Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Desde el año pasado y en las primeras semanas de éste, estuve visitando constantemente uno de los cafés, pertenecientes a la época de oro del centro de San Salvador.
Surgido a inicios de los años sesenta, Café Bella Nápoles, fue un noble competidor y heredero de esos magníficos restoranes y cafés con los que contó la ciudad. Bastan algunos nombres: “El Bengoa”, “El Doreña” (la cafetería por excelencia de los poetas de los años 50), “La Corona”, “La Americana”, “El Izalco”, “El Skandia” (ubicado en el primer piso del otrora Hotel San Salvador).
El centro de la ciudad siempre fue (y pese a todo aún lo es) abundoso en panaderías y cafeterías, que en medio de las más duras pruebas, subsisten. Naturalmente ahora en situaciones más modestas, sin los brillos que tuvieron en el pasado, como la legendaria empresa “Pan Vill”, fundada en 1953, y que mantiene todavía sus actividades, con varias sucursales.
Por desgracia, después de dar una fuerte batalla, Café Bella Nápoles, cerró recientemente, luego de soportar las más adversas condiciones económicas, sociales y de seguridad que imperan en el corazón de nuestra capital.
Ya en el pasado, la violencia había llamado a sus puertas. En 1980, el poeta Jaime Suárez y el periodista César Navarro, fueron secuestrados en su interior, para luego aparecer salvajemente asesinados. Sin embargo, hubo tiempos hermosos, de relativa paz, cuando la ciudadanía, y los artistas, periodistas e intelectuales gozaron de una taza de café acompañada de los proverbiales tamalitos, de la repostería o del exquisito pan dulce; sin olvidar las pizzas, las “vacas negras” o los ricos espumosos.
Recuerdo perfectamente que fue allí, donde conocí, siendo un niño, a don Pancho Lara, al legendario payaso Chocolate, y a tantos otros personajes de la cultura nacional. También fue allí donde celebré, con mis compañeros y amigos de colegio, las ediciones mensuales que hacíamos de “El Cervantino”, el periódico estudiantil que animábamos. De la misma manera fue en esas mismas mesas, donde ensayé los primeros romances, y donde, en una ocasión, fui seriamente advertido por una mesera: “Dice doña Marta (la propietaria) que si no se moderan, mejor paguen su cuenta y se retiran”. Mi novia de ayer, se sintió muy ofendida, y a pesar de la buena comida (¡y de los ósculos también!) tuvimos que cancelar y salir de inmediato. Así eran esos tiempos.
Hará mucha falta “El Bella Nápoles” (como se le conocía), sobre todo, en el futuro que lo aguardaba impaciente.
El poeta Mauricio Vallejo Márquez ha escrito y publicado la mejor de las crónicas sobre este desaparecido café, titulada: “Los habitantes eternos del Bellas Nápoles”, donde hace una magnífica descripción del ambiente, de la época, evocando a sus desaparecidos visitantes.
No hay duda, esos fantasmas, son los más desamparados ahora. Tendrán que buscar, como nosotros, otro lugar, para seguir soñando, en medio del polvo, la delincuencia y la vocinglería del comercio informal, que hoy por hoy, campean por la ciudad.
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