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Productos teñidos con añil. Foto tomada de http://www.suchitoto-el-salvador.com/eventos.php

Añil, el oro azul salvadoreño

Por Charly Morales Valido

Suchitoto, uno de los principales destinos turísticos de El Salvador, recién celebró el Festival del Añil, como parte de las acciones impulsadas para rescatar al llamado Oro Azul de esta nación centroamericana.

Ante la iglesia Santa Lucía, en la plaza central de Suchitoto, productores y artesanos promovieron artículos teñidos con el emblemático colorante celeste, vistoso, enteramente orgánico y parte medular de la cultura salvadoreña.

El propósito alcanza ribetes sociales, pues tal actividad constituye una fuente de ingreso para la población local, en especial las mujeres del entorno rural, dedicadas al cultivo del xiquilite, término que en idioma náhuatl significa “hierba azul”.

Fernández de Oviedo, el primer naturalista del Nuevo Mundo, referenció los tintes índigos de los aborígenes locales en 1526, y ya a mediados del siglo XVI ya El Salvador producía un 91 por ciento del añil procesado en América Central.

Los nativos tenían sus técnicas de extracción, pero los españoles introdujeron el sistema de obraje, que redujo el riesgo de enfermedad y muerte por la inmersión en el caldo de xiquilite fermentado, de cuya reducción resultaba el “oro azul”.

El añil fue, junto al café, el producto líder en las exportaciones salvadoreñas en el siglo XIX, pero la irrupción de los tintes industriales provocó la decadencia de dicha industria, arruinó los obrajes de procesamiento y socavó la tradición.

También incidieron el ataque de piratas a los cargamentos de añil y las plagas que asolaron las fincas de Chalatenango y Cabañas, un compendio de males que condujeron al colapso de la industria en 1945, que amenazó con extinguir esta tradición.

Casi medio siglo después, con la firma de los Acuerdos de Paz, comenzó un programa para revivir el añil en lugares donde quedaban vestigios de obrajes, recopilando testimonios de los pocos maestros punteros que aún recordaban los secretos para extraer la tinta.

Poco a poco, las autoridades han creado espacios para resucitar esta práctica, haciendo del añil un emblema nacional y convirtiendo en destinos de interés turístico los lugares donde lo producen, como la Hacienda Los Nacimientos, en Suchitoto.

A su vez, la creciente demanda de tintes orgánicos propició un resurgir de la exportación de un producto que identifica y enorgullece a esta nación culturalmente policroma, que ya no quiere teñirse de sangre, si no de añil.

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