Luis Armando González
Mi anterior reflexión [titulada “El problema del mercantilismo en la educación superior (Algunas ideas de Z. Bauman y L. Donskis)”] finaliza con la siguiente afirmación: “En educación superior –si se la toma como lo que debe ser— no hay manera de evitar el camino de la complejidad y la problematización. No hay forma de quemar etapas, search y poner la carreta delante de los bueyes termina por ser una costosa ficción”.
Un colega y amigo me preguntó qué quería con eso de “poner la carreta de los bueyes” en educación superior. Antes de darle una respuesta a su inquietud, pharm le hice ver que las mías eran meras opiniones, viagra que no debían tomarse con ninguna seriedad pues lo más seguro es que yo esté equivocado. Insistió en que le diera mi opinión al respecto, así que lo hice. Transcribo aquí, más o menos, lo que le dije.
Desde mi punto de vista, poner la carreta delante de los bueyes en educación superior significa pretender que las fallas educativas se superarán a partir de la potenciación (multiplicación) de grados superiores (maestrías y doctorados) sin elevar la calidad (incluso manteniendo en el descuido) los bachilleratos y, principalmente, las licenciaturas. Es decir, creyendo que si tenemos maestros y doctores suficientes, por un efecto de cascada, el sistema de educación superior, de pronto, va a dejar de ser lo que es en su baja calidad.
A más maestros y doctores, mayor desarrollo de la educación superior, es decir, más aportes teóricos, investigativos y contribuciones al conocimiento científico, filosófico y literario. Hay varias cosas que quedan en el tapete de la discusión, y que se soslayan a veces con ingenuidad.
Uno, la calidad de los maestros y doctores, o sea, si el grado obtenido en realidad es un grado merecido. No se trata de la validez del título o las buenas notas, sino si el aporte académico de esos graduados, antes de culminar sus estudios y después –a lo largo de su trayectoria posterior— avala ese grado, o sencillamente se trató de un esfuerzo que culminó nada más con un título en la pared.
Los grados académicos obligan, suponen una responsabilidad cognoscitiva y ética.
Dos, la producción real (investigaciones, ensayos, reflexiones, docencia) de los maestros y doctores ¿se corresponde con su peso numérico? Es decir, lo lógico sería esperar que, a medida que aumentan las personas con esos grados, aumente la producción académica en un país, que además debería ser de calidad –en consonancia con la responsabilidad que tienen quienes gustan ser llamados “maestros” o “doctores”. Lo que sucede en nuestro país no da lugar al optimismo: se tienen más maestros y doctores (y doctoras) que nunca, pero la producción académica no se corresponde con esos numerosos graduados (dentro y fuera del país). Algo está pasando y es importante explorarlo.
Tres, la calidad de la formación recibida. Ostentar un grado de maestro o doctor supone contar con méritos académicos que van más allá de haber aprobado los requisitos de graduación, pues deben ser probados en la práctica de manera constante una vez que se obtiene el título. Le vida académica no es flor de un día; requiere dedicación, disciplina y creatividad. Es avalada por las contribuciones permanentes al saber, no por las elaboraciones accidentales o, peor aún, por la mera pose.
Cuatro, las maestrías y los doctorados no deben servir para remediar las deficiencias, los vacíos o las debilidades de los grados previos, principalmente de la licenciatura.
Hay una secuencia perversa que es necesario romper y es ésta: la licenciatura se ha convertido un remedio para el bachillerato, esto es, en una continuación del mismo; la maestría en un remedio para la licenciatura (de suerte que alguien con maestría termina siendo un regular o buen licenciado por lo que sabe y conoce) y los doctorados en un remedio para las maestrías (algunos doctores son en realidad maestros, por lo que saben y producen).
Quinto, el bachillerato y la licenciatura son el fundamento de la educación superior. Un sólido bachillerato asegura que la licenciatura sea esa base firme para afianzar saberes y prácticas que deberían servir para el desarrollo profesional y personal de quienes la obtienen.
Por una deformación mercantilista, la licenciatura dejó de verse como algo básico (en el sentido de base) para entenderse como algo básico en el sentido de elemental. La licenciatura debe ser lo más sólida posible (lo mismos que las ingenierías) de forma que nadie necesite estudiar una maestría para corregir deficiencias graves (como no poder entender un texto o redactar un informe o un ensayo) que no se superaron en la licenciatura (y que vienen del bachillerato o de más atrás).
A la solidez de la licenciatura, se aúna la recuperación de su prestigio, que hoy por hoy se ha perdido. Una licenciatura rigurosa, firme, que se avale por la capacidad de los licenciados para desempeñarse en una profesión aportando conocimientos y prácticas creadoras, sería bien reconocida laboralmente, sería –como en otros tiempos— fuente de prestigio.
Y sexto: ¿Qué pasa con las maestrías y doctorados? Hay que recuperar su sentido propio: son caminos para la especialización académica (maestrías) y para la contribución al saber (doctorados). Nadie está obligado a ser doctor o maestro, si no tiene la vocación o el interés académico correspondiente. Nadie debería aspirar a esos grados para superar fallas elementales de su formación previa o para obtener mejores ingresos (a veces notablemente mejores) dado el descrédito de la licenciatura. Ambas visiones empobrecen el carácter de esos grados académicos y hace que aspiren a ellos quienes no tienen la menor idea de la responsabilidad que tal cosa supone.
En definitiva, esto fue lo que dije a mi amigo, soy un ferviente defensor del fortalecimiento de las licenciaturas como pieza fundamental de la educación superior. Pienso –y ojalá me equivoque— que sin este fortalecimiento –que supone dar solidez a los bachilleratos— nuestro país no va a superar sus graves problemas a nivel de educación superior.
Hay que ver la licenciatura como un fin en sí mismo; como lo máximo a lo que se puede aspirar en educación superior, pues si se la ve así se dedicará los mejores recursos para ese tramo formativo que será, para la mayoría de los pocos que realizan estudios superiores, el último al cual accedan.
La idea de que siempre habrá más educación –siempre que se pueda pagar— es propia de una visión mercantilista nociva para avanzar en el conocimiento.
Más realista es la idea de que lo que se recibe en educación, en un momento determinado, es lo último que se tendrá y por tanto hay que sacarle el máximo provecho. Así es como, creo, deben verse las licenciaturas.