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AL INTERIOR DEL TÚNEL

por Álvaro Darío Lara

 

Al poeta Luis Velásquez, con afecto

El pintor Juan Pablo Castel ha asesinado, a la persona, en su opinión, que mejor comprendió su obra, y quizá, a la única mujer que osó asomarse a las aguas turbulentas de su desquiciado corazón. Ha segado la vida de María Iribarne Hunter, y desde la prisión, nos narra los pormenores de ese sangriento episodio.

Así comienza “El túnel” (1948), la más reconocida obra del escritor argentino Ernesto Sábato (1911-2011). Una historia que recrea la neurosis obsesiva del artista Castel, presa de una terrible fijación por María, que lo arrastra por los laberintos infernales de la tortura mental y por los enconados celos.

Castel identifica en María al raro ser que ha sido capaz de reparar en un simbólico e importante detalle de uno de sus cuadros. Esto ocurre en una exposición del artista. Veamos: “Nadie se fijó en esta escena: pasaban la mirada por encima, como por algo secundario, probablemente decorativo. Con excepción de una sola persona, nadie pareció comprender que esa escena constituía algo esencial. Una muchacha desconocida estuvo mucho tiempo delante de mi cuadro sin dar importancia, en apariencia, a la gran mujer en primer plano, la mujer que miraba jugar al niño. En cambio, miró fijamente la escena de la ventana y mientras lo hacía tuve la seguridad de que estaba aislada del mundo entero: no vio ni oyó a la gente que pasaba o se detenía frente a mi tela”.

Basta este incidente para que Castel inicie un delirante acoso por María, a quien describe en un apartado del texto: “Su rostro era hermoso, pero tenía algo duro. El pelo era largo y castaño. Físicamente, no aparentaba mucho más de veintiséis años, pero existía en ella algo que sugería edad, algo típico de una persona que ha vivido mucho; no canas ni ninguno de esos indicios puramente materiales, sino algo indefinido y seguramente de orden espiritual; quizá la mirada…”. Así mismo María, de personalidad enfermiza, se ve envuelta en un peligroso juego, bajo la desesperante y ansiosa demanda emocional del artista, que no cesa por pretender interpretar de forma casi matemática, los actos, situaciones, palabras, e incluso, los posibles pensamientos de la joven.

María está casada con un hombre ciego, a quien admira y respeta, pero por quien guarda ya, un amor más de naturaleza filial. Ella se cree signada por la fatalidad, y se refugia en una personalidad misteriosa, desconcertante y contradictoria. En un diálogo con Castel, le dice: “- Pero no sé qué ganará con verme. Hago mal a todos los que se me acercan”.

La relación transcurre entre llamadas telefónicas, entrevistas y cartas; ausencias y silencios; búsquedas y violencia. Demenciales interrogatorios y fugas geográficas.  Ambos personajes encarnan comportamientos autodestructivos.

Escrita magistralmente, “El túnel”, documenta, la lógica del descenso hacia los increíbles abismos de la locura y la desolación.  Una obra, que, como toda obra de arte, alcanza esta categoría no por el tema, ni por la trama, ni por los personajes que evidencia; menos por la supuesta verdad que la asiste; la logra, por la efectiva construcción del medio que emplea, esto es el lenguaje.

En el discurso de aceptación del Premio Cervantes (1984), refiriéndose a los héroes y antihéroes de las tramas narrativas, y al enigma que los envuelve, Sábato afirma: “Los personajes protagónicos de una gran ficción son emanaciones, hipóstasis del yo más recóndito del escritor y por eso son inesperados y toman por caminos que el creador no había previsto, o cambian sus atributos según se desarrollan, atributos que van descubriéndose por los actos que ejecutan, a medida que la acción avanza. Nada más sensato que Don Quijote cuando da consejos a Sancho para gobernar la ínsula, y nada más quijotesco que Sancho cuando cree en esa ínsula”.

“El túnel” es, sin duda, antes que nada, una obra de gran factura literaria, para el disfrute estético; y una conmovedora historia, si se quiere, para la reflexión psicológica ¡Hay que leerla!

 

 

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