Lo que esta pasando en Chile y Ecuador, y los pronósticos políticos electorales contra las administraciones de derecha en Argentina y Brasil, son el reflejo del despertar de América Latina en contra del neoliberalismo, que probablemente ha tocado fondo.
El neoliberalismo fue impuesto en América Latina a finales de los años 80s del siglo pasado, justo en el año en que se da el derrumbe del bloque socialista, con el derribo del muro de Berlín y la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
El neoliberalismo de acuerdo con David Harvey, en Breve Historia del Neoliberalismo, es una doctrina que fue rescatada por Paul Volcker, al mando de la Reserva Federal de Estados Unidos a partir de julio de 1979 y Margaret Thatcher primer ministra del Reino Unido a partir del mismo año, y la transformaron en el principio rector de la gestión y el pensamiento económico de Estados Unidos e Inglaterra en un primer momento.
El neoliberalismo, según Harvey, “es, ante todo, una teoría de prácticas político-económicas que afirma que la mejor manera de promover el bienestar del ser humano, consiste en no restringir el libre desarrollo de las capacidades y de las libertades empresariales del individuo, dentro de un marco institucional caracterizado por derechos de propiedad privada, fuertes mercados libres y libertad de comercio. El papel del Estado es crear y preservar el marco institucional apropiado para el desarrollo de estas prácticas.
Por ejemplo, tiene que garantizar la calidad y la integridad del dinero. Igualmente, debe disponer las funciones y estructuras militares, defensivas, policiales y legales que son necesarias para asegurar los derechos de propiedad privada y garantizar, en caso necesario mediante el uso de la fuerza, el correcto funcionamiento de los mercados”.
Es decir, a partir de finales de la década de los ochenta, en el caso de El Salvador comienza en los 90s, los Estados comienza a promover leyes y eliminar otras, para dar impulso “al desarrollo de las capacidades y libertades empresariales”, en detrimento de la clase trabajadora, en general.
El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial se volvieron en los técnicos o asesores para impulsar las leyes para la privatización de las empresas estatales rentables.
En el caso de El Salvador, como ya hemos escrito en otros editoriales, se privatizaron las pensiones, que hoy tiene en la cuerda floja a millares de pensionados; se privatizó la banca, dejando al Estado millonarias pérdidas por las cuentas incobrables; se privatizó la telefonía nacional y las exportaciones, entre otras.
Lo que esta pasado en Chile, como acertadamente lo han manifestado los dirigentes sociales, tiene que ver con esos treinta años de la puesta en marcha de la doctrina neoliberal, que se vendió con gran espejismo por la pujanza que, en efecto, tuvo en los primeros años la venta loca de los bienes estatales, pues los gobiernos recibieron miles de millones de dólares, pero estos fondos se acabarían finalmente con los años, mientras que los sectores empresariales, sobre todo las empresas internacionales, era el negocio del siglo, pues la rentabilidad se aseguraba de forma ilimitada en el tiempo. Pero el paraíso que creó el neoliberalismo esta tocando fondo.
Ecuador fue primero. El ahora gobierno neoliberal de Lenín Moreno atendiendo una orden del FMI, quitó el subsidio a los combustibles y ejecutó otras medidas neoliberales, lo cual provocó que el pueblo se levantara.
Pero, fueron los pueblos originarios los que durante dos días en que se movilizaron hacia Quito, la capital, le pusieron alto a las medidas neoliberales.
Lenín Moreno más que por cobardía que por seguridad, trasladó el gobierno a Guayaquil, con el afán de entablar el diálogo con los líderes de los pueblos indígenas y del movimiento popular y sindical de Quito.
Al final, Moreno se vio forzado a recibir a la oposición social y popular, y anuló la medida neoliberal que causó el repudio y la protesta popular.
Ahora es el turno es de los chilenos, que inició con una multitudinaria manifestación el viernes 18 de octubre, en protesta por el alza del precio de la tarifa del metro en Santiago, de 800 a 830 pesos (1.17 dólares); pero derivaron en un mayor movimiento que pone sobre la mesa otras demandas sociales, sobre todo las bajísimas pensiones del sistema privado.
Recordemos que fue en Chile que se instaló por primera vez el sistema privado de pensiones, que se vendió en toda América Latina como la panacea de ese beneficio económico al que todo jubilado tiene derecho, por trabajo de toda la vida.
En El Salvador, que adoptó el sistema chileno, se trató de ocultar durante varios años el fracaso del sistema privado, no solo en Chile, sino aquí en El Salvador.
La lucha de los chilenos ya no es solo en contra de la subida del precio a la tarifa del metro, sino en contra de otras medidas neoliberales implantadas desde hace treinta años: tenemos el tema de las AFP (Administradoras de Fondos de Pensiones), de las colas en las clínicas, listas de espera en hospitales, el costo de los remedios, los bajos sueldos y las cuotas escolares universitarias, entre otros.
Este es el espejo en el que debemos vernos los salvadoreños, no solo el movimiento social; sino la clase política.