“Extraño la luz de este camino que dan los nombres,
como rotas páginas perdidas con los años”…
-Francisco Domingo Calles-
Luis Antonio Chávez
Escritor y periodista
Cuando en 1990 tuve en mis manos una muestra de los versos escritos por el poeta André Cruchaga, los cuales degusté durante largas jornadas.
Lejos estaba de imaginar que un día estrecharía las manos de este poeta oriundo de Nueva Concepción (Chalatenango, 1957), para sellar una amistad que iría en alza.
De aquellos escritos a la fecha he acumulado cuanto poema ha llegado a mí de este autor, los cuales han aparecido en revistas y periódicos donde cedían espacios —en aquel entonces— “por caridad a la cultura”, acción que se ha ido perdiendo porque a los propietarios de los medios de comunicación no les deja dividendos económicos.
Sin embargo, aún hay un medio impreso que cree en los artistas y contra viento y marea ha mantenido una revista cultural que data desde aquellos Sábados Culturales (1980), pasando por el Suplemento Cultural 3000, inaugurado el 24 de marzo de 1990, idea gestada en sus creadores Gabriel Otero y César Ramírez (Caralva).
En dicho Suplemento han publicados sus trabajos tanto noveles como avezados escritores, algunos de ellos han puesto muy en alto el nombre de El Salvador.
Alguien preguntará porqué acumulé tantos escritos, más me limitaré a decir que ha sido por cuestiones de estilo y de búsqueda de un lenguaje no prosaico, tal como escribiera Juan Larrea, defensor de la teoría Creacionista con su estética defendida por Vicente Huidobro:
“El siglo veintiuno verá nacer el reinado de la poesía en el verdadero sentido de la palabra, es decir, en el de creación como la llamaron los griegos”, (1) lo cual buscaba —busca, según mi criterio poético—, romper con esquemas arcaicos para proponer nuevas formas de escritura, sin que la metáfora se sienta agraviada o forzada a ser nomás un verso decorativo.
No niego que en esas noches, con o sin plenilunio, traté de hilvanar cada metáfora escrita por André Cruchaga, apuntes que me sorprendieron de entrada, pues me gustaron y aquí estoy poniéndome a cuenta para no dejar “burra” en mis comentarios, certeros o no, pero en fin son los criterios de un autodidacta metido a escritor.
Por aquello de que me enjuicien antes del génesis, permítanme cubrirme con el manto piadoso de la escritura, que es benevolente con quien toca su puerta, pero implacable con los que toman “poses” para las cámaras sin haber hallado el acertijo en Peloponeso.
En los corrillos literarios se maneja la tesis que la escritura es un lenguaje endurecido que vive sobre sí mismo, por ello no nos sorprende el estilo y la búsqueda de un don que le es dado a André Cruchaga, quien lo acoge para sí, demostrando a lo largo de varias décadas dedicadas a manchar papel, el por qué recibe los frutos de su perseverancia.
Teresa Moncayo, estudiosa de literatura y escritora (Universidad de Cádiz, España), al referirse al trabajo del poeta chalateco, acota: “La poesía de André Cruchaga requiere distintas lecturas y tantas versiones… Creo que su poesía está basada en la claridad de pensamiento y se apoya en unas líneas a veces difíciles de “descifrar”… No es una poesía lineal, simple y basada sólo en la forma. Desde luego que no. Porque dice mucho en poco y, traspasa más, por esa forma y fondo que nos incita a pensar (más de la cuenta). Y es bueno “provocar” la reacción del lector. De lo contrario estaría hueca y no lo está.” (2)
El arte poético requiere de sacrificio, dedicación, disciplina… y el poeta que comentamos lo sabe, por eso trabaja como el orfebre, de ahí que las metáforas en su pluma tomen vida impregnándolas de celajes e imágenes que, al ser descodificadas, se imantan de una escritura que sirve de trampolín para subir al podio, convirtiéndose en una lectura grata y apetecible. Para respaldar mi comentario, traeré a colación las palabras del argentino Juan Larrea, quien asegura que “lo único que debe de interesar al poeta es el acto de creación”. (3)
Larrea agrega que “el poema creado es en el que cada parte constitutiva, y todo el conjunto, muestra un hecho nuevo, independiente del mundo externo, desligado de cualquier otra realidad que no sea la propia, pues toma su puesto en el mundo como un fenómeno singular, aparte y distinto de los demás fenómenos. Dicho poema es algo que no puede existir sino en la cabeza del poeta”. (4)
Pero para llegar a esta escala, André Cruchaga, autor del libro Pie en tierra, ha demostrado que nada ha sido fácil, que han sido largas horas dedicadas a la búsqueda de un lenguaje genuino, creer en sí mismo y darse cuenta de que haber tomado este “largo camino” en un país donde poco o nada se hace por los escritores, es confesarse así mismo que se tiene alma de aedo.
