José M. Tojeira
Este 10 de diciembre se han cumplido 75 años de la declaración universal de los Derechos Humanos. Y aunque cada vez hay más personas e instituciones que los defienden, muchas veces con una enorme generosidad e incluso riesgo personal, lo cierto es que nos encontramos en una coyuntura mundial de crisis al respecto. Las guerras, tan mortíferas y crueles, implican graves violaciones de derechos básicos.
Conocemos las guerras de Rusia-Ucrania y de Hamás (franja de Gaza)-Israel. Pero además de éstas, existen en la actualidad otras 10 guerras que acumulan más de mil muertes al año, junto con numerosos conflictos internos. Es lo que el Papa Francisco llama “guerra mundial a pedazos”. Las instituciones internacionales de la ONU insisten en el diálogo y la búsqueda de paz. Pero los intereses tanto de grupos como de estados se resisten a un clamor que es realmente mundial.
Otros países tienen orientaciones autoritarias que niegan derechos civiles y políticos, encarcelan o destierran a sus ciudadanos sin que la comunidad internacional pueda encontrar caminos que lleven al diálogo y restauren una institucionalidad democrática que vaya más allá de las elecciones y respete los derechos de libertad de pensamiento y opinión de las personas. Los mensajes de odio, la mentira convertida en insulto y agresión se multiplican en las redes rebajando muchas veces la calidad de pensamiento de los países e impidiendo la convivencia fraterna.
La pobreza, la desigualdad, el hambre, continúan siendo verdaderas plagas en un mundo en el que el 17% de la producción de alimentos se desecha, acaba en la basura. Las mujeres, los niños y los ancianos sufren especialmente las carencias de políticas alimentarias y de las incapacidades gubernamentales y sociales de enfrentar el problema de la pobreza.
Nuestro propio país no es ejemplar en la promoción y defensa de derechos. Se critica a las organizaciones defensoras de Derechos Humanos de la sociedad civil. El poder autoritario convierte con frecuencia en cómplices de violaciones a los Derechos Humanos, por acción o por comisión, a las instituciones estatales responsables de cuidar y proteger dichos derechos.
Se limitan derechos políticos y civiles al tiempo que se descuidan derechos económicos y sociales. No hay un combate claro y sistemático contra la pobreza y no se invierte lo adecuado en salud ni educación. Las instituciones de justicia dependen exageradamente del poder político y la responsabilidad social no es la virtud fundamental ni del liderazgo económico ni del gubernamental.
Si en base a lo dicho podemos hablar de una verdadera crisis en el campo de los DDHH, la reacción de la sociedad civil debería ser mucho más vigorosa. A los Derechos Humanos podemos definirlos como una moralidad externa al poder del Estado, que lo modera y le obliga a estar al servicio de las personas. Descuidar los DDHH, ignorarlos, volvernos ciegos ante ellos es caer en la inmoralidad. Y es retornar a la dinámica que convierte el poder en un ídolo que oprime a la persona humana.
La parábola evangélica del publicano compasivo y solidario en contraste con los clérigos indiferentes ante el dolor de un herido, continúa teniendo una enorme vigencia en el mundo en que vivimos y en nuestro propio país. Al celebrar los 75 años de la proclamación de los DDHH resulta indispensable para todo cristiano comprometerse con mucha más seriedad en la defensa de estos derechos.