Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y coordinador
Suplemento Tres mil
Poco a poco nos quedamos sin zonas verdes. Vemos como las aceras que antes albergaban algunas plantas son enormes espacios de concreto. No es como antes que uno podía caminar un par de cuadros y encontrarse con parques con su pasto y plantas. Ahora no, para caminar en un bosque debo viajar primero en carro. Terrible contrariedad. ¿Cómo es posible que no hayan bosques cerca, que casi no existan espacios con vegetación en las ciudades salvadoreñas.
San Salvador apenas tiene unos contados parques donde puede uno pasar las horas rodeados de los árboles, el cielo y la tierra. En el centro de San Salvador sólo existe el parque Cuscatlán, el resto son plazas donde el cemento manda y aunque las palomas le den sombra, los árboles van escaseando.
Recuerdo esos días en que no era tan complicado llegar a la vegetación y sentir el olor de la hierba, sentir la brisa y ver como se movían como una marea las sombras de las hojas en el suelo. Viví un tiempo en la colonia Zacamil, en un tiempo cuando existían muchos predios baldíos y las calles de tierra eran normales. Me daba enormes paseos descubriendo los matasanos, la amplitud y la libertad que existe en medio de la naturaleza. Y sólo dar unas vueltas entre los pinares que habían atrás del óctuple O-31 era fantástico. Como la tierra estaba en todas partes, solo necesitaba una paleta de madera para elaborar carreteras y hacer pistas para mis carritos, o hacer un agujero y jugar con las chibolas. Pero lo que más le gustaba a mis amigos era arrojarle piedras a las frondosas ramas de los árboles de mango y recoger hojas de jocote que medio enjuagábamos en agua para comerlas con la misma agua y sal. Ahí conocimos los riesgos de no lavar adecuadamente la comida. Y todo sucedía entre la vegetación para que al atardecer volviéramos a las casas.
La cultura celta y algunas orientales consideran que abrazar árboles es algo muy saludable porque la energía de estos se trasmiten a la persona. De cualquier forma es comprobable que la naturaleza nos brinda tranquilidad y un paseo por una zona verde es suficiente para que nos sintamos en paz.
Mientras recorro el parque Maquilishuat veo que la grama y el tronco de los árboles se convierten en el lugar ideal para pasar las horas y al recostarme volar viendo el cielo, escaparme entre esas nubes sintiendo que el follaje de los árboles son suficientes para escapar de la cotidianidad de la urbe donde somos esclavos de las preocupaciones, del dinero, de las ambiciones y estamos completamente perdidos de lo que de verdad es importante.
Luego al ponerme de pie y caminar por sus veredas para que las horas no existan, para que sólo se de la maravillosa unidad del ser humano y la naturaleza, tal y como fue en el principio y que poco a poco la modernidad va negando.
¿Cuándo volveremos a la naturaleza? ¿Cuándo no daremos cuenta de que es más importante tener un árbol frutal que una plancha de cemento? Quizá cuando sea demasiado tarde, así como dejamos que nuestro aire y nuestra agua se ensuciará, y de la misma forma que perdimos los valores morales.
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