Rafael Lara-Martínez
Tecnológico de Nuevo México
Desde Comala siempre…
Pez de nacimiento y vocación, intuyo la esencia del agua. A diario palpo su textura rugosa. Inhalo su sabor afelpado y paladeo su perfume. Jamás me convencen los argumentos que la califican de “incolora, inodora e insípida”. En esta poza tibia, a la sombra risueña de los madrecacaos, el agua siempre permanece turbia. Pervivo entre la hojarasca que me acolchona en abono y el lodo que la adorna. De ahí provienen los olores profundos como el gusto acaramelado del barro y la lama que en esponja me reviste. Mientras las ilamas desenredan las hebras del moho en las rocas, los ajalines se las roban para tejer zurcidos en la arena. Así capturan canegües que embollan en matatas, sin notar la confusión. Las tilapias entonan cantos al agua pura. Yo, renacuajo anfibio, me regocijo del musgo que me alimenta y mantiene mi aplomo. Jamás reclamaré la contaminación del agua, pues de ahí provengo.