AMANECER
Por: Mauricio Vallejo Márquez
Me gusta despertar antes del amanecer para oír el canto de los pájaros. Al escucharlos me da la impresión que el día será bueno, ¿y cómo no serlo? El hecho de estar vivos y que el hermoso sonido que emiten puedan sentirlo mis oídos ya es motivo de alegría. Algunos partieron por la noche y ya no pueden escucharlo. Nosotros pudimos ser ellos, pero seguimos en la aventura de vivir.
El amanecer es un momento de felicidad.
Me encanta ver el cielo entre lila y violeta creciéndole la luz por el este cuando amanece. La luz pinta el cielo hasta aclarar la calle de mi colonia. En ese momento las flores de la veranera que veo a través de mi ventana se ven resplandecientes y los ladrillos de arcilla del muro que la rodea parecen recién pintados. La luz del día en aumento da la impresión de una foto tomada por el mejor fotógrafo. He querido capturarlo con la cámara de mi teléfono y los resultados jamás son iguales a lo que veo, apenas un espejismo pobre que no logra a llenar esa sensación
Y así, me ha encantado apreciar el amanecer y sentir el aroma de la mañana y su energía. Me dan ganas de leer y escribir. Leo con tranquilidad y no necesito esforzarme mucho para concentrarme, solo me dejo fluir entre las líneas y el papel, tanto que llego a olvidar que estoy leyendo. El libro, el amanecer y yo somos uno en un instante. Disfruto ese momento tanto que quisiera que fuera eterno y no tener que involucrarme en la cotidianidad de la sociedad, solo apartarme para leer y escribir. Sin embargo, sé que esa utopía se convertiría en cansancio si fuera eterna. Lo que hace verdaderamente hermoso esos instantes es precisamente lo efímero de ellos, el hecho de que no son eternos. Aunque el recuerdo puede perdurar en nuestra mente.
Desde que era pequeño me han gustado los amaneceres. No sé si es por intuición que lo relacionaba con la creación o el inicio de algo o era sencillamente porque me parecía hermoso por la simple situación de existir. No sé, pero me parecía maravilloso. Ahora sigue siendo esencial en mi vida sentir esa fuerza, como cuando iba a los rezos de la sinagoga para shajarit y veía todo ese proceso o cuando salgo de mi casa a ver cómo el sol comienza su ruta diaria. El amanecer resulta ser el mejor momento. Poco a poco fui entendiendo por qué muchas filosofías le dan un lugar predominante a ese momento e incluso porque algunas religiones le daban la posición de deidad al gran astro que emite la luz del día.
Después el día avanza, se asienta y sigue menguando hasta que se difumina en la distancia para dar lugar a la noche en un ciclo infinito que al amanecer vuelve a ocurrir, y así todas las semanas, meses, años, décadas, siglos y milenios. O al menos nos da la sensación que jamás dejará de suceder