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agua y eternidad

Mauricio Vallejo Márquez

Escritor y Editor

suplemento Tres mil

 

Cuando era adolescente me sentí profundamente atraído por el romanticismo, pensaba que el romance era su tema central (leit motiv) y que todo lo escrito de dicha escuela tenía que ver con enamoramiento. Lo cual provocó una búsqueda de los autores que elaboraban piezas de esta escuela, en la que poco a poco me fui sumergiendo hasta percatarme que el romanticismo procuraba revolucionar los temas y mostrar la realidad, el desamor, la pasión, la vida. Entonces me vi identificado con los poetas ingleses, sobre todo con William Wordsworth (1770-1850), quien tenía un profundo amor por la naturaleza y era poseedor de ideales revolucionarios gracias a un viaje que hizo en 1790 a Francia (los cuales mantuvo toda su vida).

Wordsworth, al igual que su compañero Samuel Taylor Coleridge (1772-1834) eran conocidos como los poetas lakistas, porque en su obra estaba presente paisajes de lagos o elementos que tenían alguna relación con estos, como podemos ver en el siguiente fragmento:

“Agua, puro elemento, dondequiera abandonas

tu mansión subterránea, hierbas verdes y flores

de brillante color y plantas con sus bayas,

surgiendo hacia la vida, adornan tu cortejo…” 

Y ese escenario de agua me encantaba y me hacía soñar, lograba ver lo maravilloso de los pequeños detalles de la cotidianidad. Sin embargo, toda la naturaleza tenía presencia en aquellos versos. Sentía esa tranquilidad en sus escritos como si fuera palpando con delicadeza la superficie de las aguas, tanto que por esa razón cuando viajaba a recoger historias al Oriente de El Salvador buscaba esos espacios: las lagunas de Olomega, de Alegría, de San Juan, de Aramuaca y El Jocotal. Aprovechaba esos instantes para sentarme a observar lo que acontecía y procuraba sentir esa sensación al hendir mis dedos sobre esos delicados lomos de agua, pero nuestros depósitos naturales de agua tienen otra esencia y otro lenguaje. Aunque estaba hermanado con los poetas lakistas, sentía que tenemos lo propio y obviamente otra forma de ver la vida arropados del calor del trópico.

También me conectó por un tema que siempre me ha inquietado: lo que trascurre tras la muerte. El tema de la eternidad ha sido estudiado por las diferentes religiones y nos han hecho construir una incontable cantidad de teorías sobre ella. En algunos autores se encuentra presente este tema con mucha inquietud o resignación.

Wordsworth me enseñó que la inmortalidad era algo que buscamos como humano, y que llegará de la misma forma que todo lo acontencido se disipa sin remedio en el tiempo:

“Aunque el resplandor que

en otro tiempo fue tan brillante 

hoy esté por siempre oculto a mis miradas”.

Y justo así comencé a ver la vida, como un abrir y cerrar de ojos frente a la calma de una marisma dejando que todo fluya. El tiempo se difuminara como siempre lo ha hecho y lo seguirá haciendo por la eternidad. Al igual que el agua recorriendo una pared para luego extinguir su huella, para en un futuro volverla a recorrer.

Wordsworth escribió odas y sonetos, pero con el pasar de sus años sus poemas fueron cediendo a su madurez hasta que se convirtió en un autor retórico y moralista. En 1842 recibió una pensión de parte del Estado que le permitió vivir con relativa tranquilidad los últimos ocho años de su vida.

Los poetas románticos lakistas aún emergen de las aguas cuando comienzo a leer sus composiciones y me siguen demostrando que la eternidad es como el agua, que se abre paso y sigue inquietándonos mientras nos provee la vida.

Ver también

Amaneceres de temblores y colores. Fotografía de Rob Escobar. Portada Suplemento Cultural Tres Mil. Sábado,16 noviembre 2024