EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA.
Por Eduardo Badía Serra
Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua
La nada, antes de la creación del universo,
era el vacío más absoluto que se pudiera imaginar.
No existía ni el espacio, ni el tiempo, ni la materia.
Este inconcebible vacío se transforma en la existencia plena.
¿Dónde han sido escritas las leyes de tal vacío?
¿Cómo puede, de tal vacío, originarse un posible universo?
Es que también el vacío está sujeto a unas leyes
que preceden al espacio y al tiempo.
Heinz R. Pagels, La perfecta simetría.
El conocimiento del universo como un todo, de su origen y evolución, constituye la cosmología; y ello comprende las estrellas, las galaxias, las familias de galaxias. Desde los albores de la civilización, los hombres se han preguntado por ese misterio que sobre sus cabezas aparece como puntos luminosos intangibles y brillantes que cambian al paso de las estaciones, y que aparecen con la oscuridad desapareciendo al arribar el Sol. Así nace la mitología, y también la astronomía, que asocian a cada estrella o planeta un ser divino, o un héroe, o un superhombre, o veían en las constelaciones figuras imaginarias. Se dice que Tales de Mileto, uno de los siete sabios de Grecia, casi encuentra la muerte al caer en un profundo agujero por dirigir su vista hacia el cielo observando lo que en él se veía.
El cielo era entonces un enigma. Pero con el pasar del tiempo, los observadores más atentos comenzaron a descubrir la regularidad de ciertos movimientos, y los filósofos pasaron a construir modelos, basados sobre todo en teorías religiosas y filosóficas, a menudo discrepantes con las observaciones mismas. Poco a poco, ese conocimiento, empírico y elemental al comienzo, pasó a sistematizarse, a grado tal que ya hacia los años 140-130 a.C., Iparco comenzó a estudiar y a medir la precesión de los equinoccios.
Con Galileo, en el siglo XVII, comienza la era moderna de la astronomía. Con la invención del telescopio, el conocimiento del cielo se incrementó notablemente. Ahora, el uso de la radiación electromagnética y de su medición ha permitido un conocimiento mucho mayor de los astros, llegando el hombre así a poder conocer la estructura física y la composición química de las estrellas, sus fuentes de energía, cómo se consume esta, y, en fin, la duración de su vida misma. La radiación electromagnética viaja en el espacio vacío a la velocidad de la luz, esto es, 300,000 kilómetros por segundo, la máxima velocidad posible de acuerdo con la teoría de la Relatividad de Einstein. Aunque enorme, esta es una velocidad finita. Esto significa que cuanto más lejano miramos en el espacio, tanto más hacia atrás estamos viendo en el tiempo. La estrella que vemos en una noche despejada es realmente esta estrella tal y como ella era hace unos cuantos o muchos años-luz. Y es que el universo no varía con la distancia pero sí con el tiempo; es decir, evoluciona.
El conocimiento del universo ha cambiado mucho, sobre todo desde Newton hasta el presente. La teoría de Newton se basaba en su concepto de la gravedad. En los “Principios” afirmaba que la gravedad existe de hecho, y ella explica todos los movimientos de los cuerpos celestes y de nuestros mares. Einstein, en 1915, diez años después del “año milagroso”, publica su teoría de la relatividad general, que es en el fondo una teoría de la gravitación, y más aún, una teoría cosmológica. La diferencia fundamental entre esta teoría y la de Newton consiste en considerar el espacio no como algo independiente de la materia sino plasmado en la materia. En otras palabras, la presencia de materia curva el espacio, constriñendo a los cuerpos a moverse a lo largo de la curvatura. Es decir: “la materia le dice al espacio como curvarse, y el espacio le dice a la materia como moverse”. Así de simple. Y ello hace que, siguiendo a Newton, hablamos del espacio y del tiempo por separado, como entidades separadas, y siguiendo a Einstein debemos más bien hablar de una sola entidad, el espacio-tiempo.
Podríamos decir, según afirma Margherita Hack, científica italiana, que la humanidad, durante los treinta siglos que han transcurrido hasta nuestros días, ha sido algo así como un prisionero, que nace y se deja en una torre con una sola ventana que daba a un vasto plano boscoso; al abrirle otra ventana opuesta, descubre la existencia del mar; y si existe una tercera ventana, descubre la montaña, y luego una ciudad…., ahora finalmente hemos abierto todas las ventanas del universo, gracias a los telescopios, los satélites, etc., y nos damos cuenta de su complejidad haciendo que nuestro conocimiento, (porque el conocimiento corre siempre al lado de la realidad), haya disminuido en vez de incrementar.
Ya hace más de dos siglos, Fraunhoffer descubrió el espectro solar y la medida de la primera distancia estelar. Hace sólo menos de un siglo que sabemos cuál es nuestro lugar en el universo, un pequeño planeta de una estrella ni grande ni pequeña, habitante periférica de una galaxia entre millardos de otras galaxias. Hace tan sólo treinta años los satélites astronómicos han permitido abrir la “ventana-óptica” y la “ventana-radio” con las sondas recorriendo todo el sistema solar. Hoy, el desarrollo de la tecnología y de la informática provoca avances exponenciales en el progreso que probablemente nos permitan prever cuál será el desarrollo de la ciencia en general y de la astrofísica de partículas.
Pero, ¿Podremos responder a las interrogantes sobre el origen y el futuro del universo, sobre porqué el universo es lo que es, y porqué las leyes físicas son aquellas que fatigosamente hemos descubierto a partir de siglos? ¡Probablemente no!, pero esta negativa debe ser hecha con prudencia, debido a los progresos que se vienen observando en el hombre. Los intentos recientes de explicar el origen del universo y la historia de los primeros infinitesimales instantes, altamente hipotéticos y en parte no controlables experimentalmente, ni hoy ni en el futuro darán origen a la discusión y a las preguntas que superan el restringido ámbito de la física para entrar en el ámbito de los problemas filosóficos y religiosos. Siendo que la ciencia y la fe son dos campos muy distintos, aquella, por lo tanto, ni puede ni no puede demostrar la existencia de Dios o de alguna otra entidad sobrenatural.
El hombre es un ser pequeño, minúsculo en la realidad universal. La ciencia, igual. Por eso, debemos ser humildes, y creer.
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