Edmundo Cordero,
escritor mexicano
Sus ojos sólo impactaban contra el techo, debajo de las sábanas su cuerpo reposaba, ella trataba de encontrar la respuesta a una pregunta que no había sido formada pero que presentía cerca, por la ventana sólo se asoman los reflejos de los faros de los automóviles que pasan sobre la calle, sobre su pequeño buró, el reloj marca ya las 3: 45 A.M.
Una gata maúlla, subsecuentemente grita de dolor y placer, un perro ladra y otro a la distancia le contesta y un tercero le contesta a éste que sólo calla, los alaridos de un borracho, la sirena de una patrulla que juega a vigilar el lugar, los sonidos de amor que emanan de la casa de los jóvenes vecinos que luego se ven interrumpidos por el llanto de un bebé.
Ana no duerme.
Un hombre acaba de descubrir que su esposa le es infiel desde hace años, que su hija no es su hija y que además es abusada por su tío, aquel hombre toma a la niña en sus brazos y le dice:
– Siempre te voy a querer, siempre serás para mi, mi niña. –
La niña y él lloran, la mujer que se encuentra en la escena, sólo grita sarcásticamente y le dice a aquél pobre hombre que se arrepentirá por lo que a hecho, él toma a la niña de la mano, se dirige a la puerta con intención de irse, se interpone el hermano y amante de la mujer, el papá de la niña, se enfrenta a su cuñado, jalonean, el cuñado lo avienta al suelo, saca un arma de su cinto y le dispara, la niña ahora llora, el cuñado la toma por la fuerza , el hombre tirado en el suelo derrama sangre y lágrimas, la mujer ríe satisfecha, la niña llora penetrada, un hombre siente placer y otro simplemente muere.
Ana extraña a su papá, se aferra al único recuerdo que le queda, se acurruca sobre la cama, se abraza al recuerdo, llora, trata de gritar, imagina que él se encuentra en el pasillo y la busca, que le viene a leer un cuento, a cantar alguna canción, que viene a consolarla, pero no hay respuesta y el oso de peluche al que se encuentra abrazada no responde con algún movimiento el abrazo.
Acurrucada, abrazada a un recuerdo del que no recibía nada, Ana comienza a entre cerrar los ojos, aparecen imágenes, un cachorro, el mar, una mujer caminando sobre la arena, ella misma viendo el mar.
De repente un estruendo, la cabeza de Ana voltea, dejando atrás aquel extraño y paradisíaco sueño, hacia la ventana, ve el brillo de una verdosa luz y luego la fría obscuridad de la madrugada.
La luz se había ido, aquella no supo si tener miedo o sorpresa, sólo el silencio y el sonido de algunos vecinos, aquellos que se encuentran despiertos, que hablan sobre el apagón, perros ladran, algunos perros ladran, muchos perros ladran, todos lo perros ladran.
Se escucha un grito desde alguna casa lejana, “seguramente algunos amantes de la cuadra fueron sorprendidos por el apagón mientras hacían el amor” Eso piensa ella mientras sigue recostada en la cama, los minutos pasan, el silencio se disipa, lo suplanta una serie de gritos, dolorosos gritos, aterradores gritos, desgarradores gritos bañados de fuego.
Primero fueron algunas casas, luego calles, luego manzanas enteras llenas de gritos. Ana, como es natural, no concilia el sueño, se levanta de la cama, va hacia la ventana, la abre y se encuentra con aquel caos sonoro que es la ciudad.
Gritos, ambulancias, patrullas, bomberos, protección civil, personas que gritan pidiendo ayuda, otras que maldicen y buscan acabar con las personas que parecen heridas, primero golpes, luego cuchillos y armas de fuego, el primer disparo no tardó en escucharse, casas prendidas fuego, personas que huyen de cualquier parte y de cualquier forma, pero otras, tristemente otras, absurdamente, otras personas se encuentran tiradas, inertes en el suelo aparentemente muertas.
Ana no sabe que hacer, no sabe cómo reaccionar ante aquel cúmulo de imágenes que se le muestran a la vista, abraza a su oso, observa secreta y silenciosamente el caos y presiente el olor a muerte que se aproximaba.
Es ahí en al ventana donde siente una pequeña molestia en su pierna, un cosquilleo y luego un piquete, un doloroso pinchazo que le hizo dar un manotazo sobre su muslo, sintió un pequeño cuerpo y líquido corriendo por sus manos, la falta de luz le impedía ver de qué se trataba, cerró la ventana y se sentó sobre la cama pensando, simplemente pensado “de qué se trata todo esto”. La molestia en su muslo derecho comenzó a hacerse más presente, se frotaba la pierna con su mano, el dolor aumentaba, tenía ganas de volver a llorar, pensó en ir a la cocina, buscar una lámpara, el dolor era demasiado, casi insoportable, pensó entonces en tomar el celular de su madre, el celular al que tenía prohibido el acceso.
