Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y Editor
suplemento Tres mil
Dicen que no existe mejor teatro que el Shakespeariano, que su estilo, sus actores y directores; y su depuración es inconfundible, además de impresionante. Y puede que sea cierto y merezca todo el respeto que se le da. Sin embargo, nunca he tenido oportunidad de verlo para tener un juicio. Pero, para mí dentro de ese universo no existe un personaje tan fascinante y trágico como Hamlet.
Cuando era pequeño observé a dos comediantes mexicanos (Cantinflas y Chespirito) rendirle homenaje dentro de su trabajo artístico (cine y televisión) y en más de una ocasión los aprecié realizar escenas o personajes inspirados en el gran poeta y dramaturgo inglés, sobre todo el inmortal Hamlet. Tanto que Chespirito se llamó o lo llamaron así buscando emular a Shakespeare, un individuo del que existen teorías que afirman que no existió o que incluso muchos pudieron utilizarlo para conformar el nombre, algo parecido a lo que mencionan del griego Homero, cantor de la Ilíada.
En las caricaturas no era raro ver la representación de Hamlet tomando un cráneo y alzarlo a la altura de su mirada y pronunciar aquellas inmortales palabras “Ser o no ser”. Sobre todo en los programas estadounidenses que miramos cuando éramos niños: Merry Melodies.
Así fue como conocí la obra de William Shakespeare; en caricaturas, parodias y programas cómicos que me hicieron formular muchas preguntas, entre las que destacaban ¿Quién es y por qué?
No encontré mayor referencia de él, ya que en los libros de lenguaje y literatura todavía no era mencionado porque no eran parte del plan, al menos en los grados que cursaba cuando vivía los siete y nueve años. En tanto, para mi abuela Josefina Pineda de Márquez no existe personaje que se le escape y me dijo, que por ahí estaban sus libros por si lo quería conocer. Y eso hice, me dediqué a indagar por mi cuenta en diccionarios y obras literarias.
Como siempre, la biblioteca de mi abuela terminó por auxiliarme y convertirse en el portal del conocimiento. Encontré en una de las repisas su obra Hamlet, con la que logré conectarme con Shakespeare y toda la tragedia del príncipe de Dinamarca, Hamlet. Ahí me percaté que Shakespeare (el autor) y Hamlet (el personaje) no eran la misma persona, uno era el creador del otro.
Conforme avancé en la lectura de la obra me identifiqué con Hamlet por la búsqueda que realizaba por su padre, el cual había muerto de forma sospechosa. El fantasma de su progenitor procuraba darle pistas para que el príncipe pudiera resolver el enigma. Su tío, Claudio, había tomado el poder del reino y se había casado con su madre, Gertrudis, a quien había seducido y sometido junto al resto del reino. Y en toda esta vorágine trascurren una serie de discursos existenciales que te hacen pensar en la vida y su significado como el famoso “To be or not to be” (ser o no ser). Tremendo dilema que ha inquietado a filósofos y literatos por siglos, y al parecer aún no existe respuesta concreta y absoluta.
Y continuamos en ese querer ser o no ser, como si fuéramos un conjunto de Sisifos arrastrando una inmensa roca hasta la cima para volver a la sima día tras día.
Hamlet nos enseña muchas cosas, entre ellas a tener conciencia de que existimos y buscamos algo más que eso. Nos muestra que las apariencias engañan y que las palabras pueden construir una realidad diferente a la real. Pero, también nos deja la cátedra de vida, de que la sospecha puede convertirse en una analogía y cuando algo no es confiable en nuestro entorno simplemente podemos decir: “algo huele mal en Dinamarca”. Y esa inmortal frase de sospecha podría conducirnos a la verdad, aunque no estemos en el continente europeo, porque siempre habrá algo que huela mal y nos deje en la incertidumbre.