Por: Iván Escobar
Colaborador
“Creo que es la primera vez que van a estar en una ceremonia indígena en este lugar, conmemorando en esta ocasión 93 años de la masacre de los pueblos indígenas en esta zona. Esta zona fue afectada por las hordas asesinas de un gobierno que mató a miles personas… un gobierno en ese entonces que quería el exterminio de los pueblos indígenas”, expresó el Tata Raúl Cortez Vásquez, al iniciar la ceremonia conmemorativa a las víctimas de la masacre de 1932, en el cantón La Coyotera, departamento de Ahuachapán.
La conmemoración se da en el marco del 93 aniversario de la mayor masacre indígena de los últimos tiempos, y que a la fecha en El Salvador mantiene abierta una herida histórica que no logra sanar.
Las poblaciones originarias a partir de esta fecha estuvieron a punto de desaparecer, ante la represión y persecución del gobierno del entonces dictador el General Maximiliano Hernández Martínez, la represión y persecución ha persistido en los años posteriores por parte de los gobiernos que no se preocupan por sacar de la pobreza ni la exclusión a las poblaciones originarias de la nación centroamericana.
La Coyotera es un cantón ubicado a pocos minutos del centro urbano de Ahuachapán, y el lugar escogido por el tata Raúl, como parte de su labor de rescate de la memoria y sobre todo reivindicación de la lucha de nuestras poblaciones originarias.
“La nueva interpretación de la existencia, que recorre cada una de las células de nuestro ser, debe irradiarse a través de nuestro campo áurico y conmover la biosfera de la tierra. Lo ideal sería que transmitieran esta nueva frecuencia toda la existencia”, expresó el guía espiritual, como parte del mensaje que deja la ceremonia, y en la cual además se reencuentra con aquellos que un día sufrieron la persecución y la muerte.
“Ustedes tal vez conocen un pozo por acá, que está ubicado en Achapuco, en ese pozo hay miles de miles de sus descendientes. Lo que es la zona de todos estos cantones: El Roble, El Llano, fueron afectados, aquí La Coyotera. Para nosotros como indígenas todo esto es algo muy sagrado, ahí está el alma de nuestros antepasados…ellos fueron masacrados, no debemos olvidarles”, remarcó.
El tata Raúl es director de relaciones con los pueblos indígenas del programa Global: Uniendo Naciones para cambiar una vida y coordinador del área de los Pueblos Originarios RED ONG´s América Latina, espacio desde el cual promueve la espiritualidad, el conocimiento ancestral, y la convivencia a partir de los principios de armonía y hermandad “en el cual se desarrollaron nuestros abuelos, nosotros trabajamos en las comunidades para que esos principios florezcan”, destacó.
Con más de 25 años de trabajo en las comunidades, dice que en este 2025 muchos tienen conciencia de esa herida que causó la masacre de 1932, como la invasión en 1524, que rompió la armonía de nuestras poblaciones originarias con la llegada de europeos, con el objetivo de someter y saquear las riquezas territoriales; así como la otra gran represión, en 1833, cuando las poblaciones lideradas por el abuelo Anastasio Aquino, lucharon contra la explotación que sufrían.
Sonia Silva, representante de la comunidad en La Coyotera, agradeció el que se rescate la memoria y se reivindique a aquellas víctimas del 32´que han sido olvidadas por muchos. “Nuestro compromiso es que su memoria esté presente, y no les olvidemos”, expresó con orgullo, ante el grupo de hombres y mujeres que llegaron este martes 21 de enero, a la casa de su madre Marina Veliz, para ser parte de la ceremonia.
“Mi abuelo se salvó por una pariente”
Damas Veliz era el padre de Marina Veliz y abuelo de Sonia Silva. En aquel enero de 1932 estaba en el paredón de los hombres próximos a ser fusilados por fuerzas del ejército. De pronto, una voz femenina se dirigió al comandante de turno, y pidió que el joven Veliz, fuera perdonado.