No dudo que quien nunca ha experimentado la fobia de enfrentarse a la página en blanco y en completa soledad, ignora que se establece una comunicación íntima entre el hacedor y la literatura, que al final del túnel el escritor hablará por sus obras a través de su recorrido.
Veamos lo que escribe Roland Barthes en el libro El grado cero de la escritura en torno a la teoría de la comunicación íntima entre el hombre y la página en blanco: “Es la parte privada del ritual (comunicarse íntimamente con la escritura). Se eleva a partir de las profundidades míticas del escritor y se despliega fuera de su responsabilidad… Funciona al modo de una necesidad, como si en esa suerte de empuje floral el estilo sólo fuera el término de una metamorfosis ciega y obstinada, salida de un infralenguaje”. (5)
Y André no se queda atrás, el siguiente fragmento testimonia lo citado: “Hay una lluvia que grita como el pan en la hoja en blanco, existen estertores fermentados en la palma de la mano”…
Por eso es que el paso por la literatura de escritores de la talla de Paul Verlaine, Stéphane Mallarmé, Charles Baudelaire, Víctor Hugo, Walt Whitman, Erza Poud, Eliot, Jorge Luis Borges, César Vallejo, Carlos William Carlos, Jorge Arturo, Jorge Boccanera, Nicolás Guillén, Pablo Neruda, Tomás Eloy Blanco, Vicente Huidobro, Octavio Paz, Gabriela Mistral…
Y si nos ponemos más patriotas Alfredo Espino, Claudia Lars, Raúl Contreras, Oswaldo Escobar Velado, Pedro Geoffroy Rivas, Roque Dalton… han trascendido por haber encontrado en la palabra un estilo, pero también reconocemos que antes tuvieron que quemar velas en la búsqueda de una poética que dejara huella en las alas del tiempo.
No nos sorprenderá pues, que cuando se da a conocer —en el mundillo literario de esta aldea— un nuevo libro de André Cruchaga, venga impreso en dos idiomas (depende del país que se atrevió y confió en el poeta traduciendo sus escritos), porque hallaremos una voz más iluminada dada su trayectoria.
Así llegaron a mis manos Alegoría de la palabra (1992); Visión de la muerte (1994); Enigma del tiempo (1996); Roja vigilia (1997); Pie en tierra (1997); Rumor de pájaros (2002); Oscuridad sin fecha (Edición bilingüe castellano-cuskera, 2006); Pie en tierra (2007); Caminos cerrados (2009); Viajar de la ceniza (Edic. bilingüe castellano-francés, 2010); Cuaderno de Ceniza (Edic. castellano-rumano, 2013); Balcón del vértigo (2014); entre otros que iremos comentando.
Alzo la mirada, leo los versos de André Cruchaga, deambulo por las diferentes arterias de una ciudad asfixiante y virulenta. De pronto caigo en la cuenta de que los escritos de este poeta chalateco no se aíslan del marasmo citadino, sino al contrario, la convivencia con su mismo pueblo coadyuva a darle sazón al poema que se nos entrega, aunque tengamos que hilvanar cada imagen como para ir redescubriendo sus escritos.
La palabra poética es un arte sin retorno que propone una sombra espesa de los reflejos de toda clase vinculados entre sí. Son acertijos acompañados de lo existencial.