Orlando de Sola W.
“Permanencia Voluntaria” era una de las modalidades que ofrecían las salas de cine del siglo pasado, antes de la TV y otras versiones más chicas de la pantalla grande, como las computadoras personales, “tabletas” y teléfonos “inteligentes”. Dos películas por el precio de una era la oferta para atraer a los cinéfilos, con la posibilidad de permanecer o salirse voluntariamente del espectáculo, donde la fantasía parecía convertirse en realidad.
Algo parecido sucede en la política, tan espectacular como el deporte, donde aficionados pueden escoger su equipo y esperar que gane, para no sufrir.
La alternancia en los espectáculos deportivos y políticos no es la mejor opción, aunque en política se le equipara con democracia, que es poder del pueblo. La realidad, sin embargo, exige que no sea así, puesto que al alternar entre tu equipo y el mío, entre lo bueno y lo malo, lo eficiente y lo ineficaz, lo falso y lo verdadero, no podremos superar los pobres resultados de nuestra esquiva realidad.
Mi abuelo materno se llamaba Juan Wright Meléndez.
Su madre era Mercedes Meléndez Ramírez, hermana mayor de Carlos y Jorge Meléndez, así como de Leonor, la esposa de Alfonso Quiñónez. De ese longevo trío presidencial surgió nuestra obsesión con la alternancia, ahora identificada con la democracia.
Menciono esa parte de la historia salvadoreña porque nuestros problemas nacionales no provienen de dinastías familiares, ni su solución reside en la pretendida alternancia, que no es exigible a alcaldes, diputados y magistrados. La raíz de nuestros problemas es el engaño, tanto político como económico y social. La demagogia electorera ha convertido en espectáculo nuestra política, que ya no es el arte de gobernar.
Los periodos presidenciales, no así los de alcaldes, diputados y magistrados, pretenden establecer la pretendida alternancia, pero nos negamos a reconocer la importancia del Plebiscito y el Referendo, que representan la posibilidad de corregir mandatos equivocados, o mal ejercidos.
Cuando el mundo se regía por monarquías, los ciclos, o periodos de poder dependían de la longevidad del monarca. La sustitución, o relevo de poder, cuando fenecía un rey, era hereditaria, aunque a veces se resolvía por guerra. Pero la alternancia era asunto de suerte, no de voluntad popular, que podía estar de acuerdo, o no, con la conducción del monarca.
Los periodos presidenciales ahora son mas cortos. Y la sustitución de mandatarios se define en elecciones, con votos que reflejan la voluntad del mandante, que es el pueblo. La influencia de quienes dirigen la propaganda en los medios masivos de comunicación social, sin embargo, es muy importante en la transferencia y ejercicio del poder. Poca relación tienen la honestidad y habilidad del candidato, maquillado con pericia por los propagandistas y propietarios de los medios impresos y electrónicos, ahora complicados por las redes sociales, que también inciden en el espectáculo electorero.
En un mundo dividido por ideologías, religiones y culturas, pero también por envidia, ira y soberbia, la tendencia a polarizar es enorme. La política partidista no está exenta de ese fenómeno, pero con alternancia se pretende simular una solución al conflicto. No sucede así porque en nada nos beneficia ser dirigidos por los vicios de alternos, cuando lo que necesitamos son dirigentes prudentes, justos, fuertes y moderados. Su poder, más que votos, debe reflejar confianza, optimismo y, sobre todo, profundo respeto a los derechos humanos irrenunciables: la vida, libertad y propiedad de nuestro cuerpo, sentimientos y pensamientos.
La permanencia de virtudes, no la alternancia de vicios, es lo más aconsejable, sean nuestros gobernantes electos o nombrados, como en las elecciones indirectas, o de segundo grado, que se llevan a cabo en el Órgano Legislativo, por ahora dominado por partidos que dicen representarnos.
Esa es su función más importante, no legislar.
Deben representarnos ante posibles abusos del Ejecutivo y el Judicial, que simbolizan la tendencia monárquica, aunque sabemos que toda representación, o delegación de poder es oligárquica, o de pocos, porque no se puede delegar en todos.
El poder de muchos, o de todos, como se pretende con la democracia, no garantiza gobiernos virtuosos.
Y como los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, podemos deducir que de pueblos viciosos resultan gobiernos viciosos, pese a la pretendida alternancia presidencial.