Luis Armando González
En estos momentos, el escenario en el que se desarrollarán las elecciones presidenciales de 2019 comienza a adquirir contornos claros, lo cuales, por supuesto, no son aún los definitivos. Está, ante todo, pendiente la definición de otros posibles actores en esa contienda; en segundo lugar, la forma cómo la encararán quienes se embarquen en la disputa presidencial del próximo año; y en tercer lugar, el impacto que ello tendrá en las percepciones ciudadanas en general y en los respectivos “bastiones” electorales en particular.
El domingo recién pasado, la militancia del FMLN eligió a Hugo Martínez como el candidato que encabezará la fórmula presidencial efemelenista. La competencia entre este y Gerson Martínez –el otro precandidato— dio pie a un ejercicio de debate y participación que muchos militantes del FMLN echaban en falta y que ayudó a renovar las energías y recuperar el optimismo después del resultado electoral del 4 de marzo.
Una vez que en el Frente se ha apostado por Hugo Martínez, lo que queda de aquí en adelante es trabajar duro, con creatividad y audacia, para llegar todo lo fortalecido que se pueda a la elección de 2019. La unidad interna es clave para este propósito. También lo es la recuperación de la fuerza electoral con la que se contó hasta 2015, lo cual pasa por el diálogo franco, cara a cara, con quienes sintiéndose efemelenistas han caído en el pesimismo, están descorazonados o han perdido la confianza en las posibilidades de un cambio real (estructural) en El Salvador.
Aunque el tiempo político corre de prisa en estos días, quizás en el FMLN se deba impulsar un proceso de concientización que haga caer en la cuenta a militantes y simpatizantes de lo grave que sería para la sociedad salvadoreña que ARENA y la derecha controlaran casi totalmente el aparato del Estado a partir de 2019.
El mercantilismo neoliberal campearía a sus anchas, tal y como sucedió desde 1989 hasta 2009. De concretarse, una hegemonía política de ARENA sería la reedición de una gestión política en la cual lo público se puso al servicio de los ricos más ricos de El Salvador, a expensas del bienestar de la sociedad. No se trataría, pues, de nada nuevo, sino de algo ya sabido y vivido durante 20 años. Contener la posibilidad de que ARENA y la derecha controlen el aparato estatal debería ser la principal meta estratégica de los efemelenistas. Y para ello es crucial la unidad interna y la recuperación del caudal electoral histórico del Frente, de unos 800 mil votos, que es el punto de partida para avanzar hacia otros logros electorales.
En lo que concierne a ARENA, también ya fue elegida la figura que encabezará su fórmula presidencial para 2019. En un proceso no exento de fricciones y de manipulación, Carlos Calleja se impuso sobre Javier Simán, quien al parecer no ha quedado satisfecho con el resultado. En ARENA, el debate interno por las precandidaturas comenzó en el marco de las elecciones legislativas y municipales de marzo pasado, y se realizó como un ejercicio de campaña presidencial; en ese sentido, la promoción de los precandidatos no se limitó a las bases del partido, sino que se dirigió a los ciudadanos en general, invitándolos a votar por quienes aún no eran candidatos presidenciales.
Más allá de la violación de la legislación electoral por parte de ARENA y sus precandidatos, el asunto de fondo es qué tantos beneficios políticos dio esa campaña anticipada a cada uno de los precandidatos areneros. En el caso de Simán, ninguno, ya que resultó perdedor en las internas del partido. En el caso de Calleja, haberse salido con la suya al ser elegido como candidato arenero, pero al precio de haber erosionado su figura y de haber generado fricciones en ARENA (y en los grupos empresariales de derecha) que pudieran dar lugar a rupturas de graves consecuencias para la unidad del partido.
Así las cosas, al momento de redactar estas líneas nada más hay dos candidatos para las elecciones de 2019: Hugo Martínez y Carlos Calleja. Hasta antes del domingo pasado era absurdo preguntar a la gente acerca de su preferencia por candidatos que no lo eran, y ahora ese pregunta solo tiene sentido si se hace respecto de Martínez y Calleja.
De los otros partidos legalmente inscritos no se tiene noticia de procesos internos encaminados a la selección de sus respectivos candidatos a la presidencia. Tampoco se escuchan nombres de aspirantes a precandidatos. De todos modos, esa posibilidad no está cerrada, y no sería extraño que GANA, el PCN o el PDC se lanzaran al ruedo con sus propias figuras, con lo cual se ampliaría la lista de los presidenciables para 2019.
En cuanto al partido en formación Nuevas Ideas, el primer paso de sus líderes es asegurar el reconocimiento legal del nuevo partido, y luego impulsar el proceso interno del cual saldrá elegido su candidato, que sería sin lugar a dudas Nayib Bukele. Cuando esto suceda, Bukele será con toda propiedad un candidato a la presidencia, al igual que ahora lo son Hugo Martínez y Carlos Calleja.
Un sano pragmatismo –un realismo pragmático— debería imperar en las decisiones que se tomen (que se están tomando) en lo que se refiere a la legalización del partido Nuevas Ideas. Si verdaderos adefesios políticos, que no representaban a nadie, fueron reconocidos como partidos –y luego han ido desapareciendo— no tiene sentido bloquear la iniciativa de un nuevo partido que tiene un número importante de adeptos.
Quienes obstaculizan ese reconocimiento deberían ser conscientes de lo contraproducente de su postura: si después de darle largas, Nuevas Ideas es reconocido como partido, ellos quedarán desacreditados, por haberse opuesto a algo que siempre sucedería; y si se mantiene en firme el bloqueo a ese nuevo partido hasta las elecciones de 2019 se tendrá un movimiento de desafección en contra del sistema político que profundizará rencores y denigraciones en contra de la política y los políticos.
No faltará quien argumente a partir de unos principios indiscutibles que legalizar a Nuevas Ideas es imposible. Pues bueno, la política, en una democracia, solo funciona si se es lo suficientemente pragmático para impedir situaciones de inestabilidad institucional a partir de decisiones que, apegadas a la legalidad básica, lleven bienestar y tranquilidad a la sociedad.
Una vez legalizado como partido, Nuevas Ideas tendrá que hacer lo que hacen (o desean) los partidos: mantenerse en el tiempo, siguiendo los lineamientos de su cúpula, vivir el desgaste de las corrientes y los debates internos en torno a la selección de candidatos, y apelar una y otra vez al voto popular para mantenerse vigente.
Es decir, se tratará de un partido que, como otros (en El Salvador y en otros países), se verá asediado por la “ley de hierro de la oligarquía” (Robert Michels). Esa es la política partidaria real; en una democracia, a nadie que quiera entrar en ella se le debe impedir hacerlo, sino todo lo contrario.