Luis Armando González
Todo parece indicar que la creación de “coyunturas ficticias” arreciará de aquí en adelante, dada la dinámica real del país en materia política. En efecto, a partir de este segundo tramo del año, los tiempos electorales comienzan a imponer su ritmo a otras esferas de la vida nacional, sometiéndolas a su lógica.
Es (casi) inevitable que ello sea así pues, por un lado, las posibilidades de cambios de largo plazo en la realidad nacional requieren, desde el proyecto de izquierda, de un buen resultado en las elecciones legislativas y municipales de 2018 y en las presidenciales de 2019.
Es decir, un proyecto de cambios desde el horizonte de la izquierda salvadoreña –la que está adscrita formalmente al FMLN, pero también la que no lo está— sólo puede concretarse desde los espacios políticos e institucionales vigentes, entre los cuales tienen una enorme relevancia los gobiernos locales, la Asamblea Legislativa y la Presidencia de la República.
En este sentido, la izquierda no puede tomarse a la ligera el desafío electoral de 2018, que se constituirá en la primera prueba de fuego en vistas en renovar, en 2019, el mandato presidencial del FMLN por cinco años más.
Quienes, pese a decirse comprometidos con los ideales de izquierda y con el bienestar de la sociedad salvadoreña, no se hagan cargo de este desafío y no aporten lo que les corresponde para asegurar un resultado positivo, estarán contribuyendo, así sea por omisión, el cierre de un ciclo inédito en la historia nacional.
Y es que la derecha –en sus diferentes sectores– está dando señales claras de poner todo su empeño en “recuperar” el país. En el flanco institucional partidario –con mucho, el flanco más débil de la derecha— se están haciendo los reacomodos internos que, se espera, permitan a ARENA superar fracturas internas a partir de un liderazgo que sea reconocido y aceptado por las camarillas y agrupamientos que proliferan en su seno.
No es la primera vez que ARENA entra en una dinámica interna de esta naturaleza; de hecho, hasta hace poco, la gran apuesta fue que la “sanación” del partido provendría de figuras empresariales de renombre. Esto no fue posible, y los prohombres de la empresa privada llamados a salvar al partido tuvieron que ahuecar, sin pena ni gloria.
En segundo intento, se apeló a “jóvenes del partido”, que inyectarían sus energías e ideas novedosas a una institución en crisis. El resultado no fue bueno, pues estos “jóvenes” ni aportaron energías ni ideas nuevas; más aún, alguno de ellos destacó por su imprudencia, su impertinencia y su dogmatismo.
Y en estos momentos –la tercera es la vencida— la derecha pretende superar la crisis institucional de ARENA apelando a “cuadros políticos”, detrás de los cuales, se presume, se encuentran sectores empresariales que darán su espaldarazo a aquel agrupamiento que resulte ganador en la contienda por la dirección del partido.
Por supuesto que la derecha salvadoreña no lo apuesta todo al fortalecimiento institucional de ARENA. En todo este tiempo, en el que el partido ha sido inservible como “conductor político” de las élites de poder económico, otros sectores han asumido ese rol: en concreto, la ANEP y las grandes empresas mediáticas.
Y no lo han hecho sólo a nivel ideológico, sino al nivel de las alianzas (por ejemplo, con magistrados de la Sala de lo Constitucional, con otros medios de comunicación y con determinadas instituciones académicas) y de ejercicios de movilización ciudadana orientados a generar inestabilidad política.
Cabe destacar que la alianza ANEP, grandes empresas mediáticas, instituciones académicas, medios de comunicación digitales y magistrados de la Sala de lo Constitucional, además de un ejercicio continuado y sistemático de erosión del gobierno por la vía del debilitamiento de las finanzas públicas, ha permitido elaborar una estrategia de impacto en la opinión pública y en las percepciones ciudadanas, apelando a la creación de “coyunturas ficticias”, es decir, la inflación desproporcionada de hechos o acontecimientos con el objetivo de sacar del foco de atención ciudadana asuntos que son relevantes para la vida real de las personas.
No se puede desconocer los éxitos de esta estrategia, siendo el mayor de ellos el que nadie, hasta ahora, se la ha tomado en serio.
Pero su eficacia y su impacto en las percepciones ciudadanas son inobjetables. Gracias a ella, por ejemplo, salieron del debate público temas cruciales como el salario mínimo y las pensiones. Gracias a ella, desde hace mucho tiempo –demasiado— muy poco se habla –y de manera inaudible— de la concentración de la riqueza y la brecha entre los ricos más ricos de El Salvador y los pobres más pobres.
Por su parte, la coyuntura ficticia en torno a la derogación de la ley de amnistía, ocultó el golpe bajo a las finanzas del ejecutivo por parte de la Sala de lo Constitucional. Y ahora, la coyuntura ficticia a propósito del caso Funes y del caso del ex fiscal Luis Martínez saca del foco del debate público –más bien impide que ocupe un lugar en el mismo— el importante tema de la ley de extinción de dominio que permitiría atacar las finanzas y patrimonio del crimen organizado. Y la lista sigue y seguirá hasta 2019.
Hay que prepararse, entonces, para hacer frente a las coyunturas ficticias. Hay que desmontarlas críticamente, posicionando en las percepciones ciudadanas los problemas y dinámicas reales que impiden construir una mejor sociedad. Se trata, pues, de librar permanentemente una batalla por las ideas.