Álvaro Darío Lara
-En el 154 de su natalicio.
A David Rodríguez
Hemos visitado este fin de semana la hermosa ciudad de Alegría en el departamento de Usulután, cuna del “Apóstol de América”, el ilustre maestro, pensador, periodista y escritor don Alberto Masferrer (24 de julio de 1868- 4 de septiembre de 1932), una de las plumas más certeras y poéticas que enorgullece a la Patria.
Recorriendo sus pintorescas calles, donde la luz de la mañana es particularmente intensa, y donde cada recodo trae ese viento maravilloso de rocío, pájaros, árboles y nubes que se mezcla danzarinamente con la roja uva de los cafetales, hemos recordado la delicada descripción que don Alberto hace en “Niñerías” de su pueblo natal, al evocar la edad de oro de sus primeros días sobre la tierra mágica de Cuscatlán: “Para nosotros, el mundo está limitado por el Cerro, la Laguna y el Lempa. No se sabe a punto fijo si el Lempa es río o un mar, pero está averiguado que es una inmensa sierpe de plata, que se envuelve todas las noches en una gran sábana de nieblas. Las flores son hijas del sol, beben rocío y se casan con las mariposas. Los animales se dividen en conejos que hacen mil diabluras a los coyotes; en bueyes, mansos, humildes, que ayudan a papá en sus trabajos; en perros, que cuidan la casa y juegan con los niños, y en potros que corretean por las sabanas y los llanos. La sangre es roja, y hierve como una llama en los infatigables cuerpecitos. Y en cuanto a la digestión… hum!… en cuanto a la digestión… jocotes, mangos verdes, guayabas, miel de colmena, cañas, uvas silvestres, naranjas, zunzapotes, anonas, guanábanas, caimitos, el diablo mismo en forma de fruta, será devorado y digerido si se presenta!”.
Alegría se eleva a 1,130 metros sobre el nivel del mar, y de acuerdo al historiador Jorge Lardé y Larín en su ya legendaria “Guía Histórica de El Salvador” (Departamento Editorial del Ministerio de Cultura, El Salvador, 1958, página 62) al mencionar dicha localidad, nos dice lo siguiente: “Alegría. Población fundada a fines del siglo XVII por tribus pipiles, en pleno país ocupado por los indios lencas, con el nombre de Tecapa, vocablo que significa “laguna de piedras”, de tec, piedra, y apa, río, laguna. Titulóse villa en 1874 (10 de marzo) y ciudad en 1879 (6 de febrero). Se le cambió su nombre autóctono por el de Alegría, en homenaje al educador presbítero Miguel José Alegría, en 1891 (18 de febrero) …”
Por otra parte, refiere un biógrafo de don Alberto, Manuel Masferrer, en su libro “Biografía del escritor Alberto Masferrer” (Tipografía CANPress, San Salvador, 1958) que el “Maestro y Director de Multitudes” (como lo llamó Claudia Lars) estudió su primaria en la escuela del pueblo, para luego ser trasladado a San Salvador, por voluntad de su padre, don Enrique Masferrer, para continuar sus estudios. Sin embargo, esa infancia donde Alegría es el cromático escenario, está retratada en “Niñerías”. La infancia de las infaltables travesuras, de las carreras por las calles del pueblo junto a otros niños, de las fiestas patronales, de las estaciones tropicales, signadas por los cielos despejados de la época seca, por las lluvias de mayo, y por los vientos ya más fríos de los últimos y primeros meses del año.
Hay un Masferrer vitalísimo que se descubre, que se advierte en Alegría. La Alegría silenciosa de su céntrico parque. El pueblo acariciado por el frío nocturno desde las gradas de la Iglesia de San Pedro Apóstol, donde el cielo, alto océano misterioso, ostenta una luna sonriente, que no cesa de observarnos desde sus profundos ojos de cráter. De igual manera, el ojo enigmático de la Laguna Verde se mantiene en vigilia, mientras un dios de lava duerme.
Los habitantes de Alegría han escrito en sus calles, parques y paredes nombres de algunos de sus hijos e hijas ilustres: Alberto Masferrer, José Miguel Alegría, Soledad Yanes, Camilo Campos, Miguel Fagoaga Hernández, Ricardo Hernández, Benjamín Mejía, Manuel Enrique Araujo, y otros y otras que escapan a nuestro rápido recuento.
El visitante encontrará gente hospitalaria, amable y laboriosa, como son todavía muchas personas en toda la República. Hostales, restaurantes, artesanía, flores y plantas de muchos viveros, constituyen un singular atractivo en Alegría. Naturalmente, hay mucho que avanzar en el desarrollo social de las mayorías, los hombres y mujeres del campo, excluidos históricamente, a fin que el empuje económico llegue a todos y todas de forma equitativa y legítima.
La tradición señala a escasas cuadras del parque central a una antigua vivienda, como la casa de don Alberto Masferrer. Placas conmemorativas del centenario de su natalicio, en 1968, lo atestiguan. Contemplamos la casa. Muy cerca dos niños atraviesan la calle -velozmente- montados en bicicleta. Sus diminutos cuerpos desaparecen en una esquina. Nos extasiamos por última vez sobre los valles y montañas, sobre la sierpe a ratos gorda a ratos delgada del Lempa. No hay duda, don Alberto está hoy – a ciento cincuenta y cuatro años de su nacimiento- más alegre que nunca. No puede ser de otra manera, nos despedimos entonces de y con Alegría.
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