Luis Armando González
Hay noticias que son ingratas en grado sumo. Las peores son las que nos informan de la muerte de seres queridos, es decir, de personas con las cuales compartimos tramos importantes de nuestra vida. Enterarnos de esas pérdidas irreparables afecta nuestras emociones y nos hace caer en la cuenta de, con su partida, se llevan algo de nosotros. Esto es lo que he sentido esta mañana enterarme de la muerte de Luis Romano.
No recuerdo la fecha exacta en la que conversé con Luis la última vez. Sí recuerdo el lugar: yo salía de una entrevista en ARPAS y él estaba en la entrada de las oficinas de la Fundación Humboldt –en donde trabajaba en ese entonces- y nos quedamos hablando un rato. Como siempre que nos veíamos, nos pusimos al tanto de cómo nos iba y en qué estábamos. Por supuesto que no faltaron las bromas de rigor sobre los sinsentidos del mundo, pues Luis tenía un sentido de humor que afloraba con naturalidad ante todo lo serio y aburrido.
Lo conocí en la UCA, cuando se integró al equipo de trabajo del Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI), a mediados o finales de los años ochenta. Posteriormente, a partir de 1994, me tocó dirigir el CIDAI y Luis estaba ahí, siempre estuvo para apoyarme en las tareas que tenía que cumplir al frente de esa dependencia universitaria. En esa etapa que era nueva para mí, mi amistad con Luis se fortaleció. Su capacidad de trabajo, inteligencia y creatividad fueron decisivas para que yo pudiera cumplir con mis obligaciones y para que el equipo de trabajo del CIDAI funcionara de la mejor manera.
Extraordinario ser humano, como profesional de la economía se movió con facilidad hacia el análisis político y luego hacia los estudios ambientales. Su capacidad de escritura era notable, lo mismo que su destreza en el amarre de problemas y temas complejos, no necesariamente ligados a la ciencia económica.
Una persona con talentos excepcionales, ese fue Luis Romano. Amigo y excompañero de trabajo, con quien compartí esperanzas, propósitos y sinsabores en unos tiempos complejos –unos años noventa de cambios en el país y en la UCA—, en los que ambos nos hicimos un poco más adultos. No podré despedirme de él en esta ocasión; no podré decirle “hasta pronto Mike”, pero como un pequeño homenaje a su memoria me vine a caminar al parque San Martín y a recordar muchos de los buenos momentos que compartimos en el CIDAI. Su partida definitiva hacia la Otra Orilla me llena de tristeza. Que descanse en paz mi querido amigo.
Santa Tecla, 1 de febrero de 2021