1. MACÍAS, mind PROFETA Y MÁRTIR
Alirio Napoleón Macías fue asesinado el 04 de agosto de 1979. El pueblo de San Esteban Catarina (San Vicente), en sintonía con los orígenes del movimiento cristiano, lo recuerda como un “mártir”. Como lo dice el libro de los Hechos de los Apóstoles 8,2, hablando del martirio de Esteban: “Unos hombres piadosos enterraron a Esteban y lo lloraron con gran pesar”.
El padre “Macías” es sacerdote diocesano de la diócesis de San Vicente. El día de su asesinato, como todo buen párroco, se encontraba preparando una atolada con sus feligreses. La fecha era propicia, los elotes estaban en su punto, como lo estaba su carisma profético. Ya bien entrada la mañana, cuando el afán de la atolada había adquirido un ritmo sostenido, unos hombres entraron en el templo parroquial de San Esteban Catarina. Su perfil y su modo de proceder en el templo no eran normales, es decir, no parecían personas piadosas de las que se arrodillan ante el santísimo sacramento, más bien parecían estar en el sitio equivocado o por lo menos estaban ahí por otro motivo. Efectivamente, no eran feligreses, era una pareja de guardias nacionales vestidos de paisanos. Ellos pidieron hablar con el párroco. La gente advirtió al padre Macías que se trataba de una trampa y él pudo comprobar que se trataba de esbirros vestidos de particular, cuyo objetivo era apresarlo o matarlo. Sin embargo, Macías no se echó atrás y salió a recibirlos. Los guardias nacionales no mediaron palabra y cumplieron su fatídico cometido, asesinándolo entre el altar del sacrificio y la sacristía.
La muerte de Macías corresponde perfectamente con el modo como mueren los grandes profetas: entre el vestíbulo y el altar. Otro gran profeta se hizo presente en cuanto pudo al lugar de los hechos: Mons. Romero. Lo que sucede es que un profeta reconoce a otro profeta. En su homilía en catedral el 12 agosto de 1979, Monseñor Romero hizo referencia al padre Macías: “En esta semana enterramos al Padre Alirio Napoleón Macías, asesinado, como ustedes saben, en su propia Iglesia parroquial de San Esteban Catarina. Como dijo Monseñor Rivera en la homilía de su entierro: ‘Cayó como caen los profetas: entre el vestíbulo y el altar’ “.
En los días del asesinado del padre Macías, Mons. Aparicio y Quintanilla, su obispo, estaba fuera del país, sin embargo, según refiere Mons. Romero, también él condenó el hecho: “Me he enterado con honda pena e indignación de los detalles del asesinato del Padre Alirio Napoleón Macías, sacerdote de mi diócesis de San Vicente, perpetrado a mansalva y sangre fría en el mismo presbiterio de la iglesia parroquial de San Estaban Catarina por tres asesinos, conocidos de vista por bastantes habitantes de la localidad. Este sacrílego asesinato nos habla claramente del momento histórico que vivimos de inseguridad, aun en el interior de los templos, de zozobra y de miedo, que denuncian una sociedad en descomposición” (O. A. Romero, Homilía 12 de agosto de 1979).
Ahora bien, el padre Macías formaba parte de un grupo de sacerdotes que se reunían para analizar la realidad y se habían propuesto aplicar las indicaciones pastorales del Concilio Vaticano II y del episcopado latinoamericano, en particular, el documento de Medellín (1968). Por supuesto que esto es lo mínimo que se le pide a un sacerdote responsable. Sobre todo porque lo piden los mismos documentos. Si no, recordemos las palabras programáticas con que iniciaba la Constitución Pastoral Gaudium et Spes: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (n. 1).
Macías puso en práctica la exhortación hecha por el Vaticano II y se hizo amigo de los campesinos, se preocupó de subsanar las necesidades de su pueblo, de organizarlos para que exigieran sus derechos. Esto contrasta con lo que piensan quienes utilizan a los pobres para alimentar sus propios intereses económicos y políticos. Son los mismos que fueron a acusar a ese grupo de sacerdotes con Mons. Aparicio y que él luego suspendió del ejercicio del sacerdocio. Pasados los años, el padre Ramiro Valladares, uno de los suspendidos, me contó que ante la inminencia de la suspensión, se reunieron todos para buscarle una solución al problema y que, posteriormente, los caminos seguidos por los miembros del grupo fueron tres: unos se incorporaron a la guerrilla, porque sus nombres, como el de Macías, estaban en la lista negra de los escuadrones de la muerte, otros se fueron del país y otros se quedaron en el país. Monseñor Aparicio había pedido que los sacerdotes suspendidos, para poder salir de la pena canónica, se fueran a arrodillar ante él a pedir perdón y a prometer enmendarse. Pero la verdad es que la situación de los sacerdotes era peligrosa, el asesinato del padre Macías dejaba claro que quienes ponían las reglas eran los escuadrones de la muerte. El padre Ramiro Valladares y Luis Macías (hermanos del padre Macías) siempre se lamentaron de que la memoria del padre Macías nunca se reconociera en modo oficial, pedían que los obispos de San Vicente dejaran de verlo con sospecha, que se celebraran su martirio con absoluta libertad.
2.MACÍAS NOS INTERPELA
Es significativo que el día del martirio del padre Macías corresponda con la celebración litúrgica del santo cura de Ars, el patrono de los párrocos. Esto debe interpelar tanto el modo como se ejerce el ministerio sacerdotal hoy y el modo como se ven las comunidades luchando al lado de sus pastores.
Hoy, como en tiempos del concilio Vaticano II, hay un papa que nos invita con fuerza a luchar por la causa de los pobres. Por ejemplo, nos dice: “A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás” (Evangelii Gaudium, n. 270).
La impresión que tenemos hoy es que el carisma profético está debilitado y en el peor de los casos domesticado. En El Salvador mueren niños despedazados, se viola y asesina a mujeres, incluso se ha asesinado a personas discapacitadas. Pero lo que impresiona es que a los pastores no parece decirles nada tanta violencia, siguen predicando un Dios que habita los conceptos y las abstracciones religiosas. Los pobres no están en sus corazones, ni siquiera cuando el Papa Francisco nos recuerda que “el corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo «se hizo pobre» (Evangelii Gaudium, 197).
Por eso, son las personas sencillas, las que se juegan la vida en los barrios marginales de nuestras ciudades, las que mejor encarnan el Evangelio de Jesús, que por cierto, no murió de muerte natural, sino asesinado. Estremecen las palabras dichas por el Papa Francisco: “No nos hagamos los distraídos. Hay mucho de complicidad. ¡La pregunta es para todos! En nuestras ciudades está instalado este crimen mafioso y aberrante, y muchos tienen las manos preñadas de sangre debido a la complicidad cómoda y muda” (Evangelii Gaudium, n. 211).
Asumamos histórica y eclesialmente el carisma profético que encontramos en Joel 2,17: “Entre el vestíbulo y el altar lloren los sacerdotes, los ministros del Señor, y digan: ‘¡Perdona, Señor, a tu pueblo, no entregues tu herencia al oprobio, y que las naciones no se burlen de ella! ¿Por qué se ha de decir entre los pueblos: Dónde está su Dios?’ ».
Alirio Napoleón Macías no es una pieza de museo. Está ahí para interpelar nuestro compromiso con los pobres. El compromiso de los pastores y el compromiso de las comunidades cristianas.