Tania Primavera
En un lugar donde no se reciben muchas visitas. En una casita escondida entre una fábrica antigua, donde hay viejas fotos y retratos pintados, un basurero electrónico, un lavador de platos, pizza congelada, una escultura negra, la pintura del encuentro fortuito.
Desde el viernes, en la noche con luna Giri y Tini conversaron sobre el almuerzo que se haría al día siguiente, los perros Lana, Canelo y Negro acompañaron con sus cariños, él le sirvió la sopa de tortilla sin saber que era picante, un poco de vino blanco y aceitunas. Ella vestía un vestido color violeta, tenía frío, tenía dolor, pero no se lo decía, él le había pedido e insistido para colocaran Brackets, y esa esa mañana se los había colocado. Se preparaban para un fin de semana más, su sábado como todos, pero lo dedicarían a otros.
Llegó el sábado, vio los techos, a lo lejos el campanario. Algunos trabajadores se encontraban entre los espacios a lo lejos. Desayunaron cerca, en San Marcos, mientras tomaban el jugo, Giri se atrevió escribirle al hermano de Tini para presentarse, después fueron de compras al súper por las bebidas y las cosas para la ensalada gourmet. Al regresar, el pedido de tortillas llegó, y llevaron muchas, demasiadas. Esperaban a seis amigos. Entre ellos, alguien que un día le había quedado mal, muy mal, pero hay gente que tiene suerte a pesar de su comportamiento, le hizo algo bien feo, pero se le olvidó y como si nada, era invitado. Ese día no llovió.
Tini no podía casi hablar, le dolía mucho la boca, pero así, al regresar de compras esa mañana, decoró la terracita, barrió el polvo, regó las plantas, limpió las mesas, puso los bellos manteles blancos de algodón, hubiera querido flores, pero no encontró cerca para comprarlas. Limpió las sillas polvosas, observó todo, y ya, quedó todo listo para los invitados. Colocó en un área cerca, la alfombra de la perra blanca Lana, que siempre estaba ahí cerca y consentida.
Después, lavó los vegetales para hacer una gran ensalada. En eso, llegó Yaboni con la comida que cocinó, eran muchas albóndigas especiales de camarón, y de carne a la boloñesa. Llegó después, Tono, Chorena y Viga, Luiggi, Ninti. A Tini le seguía doliendo la cabeza por la ortodoncia, realmente pudo haberla evitado, pero Giri insistió mucho, no era nada, solo tenía los dos dientes frontales un poquito separados. El dolor era agudo, seguía callada. Pero así, socializó, sonriendo, sirviendo, atendiendo, ayudando, llevando vasos, cubiertos, servilletas. No tomaron fotos.
En las altas paredes claras como bodegas con tejidos, caminaron a ver varias las pinturas realizadas con el tema de La última cena. Después vieron más, todo el arte dentro. Entre las áreas de los trabajadores, al mirar hacia arriba estaban muchas pinturas. Al regresar, en el camino a la casita, caminaron en grupo, ellos abrazados vieron las semillas del árbol de bálsamo sagrado, nadie, solo ellos las vieron de nuevo con admiración. Él las había descubierto por ella, después de tantos años sin saber que caían en sus pies. Él le pidió un beso. Entre música se pasó esa tarde. Se fueron Viga y Chorena. En un momento, Ninti entró a la sala y vio la escultura, y vio el Libro Azul, le tomó fotos. Ya era casi de noche. Llegó la noche. Hasta que se despidieron todos. Quedaron ellos dos.
La terraza de la casita dentro de la fábrica quedó vacía, desordenada, inundada de copas, de absenta que no probaron, de vasos, desperdicios, y de las tortillas que eran muchas y casi no comieron. Cansados. Un cierto disgusto, no sabía por qué pasaba eso, no entendía por qué, los designios del universo, inundó la angustia en ella esa noche. Lloró.
Al día siguiente, la terraza era todo un desastre, los perros habían sacado todo, habían hecho pedazos la bolsa con las tortillas que no alcanzaron a comer, habían bajado los manteles, soda, vino, agua, tirado todo, todo, era suciedad. Pensó tomar una foto para probarlo. Pero mejor no, y en el silencio del domingo, con dolor de dientes, sin ayuda, Tini limpió todo, hasta dejar pulcro, de los restos del almuerzo largo. Al despertar, Giri, vio todo limpio. Los perros machos no se asomaron, pero la perra Lana volvía, y entró a la casa. Pasó el tiempo, después fueron a otros lugares, a La Palma, a un cumpleaños. Allá quedó su dimensión, la puerta con clave de su natalicio. Qué fue de él, qué fue de Lana, era muy cariñosa, no sabe nada de ellos. Les recuerda. En una casita escondida entre una fábrica antigua.
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