Por: Rolando Alvarenga
Hace pocos días se cumplió el primer aniversario de la muerte de Muhammad Ali: uno de los más grandes boxeadores de todos los tiempos y una leyenda integral que terminó perdiendo por “nocaut” ante la muerte, un rival al cual no pudo seguir dándole pelea.
El excampeón olímpico y triple campeón profesional en los pesos pesados —primero conocido como Cassius Marcelus Clay y después como Muhammad Alí— murió a los 74 años. Se retiró en 1981 y en 1984 fue diagnosticado con Mal de Parkinson, una enfermedad que con el transcurso de los años lo fue minando y que conmovió a los millones de mortales que conocieron y vivieron su privilegiada grandeza.
Admirado por millones —y no digerido por muchos— Alí fue deportiva, política y mediáticamente un carismático pugilista que brilló con luz propia en las décadas sesenta y setenta, revolucionando el mundo del box. Su estilo en defensa y ataque —complementado con la famosa “gallinita” de aquellos años dorados— era todo un show que arrancaba la ovación de cualquier cantidad de espectadores. Con él en la otra esquina, el espectáculo siempre estuvo garantizado.
Tras ganar la medalla de oro en los Juegos Olímpicos Roma 1960 —la cual arrojó años después a un río en protesta por no recibir el reconocimiento que él creía merecer— saltó al profesionalismo para escribir una de las más grandes historias jamás contada.
Alí fue un atleta integral que, a punta de golpes y mucho güiri güiri promocional, proyectó mediáticamente al boxeo, logrando que, a partir de él, muchos boxeadores élite recibieran millonarias bolsas.
Ganó tres veces el cinturón mundial de los pesos pesados con inolvidables actuaciones para la retina. Su primer título lo obtuvo en 1964, noqueando en siete capítulos a Sony Liston. Pero ese cinturón le fue retirado en 1967, cuando una Corte de Nueva York le condenó a cinco años de prisión por negarse a prestar servicio militar e ir a combatir en la Guerra del Vietnam.
Recuperó el cinturón en 1974, al noquear espectacularmente a George Foreman en ocho asaltos; mientras que el tercer cetro mundial lo obtuvo en 1978, al superar por puntos a León Spinks en quince rounds.
Colgó los guantes en 1981, dejando para la posteridad un saldo de históricos, épicos, espectaculares y dramáticos combates que llegaron a considerarse, en ocasiones, “peleas del año”; como por ejemplo, contra Joe Frazier, Ken Norton, George Foreman, Ringo Bonavena, Yimmy Young, Jerry Quarry y Larry Holmes, su único noqueador.
Su foja fue de 56 victorias, 37 nocauts, 19 por puntos, 4 caídas y un revés por nocaut. Ganó 48 millones de dólares y clasifica como uno de los grandes atletas del siglo XX.
En lo personal, habiendo seguido su trayectoria, creo que su Mal de Parkinson tuvo que ver con la impresionante cantidad de golpes de alto tonelaje que encajó en su cabeza en los últimos años de su carrera. Lo hizo a los 39 años, una edad en la que los golpes terminan pasando una factura de altos intereses. Y como un hecho anecdótico, esta es una buena oportunidad para revelar que la trascendencia de esta leyenda boxística tuvo mucho que ver con mi inspiración para dedicarme a la práctica periodística. ¡Y no soy creído!
*Los conceptos vertidos en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quien los presenta.