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Alemania o Messi, la final de finales es única

Río de Janeiro/dpa

No hay final comparable a las de Alemania y Argentina en los Mundiales, illness y no habrá otra como la de mañana en el Maracaná, sildenafil que asegura una consagración histórica en el momento exacto del pitido final: el nuevo estilo germano confirmado como exitoso o Lionel Messi a la altura de Pelé y Diego Maradona. “Vamos a tener muchos, help muchos más problemas que en la semifinal”, advirtió en las horas previas al choque el entrenador alemán, Joachim Löw, cuya selección no gana un Mundial desde Italia 90, con un 1-0 sobre la Argentina de Maradona que significó su tercer título.

Aquello fue cuatro años después de que Maradona alzara el trofeo de campeón en México 86 tras un 3-2 sobre Alemania. El “10” más mítico de la historia albiceleste está en Río de Janeiro y no tiene dudas de que en la tercera final con Alemania -no hay definición más repetida en los Mundiales- su país se llevará mañana su tercer título tras aquellos de 1978 y 1986. Messi creo que va a ser el jugador que va a definir el partido”, pronosticó el hombre que cuatro años atrás dirigió a la Argentina que cayó 4-0 con Alemania en cuartos de final de Sudáfrica 2010.

Las goleadas estrepitosas vienen siendo marca de una selección que hasta hace unos años se valía de la fuerza, la insistencia, el centro y el cabezazo para imponerse en el mundo. Todo eso sigue allí, pero la Alemania que Löw inauguró con Jürgen Klinsmann en el Mundial de 2006 es otra: mucho más vistosa, convencida de que tocar la pelota también abre caminos, “dulcificada” gracias a hijos de la inmigración como Mesut Özil y también por jugadores cuya cotización sube y sube: Toni Kroos, Thomas Müller, Philipp Lahm o Manuel Neuer.

Lahm, un jugador que ya maravilló a Maradona en 2006, jugará en el lateral derecho que lo hizo famoso y no en el medio del campo como decidió Josep Guardiola en el Bayern Múnich. Löw hizo ese cambio para los cuartos de final ante Francia, y desde entonces el equipo funciona mejor. Basta con preguntarle a Brasil, expulsado de su Mundial por un cataclísmico 7-1 de los germanos, que se apiadaron del anfitrión. El 4-0 alemán en Ciudad del Cabo sigue muy fresco en el recuerdo de los argentinos.

“Es lo que no tiene que volver a pasar”, advirtió Sergio “Kun” Agüero. “Lo fundamental es estar atento a la pelota parada, los alemanes junto con los ingleses son los que te pueden complicar con una pelota parada y eso te puede cambiar el partido”.

Fue en una jugada con pelota parada a los dos minutos y medio de juego que Müller abrió la goleada aquella vez. Los argentinos, que tienen muy claro que no pueden permitir que su rival abra el marcador, cuentan con una ventaja respecto de 2010: su defensa funciona. Tanto, que no recibió goles en los últimos tres partidos.Lo que no funciona tan bien como se esperaba es el ataque. Argentina llegó a Brasil 2014 encomendándose a la ofensiva feroz de los “cuatro fantásticos” -Ángel Di María, Messi, Agüero y Gonzalo Higuaín-, pero el técnico Alejandro Sabella terminó consolidando un juego mucho más cercano a sus ideas: control de la pelota, solidez defensiva y ataque sin desarmar al equipo. Cuatro años después, Argentina es muy diferente a la de Maradona, aunque muchos jugadores sean los mismos.

Se le podrá achacar una obsesión por no quedar desguarnecido atrás, pero Sabella arma a su equipo consciente de que esa meta innegociable cuenta con la ventaja de una carta ganadora: Messi. El delantero del Barcelona vivirá a sus 27 años el día con el que soñó desde que tiene uso de razón: intentar ganar un Mundial con la camiseta de la selección argentina.

Mejor jugador del mundo en cuatro de las últimas cinco temporadas, el “10” argentino no es el mismo de Sudáfrica 2010. Maradona contaba por entonces con un futbolista mucho más explosivo, imparable en el arranque y capaz de anotar los goles más impensables. Lo cierto es que aquel Messi jugó cinco partidos y se fue sin goles de ese Mundial. El de Brasil ya anotó cuatro.

El Messi de hoy es más lento con las piernas, pero más fuerte y rápido con la mente. Es más “sabio” futbolísticamente. Sin él, Argentina no habría superado la primera fase ante Bosnia, Nigeria e Irán. Sin él, Di María no habría recibido el pase para el gol a los 118 ante Suiza en octavos, ni habría habido jugada para el único gol ante Bélgica en los cuartos. Muy controlado por Holanda en semifinales, sin la chispa o frescura para aprovechar los escasos resquicios que dejó el muro naranja, Messi se despertará mañana con uno de esos privilegios del que sólo disfrutan los grandes: tener, en sus pies y en su cabeza, la oportunidad de escribir su propia historia y hacerse grande entre los grandes. Tras tres días de intensas lluvias en Río, el domingo será efervescente. Casi 100.000 argentinos que disfrutan del trágico Mundial brasileño y sueñan con suceder a Uruguay como campeones en el Maracaná rodearán el mítico estadio gritando que “Maradona es más grande que Pelé” y pagando precios absurdos por entradas en la reventa. Unos 30.000 lograrán ingresar al templo del fútbol confiando en Messi tanto como Alemania le teme: suceda lo que suceda, la final es única.

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