Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Agosto fue un mes luctuoso para la música y la cultura popular latinoamericana. Dos grandes nos dijeron adiós con un par de días de diferencia.
El 23 moría Eva María Muñoz Ruiz, la inmortal y simpatiquísima “Chachita”, la eterna niña y adolescente del cine mexicano de todos los tiempos. Y el 28, el continente lloró la partida física del inigualable “Divo de Juárez”, Juan Gabriel, cuyo nombre de pila era Alberto Aguilera Valadez.
Sin duda, el fulminante infarto que terminó con la vida agitadísima de Juan Gabriel, acaparó toda la atención de los medios, restando espacio a “Chachita”.
Para los que crecimos con la televisión en blanco y negro, a finales de los sesenta e inicios de los setenta, las tardes de los sábados eran el obligado teatro de las películas interminables de Pedro Infante y de otras estrellas de la época de oro; y en ellas, no faltó nunca “Chachita”. Así, su incomparable actuación en la clásica trilogía de “Nosotros los pobres” (1948), “Ustedes los ricos” (1948) y “Pepe el Toro” (1952), con aquellas lágrimas, gritos y voces suplicantes que ocupaban toda la pantalla. Escenas truculentas, melodramáticas, donde se veían envueltos una caterva de personajes salidos de las calles, callejones y vecindades de aquel México lindo y querido.
Muchas cintas más, rodó “Chachita”, hasta que los niños de los setenta, la disfrutamos en los papeles de la “Hermana Carmela” y “Tía Bladimira”, formando parte del elenco de la telenovela “Mundo de Juguete” (1974-1977), junto a Graciela Mauri ( “Cristina”), Ricardo Blume (“Mariano Salinas”), Irma Lozano (“Hermana Rosario”), Gloria Marín (“Madre Superiora”) y Sara García (“Nana Tomasina”).
“Chachita” se ha quedado inmortalizada en mi memoria -como repito- en aquellos lejanos mediodías, cuando frente al televisor, pasaban rápidas las horas, en ese emotivo mundo que tanto nos cautivaba.
Juan Gabriel, singularísimo cantante y talentoso compositor, ha dejado tras de sí una abundante producción musical, cuyo capital mérito –como suele suceder con los grandes ídolos- radica en haber recogido del alma colectiva, las altas y bajas pasiones, sin medias tintas; nítidas, exactas en sus extremos. Ahí, donde la intensa emotividad, entendida como sobrenatural amor, oscila rápidamente hacia el sufrimiento, la traición y la tragedia.
Es el discurso del melodrama, afincado hasta el tuétano en las prácticas culturales, cotidianas, de las grandes mayorías poblacionales. Para ellas, Juan Gabriel, es, y será siempre, un símbolo. Amén de su inmensa veneración por parte de la diversidad sexual.
Por eso letras aparentemente baladís, calan tan hondo: “Tú estás siempre en mi mente. / Pienso en ti amor cada instante. /Como quieres tú. / Que te olvide si estás tú. /Siempre tú, tu siempre en mi mente” (“Siempre en mi mente”). O la animosa melodía y letra del “Noa Noa”, que sólo me trae a la memoria esas infames -pero divertidas- cervecerías del San Salvador de 1983, en mis años colegiales: “Este es un lugar de ambiente donde todo es diferente. / Donde siempre alegremente bailarás toda la noche ahí”. Y en esa eterna noche, “Chachita” y “Juan Gabriel”, rutilantes estrellas, proseguirán brillando espectacularmente.