Berlín / AFP
Daphne Rousseau
La ultima mina de carbón de Alemania, en la cuenca del Ruhr, cerrará definitivamente sus puertas este viernes, poniendo fin a la historia de una industria clave en Europa y que hizo posible el milagro económico alemán.
Antes que los 1.500 mineros de Prosper-Haniel cuelguen sus cascos y uniformes blancos, se armará simbólicamente un último bloque de carbón, durante una ceremonia en presencia del presidente Frank-Walter Steinmeier.
«Pronto todo esto terminará, y sólo quedará una gran tristeza», destaca al diario Bild Thomas Echtermeyer, minero con 30 años de experiencia.
Los mineros, que sabían desde hace mucho tiempo que el carbón alemán estaba condenado por la competencia a bajo costo, lanzarán un «Glückauf Kumpel» definitivo («camarada de la buena suerte»).
«Ser un compañero es poder contar el uno con el otro (…) Esta cohesión hace la fuerza de nuestra región», dice Reinhold Adam, de 72 años, quien regresó a Prosper-Haniel 25 años tras tomar su prejubilación.
Atrás quedan el foso, la jerga, sus intercambios francos y ásperos, su pasión por el fútbol, su «Kneipe» (bar obrero), sus coros, sus misas a Santa Bárbara, patrona de los mineros…
– ‘Carbón por doquier’ –
Las minas de carbón y los altos hornos en las colinas renanas, en auge desde el siglo XIX, alimentaron a la industria alemana.
«Durante 150 años, el carbón ha sido el principal recurso energético y la materia prima más importante del país: en la química, la industria, para calentar la casa, durante las dos guerras y en cada una de las negociaciones de posguerra», comenta el historiador Franz-Josef Brüggemeier.
En los vestuarios de los mineros tuvieron origen grandes luchas sociales alemanas. Las huelgas de 1919 y 1968, lideradas por los poderosos sindicatos mineros, sentaron las bases de las primeras políticas socialdemócratas en Alemania.
A nivel europeo, alrededor del carbón del Rhur comenzó en 1951 la integración económica entre países exenemigos, con la Comunidad Europea del Carbón y del Acero.
Pero desde los años 1960, el carbón renano está muriendo, incapaz de competir con los precios del extranjero. El gobierno ha mantenido al sector con enormes subsidios, incluidos mil millones de euros en 2017.
«Una tonelada de carbón alemán cuesta 250 euros, cuando se vende a 80 euros en el mercado», destacó Christof Beike, portavoz de la Fundación RAG que administrará el sitio Prosper-Haniel tras su cierre.
– Dependencia del lignito –
Berlín decidió poner fin a los gastos en 2007 y se dio once años para prepararse para la reconversión socioeconómica de su cuenca minera. Ojetivo: evitar un ‘shock’ comparable al que sufrió Inglaterra en la era Thatcher.
Regiones como Dortmund y Essen ya han sido en parte desindustrializadas. Las autoridades locales intentan convertirlas en un polo competitivo, con universidades, centros de investigación y ‘start-ups’.
Alemania deja de extraer su propio carbón, pero no lo abandona. Casi el 40% de la red eléctrica alemana la alimenta el carbón en sus dos formas: la hulla y su primo muy contaminante y barato, el lignito.
El país tiene grandes minas de lignito a cielo abierto, una de ellas ocupada por activistas medioambientales en el Bosque de Hambach. Y las centrales con carbón importado de Australia o China operan a pleno, incluso en el Ruhr.
Alemania está embarcándose en una transición energética peligrosa y necesita carbón para apoyar la eliminación de la energía nuclear, mientras que las energías renovables plantean problemas de transporte y almacenamiento.
Por sus compromisos climáticos, frustrados por las emisiones asociadas al carbón, el gobierno alemán anunciará en febrero el esquema de su plan para abandonar gradualmente esta fuente de energía, con límite previsto para 2050.