Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y coordinador
Suplemento Tres mil
Cuando la veo pasar recuerdo mi niñez. Ella fue mi profesora en preparatoria y primer grado. La señorita Celmira Estrada sigue mostrando esa dulzura y energía con la que la conocí. No importa cuánto pasen los años, ella sigue irradiando esa misma luz que cuando niño me hacía agradable la mañana.
Como a muchos, a mí no me gustaba levantarme temprano para ir a estudiar. Quería vivir en una eterna vacación jugando con mis muñecos, creando figuras con la plastilina, viendo televisión, y correr por las zonas polvosas y verdes de mi colonia. Tal y como hacía por las tardes sin quitarme el uniforme del colegio para dejarlo rubio de polvo cuando llegaba la noche.
Pasar al siguiente grado y dejar de ver a la Señorita Celmira no fue tan duro, porque la maestra que tuve después aunque era disciplinada también era dulce y agradable. Igual era un esfuerzo titánico levantarme hasta que me acostumbré a la rutina de estar en aquellas mesitas que se unían para formar grupos de cuatro y la ansiedad por entregar las guías crecía, además de obtener las dichosas tarjetas verdes que le daban a uno al final del año para que nos pudiéramos matricular para el grado superior.
Creí que no volvería a ver a la Señorita Celmira. Pero el destino nos brinda enormes sorpresas. De pronto la vi pasar frente a mi casa, ella iba a la tienda. Mi profesora vivía en mi colonia. Así que era común verla por las mañanas cuando todos seguíamos la misma ruta para estudiar o trabajar, y por las tardes cuando regresaban las hordas de trabajadores para buscar ocio y descanso en sus casas. Cuando iba a ingresar al Cristóbal colón ella me dio clases de matemáticas para aprobar el examen de admisión. Siempre estuvo presente.
Después los años siguieron pasando. En tanto, la Señorita Celmira seguía siendo una presencia esencial de mi colonia. Tanto que a veces mis compañeros me preguntan por ella, Raúl Hernández Murga hasta la ha venido a visitar en un par de ocasiones. Y ella con dulzura me cuenta que los ha visto, en el bus o en el supermercado. La mayoría la saludan, me imagino que con la ternura que da al ver a alguien que fue determinante en nuestra niñez.
No la veo todos los días. Nuestros horarios de vida difieren. Pero cuando la veo, es como si rebobinara los extintos cassettes y volviera a vivir esa época de pantalones cortos cuando el polvo era parte del atuendo por las tardes.