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Ahí viene el Torito Pinto

AHÍ VIENE EL TORITO PINTO

Por: Marlon Chicas, El Tecleño Memorioso

Es de vital importancia, que los habitantes de un país conozcan sus costumbres, tradiciones y manifestaciones autóctonas, como parte de las raíces ancestrales, heredadas de generación en generación, a través de nuestros pueblos originarios, promoviendo su rescate, protección y proyección del identitario nacional. La crónica de hoy, nos llevará a rememorar una de muchas danzas folclóricas que se pierden en el tiempo.

Tradiciones que de niños o adolescentes disfrutamos para el caso en mención, en los barrios tecleños, con sus aceras de laja que, en más de una ocasión, conocimos cara a cara al dar un resbalón, llevándonos de recuerdo una cicatriz imborrable o la perdida de un diente, meses de mayo y agosto al son de tambores, pitos y ocarinas, indicando la presencia de danzantes, que con astucia esquivaban a un aguerrido bovino.

Modestos vestuarios, máscaras talladas en madera, cubiertas de un velo en la cabeza, que imposibilitaba distinguir el género de quien lo portaba, bailadores con estocada a sudor y níspero (aguardiente), soportando el intenso calor y extenuantes jornadas. Cómo olvidar alTorito Pinto del Cantón El Progreso, parte norte del Boquerón de Santa Tecla, conformado por habitantes de los caseríos El Centro, El Pacayal, Cimborro, La Cascajera, Ojo de Agua, San Isidro y más de algún residente de San Juan Los Planes, municipio de Quezaltepeque.

Visitando Santa Tecla y sus cinco barrios en el mes de mayo, recaudando fondos para las fiestas a Nuestra Santísima Virgen María, cuyo encargado era el de mayor edad, portando una flor en un vaso con agua, solicitando la ofrenda que Dios pusiera en el corazón del parroquiano, dicha colaboración oscilaba entre cincuenta centavos a un añorado colon, por lo que algunos vecinos ofrendaban más de la cuenta, apantallando con ello a propios y extraños, en comparación con nuestros humildes ingresos.

La ofrenda era recompensada con una danza de tres minutos, en el cual él Diablo buscaba a quien llevarse, la Siguanaba seducir a los incautos, el Borracho convidar a una copa, la Viuda acechando a su galán, el Catrín en busca de bellas damas, sin olvidar al fiero Torito Pinto arremetiendo contra todos ellos, quienes le evadían sagazmente entre danzas y burlas. Lo cual era el deleite de chicos y grandes, provocando en la cipotada sendas carrereadas o sujetarnos a las faldas de nuestras madres o abuelas por el temor de ser llevados por el cachudo.

En el marco de las fiestas agostinas, no eran extrañas sus visitas a la ciudad, en la que se admiraba la ejecución de melodías acompañando al toro pinto, quien acostumbraba ahuyentar a los espectadores con sus corneadas, por su parte el circunstante como diestro torero en una plaza madrileña, sorteaba con bravura al bóvido, entre tanto los más pequeños surcábamos el cielo, disfrutando las notas del pito y tambor, evocando a nuestros ancestros, exaltando las bondades de la Pacha Mama (Madre Tierra), y su armonía con el Creador del universo.

Lastimosamente nuestras tradiciones y costumbres se pierden día con día en la historia salvadoreña, de vez en cuando se les ve en fiestas patronales, distando mucho de lo vivido en nuestra niñez, trayendo a la memoria recuerdos y nostalgia de esta bendita tradición que difícilmente volverá. Que esta crónica, motive a las autoridades competentes al rescate de tan bella tradición como muchas, con la esperanza de escuchar en la niñez de hoy, el grito emocionado a todo pulmón ¡Mamá, Mamá ahí viene el Torito Pinto!

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