Empezó a sentirse extraña, mareada, adormilada, le invadía rápidamente un cansancio del que desesperadamente buscaba correr, no se sabe de que rincón tomó fuerza para ir en dirección de la cocina, se movió hacia la puerta de su habitación cuando de golpe alguien abrió la puerta, un par de ojos blancos y casi sin vida le observó fijamente.
– Ana!-
Al momento del grito, la luz volvió dejando ver la pálida y mortuoria cara de su tío y abusador, parecía ebrio, drogado, ella lo había visto varias veces en dichos estados pero hoy había algo extraño, algo que no se correspondía a lo habitual.
– Ayúdame, Ana! Me quema! –
Ana sólo observaba sin pronunciar palabra, luego el trágico colapso, su tío ya no podía articular alguna oración, sólo eran gemidos, gritos de dolor, Ana se acercó a él a pesar del dolor que ella misma cargaba en su pierna derecha, la somnolencia también le causaba estragos en sus movimientos. Se acercó al cuerpo de su tío y notó en él la aparición de pequeños huecos en toda su anatomía, perfectamente redondos, sanguinolentos, aquel hombre gritaba, ella miraba con estupor la escena, cuando de repente y desde uno de los huecos vio a aquella criatura, seis diminutas patas, el cuerpo cubierto de pequeños pelos que se erizaban con el movimiento ondulatorio del cuerpo de ese horripilante ser.
Mientras Ana se acercaba más y más al cuerpo de su tío, aquella criatura se trasladaba desde la espalda del cuerpo hasta la cara, cuando Ana estuvo cerca, muy cerca de la criatura aquel ser, rápidamente, se escondió en el ojo izquierdo de aquel desdichado, perforó el ojo reventándole, creando una pequeña explosión que manchó la cara de Ana de líquido y sangre.
Mientras se limpiaba la sangre de su cara, Ana notó que aquella no era la única criatura que se encontraba en el cuerpo del ahora difunto, habían más, más de ellos, más de esos seres, se alimentaban del cuerpo, lo disfrutaban. A pesar del adormecimiento, Ana, saltó el cuerpo inerte de su tío y se dirigió corriendo hasta el cuarto de su madre, abrió la puerta y la encontró convertida en el centro de una gusanera que hervía y roía cada trozo de su piel; Las cuencas, las fosas nasales, la boca, los pechos roídos, el sexo roído, los muslos, los pies, la cara entera, los gusanos se bañaban en la sangre de aquella, se alimentaban de ella, se abalanzaron los unos contra los otros en busca de la mejor parte, chirriaban , reían, los gusanos reían sobre aquel cuerpo.
Ana, muda, inmóvil, quieta, deseosa de correr, con la cara bañada en sangre, de golpe despertó de aquel transe, el dolor era ya menor al miedo, la adrenalina era liberada por su cerebro más rápido. En un único movimiento corrió al exterior de la casa, respiraba con dificultad, se tropezaba, chocaba con cosas, con las mesas, con las sillas, con todo los muebles, a donde miraba había gusanos, gusanos que chirriaban y comenzaban a seguirla, que se acercaban, que estaban sobre ella.
Abrió la puerta, vio tres imágenes; La primera, una ciudad en llamas, gente corriendo, todo quemado, gente muerta sobre las calles, devoradas, agónicas, consumidas por las llamas y el hambre de aquellas criaturas; La segunda imagen, El pitbull de su tío entrenado específicamente para pelear, reventado del pecho, hervían los gusanos de su pecho, comían los gusanos de su pecho; La tercera imagen, el niño de un año que en las veraniegas tardes paseaba vestido con su trajecito azul, abrazado a su madre, ahora en el suelo, boca abajo, con los ojos podridos, se movía, no por algún mecanismo nervioso, sino por los arrebatados tirones de cientos de gusanos que le devoraban y a dos metros de su cuerpo el cuerpo de la madre tirado y fornicado por el destino.
Ana siente que las piernas se le quiebran, el dolor vuelve, la somnolencia aparece, su vista se nubla, se pierde y vuele, todo esto en repetidas ocasiones, entre el movimiento vertiginoso divisa a las larvas acercarse cada vez más a ella, con la poca fuerza que le queda se acerca al coche de su tío, logra abrir la portezuela y logra introducirse a su preclaro refugio.
Allí dentro, ella se toma el tiempo para revisarse el muslo, mira la quemadura que tiene, mira como empieza el proceso necrótico, le quema. Recuesta su cabeza sobre el asiento, se sonríe al ver que los gusanos no puede pasar a través del metal de la carrocería.
El sueño empieza a ganar terreno, lucha pero les imposible, el dolor mengua a ratos, sus ojos cada vez se cierran más y más. Ella ve, ella oye, ella oye el fuego y los gritos de miedo que aún quedan y escucha, ella escucha el sonido del mar. Ve, ella ve a los que corren y mueren penetrados por las larvas y observa las olas, la playa, observa mujeres vestidas de viento, ahora observa el mundo y una piedra, una lápida con el nombre de su padre, ahora sólo escucha al mar, ahora sólo observa las olas, ahora son sólo sus ojos cerrados, sus cerrados ojos que duermen.