“Es mi primo, porque lo tienen ahí”, dijo la mujer, en medio de los soldados que preparaban sus armas, el comando de pronto dijo: “sáquelo, y váyanse”. Posteriormente, escucharon las detonaciones que acabaron con la vida de aquellos que estaban en la fila de la muerte.
Este recuerdo está presente en la mente de Marina y de Sonia. “Sí, ella dijo que era su prima, por eso Dios lo salvó de ser masacrado”, señala hoy Sonia, nieta de este hombre que sobrevivió a la masacre de 1932, y que a diferencia de otros pudo contar su historia.
“Otros no tuvieron esa misma suerte, frente aquí, otro hombre fue capturado y asesinado”, recordó en el instante Marina, hija del sobreviviente y madre de Sonia, añadiendo que su padre estaba joven en aquel tiempo, “solo tenía un hijo varón, yo tengo 86 años, no había nacido, pero nos contaban siempre esa historia dolorosa”, precisó.
Ambas mujeres han vivido en La Coyotera, y son parte de esa memoria histórica que está viva, y que muchos han intentado silenciar. Hoy con orgullo elevan su voz, y hablan por sus descendientes.
Otros testimonios de Ahuachapán
“En la noche del 22 de enero. Luis Alfonso Castillo se unió a sus camaradas campesinos del SRI de la región de Llanos de María (hoy Llano de Doña María) y comenzó a dirigirse hacia el cuartel, ubicado en la parte oriental de Ahuachapán. Este grupo de varios cientos de campesinos se unión a un grupo mucho más grande y mejor armado que había tomado parte en conflictos esporádicos con la guardia en las dos semanas previas”, recopila el libro “En busca de la verdadera historia de El Salvador”, escrito por Salvador Nuñez, con apoyo del tata Raúl.
En este libro que se publicó en 2021, y que recopila mucha de la historia local de la zona de occidente, que no está presente en las investigaciones que salieron posterior a los hechos, da a conocer detalles propiamente desde las comunidades, reiteró el tata Raúl.
“En el cantón Achapuco, unas pocas millas al occidente de la ciudad, varios cientos de insurgentes se reunieron y de ahí se dirigieron hacia el centro de la ciudad”, relata el libro, donde se evidencia que había mucha resistencia de parte de las poblaciones originarias, y que estaban dispuestas a enfrentarse con las fuerzas militares, a pesar de que estas últimas contaran con ventaja armamentista.
“Luego del tercer intento fallido, a las tres y treinta de la mañana se retiraron y se unieron al otro grupo de rebeldes, quienes habían asaltado el edificio municipal y tomaban rumbo norte hacia afuera de la ciudad; pero días antes de la insurrección, el régimen había prudentemente dado de baja a todos los soldados sospechosos, y a un oficial, Vicente Hidalgo, comandante de artillería. Según un relato Hidalgo se unió al Ejército Rojo y luchó en Tacuba”, recopila la investigación de Nuñez.
Al igual que en Ahuachapán, se daban aquel 22 de enero levantamientos en Sonsonate, en poblaciones como Izalco, Nahuizalco, Juayúa; en Santa Ana, en La Libertad, y algunas zonas de la parte central, que provocó la reacción del gobierno, a través de las fuerzas militares, y reprimió desde el primer momento todo intento de insurrección.
Al final se contabilizan más de 30 mil indígenas asesinados, de forma directa entre la noche del 22 y 24 de enero de 1932, no obstante, la persecución continuó a lo largo de cantones y poblaciones a escala nacional, durante los siguientes tres meses.
En las primeras horas, el gobierno central aseveró que tenía el control y las “hordas comunistas fueron aniquiladas”, eran parte de los mensajes y titulares de los medios afines al régimen. A 93 años, las poblaciones originarias, sus descendientes siguen exigiendo justicia y romper con la impunidad latente en estos hechos.
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