos críticos una y otra vez. Eso facilitó el tránsito hacia la amistad; una amistad que Teto me brindo sin mayores reparos.

Conservo un libro (Filosofía de la Praxis) que me trajo de México allá por 1985 como un bonito recuerdo de esos buenos tiempos. En alguna ocasión, me platicó de cómo fue que terminó estudiando filosofía, siendo profesor de matemáticas; de una reunión con Roque Dalton en la UCA, cuando lo querían reclutar para ser miembro del ERP; y también de cómo enseñaba filosofía el P. Ignacio Ellacuría en los años setenta. Yo lo escuchaba con el interés propio de quien tiene ante sí a un modelo a seguir. Porque eso era Teto: un modelo para quienes, como yo, queríamos enseñar filosofía a otros.

Lo que quiero decir con todo esto es que Teto Samour me ayudó a formarme en la filosofía y lo hizo con dedicación, pasión, rigor y compromiso. Y me dio su amistad en una parte de mi trayectoria vital. Eso me hace estar agradecido con él. Estas líneas son mi homenaje personal a Teto. Que descanse en Paz.

San Salvador, 10 de febrero de 2022

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