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Año nuevo, democracia nueva

Por: Ricardo Ayala
Secretario Nacional de Educación Política e Ideológica del FMLN

El fin de año y el comienzo del nuevo guardan un significado especial para el reinicio de propósitos. Para cada familia salvadoreña, en especial para quienes albergan la esperanza por un país justo, equitativo y solidario, deseamos que sus propósitos de año nuevo 2024 tengan un feliz término.

A estos, sumamos la imperecedera necesidad de una democracia nueva para nuestro país en la cual se condensen los anhelos de participación protagónica de los históricamente excluidos por los poderes dominantes, que haga realidad un futuro digno para quienes han padecido a lo largo de sus vidas la injusticia y la explotación de un modelo de país que ya hemos señalado de criminal.

Porque hay que insistir, la democracia que vive e impera en El Salvador ha caducado, se agotó y es incapaz de resolver las necesidades del pueblo (si es que en algún momento pudo hacerlo), así como para reencantar a los sectores demandantes de transformaciones sociales, políticas, culturales y económicas. Esa democracia caduca es la democracia representativa, hecha a imagen y semejanza de la burguesía entreguista que ha explotado y saqueado al país en los últimos dos siglos en contubernio con las fuerzas imperialistas.

Y esta afirmación sobre la descomposición de la democracia representativa no es exclusiva de la izquierda, sino que ya es una conclusión generalizada, incluso desde sectores de la derecha light de nuestro país, por supuesto, estos últimos con el único fin de desmarcarse de la crisis terminal que esa democracia elitista afronta.

A la sazón, son varios los analistas políticos (la gran mayoría, de derecha) quienes tratan de salvar a la democracia representativa culpando a los partidos políticos de los errores de esa democracia (especialmente, contra el FMLN, tanto por los aciertos como por los desaciertos durante su gestión gubernamental); sin embargo, no explican que esa forma representativa de la democracia únicamente propone que una élite burocrática sea la administradora del poder en beneficio de la burguesía dominante local y mundial. Otro ejemplo. El mismo Tribunal Supremo Electoral (TSE), pretende con un estribillo poco convincente lavarle la cara a esa democracia de las minorías, asumiéndose como promotor de una democracia participativa.

Pero los intentos de la clase dominante para evitar que la crisis de la democracia representativa les explote en las manos e impedir que las clases populares construyan otra forma de poder, de signo participativo y directo, no terminan ahí. El mismo gobierno de turno pretende impulsar una reforma constitucional que involucre un nivel de participación a medias para intentar capitalizar el descontento generalizado del actual sistema político representativo en crisis y adjudicarse un andamiaje político que le permita extender su poder durante más tiempo mientras termina de consolidarse su nuevo grupo económico dominante, en sustitución a la rancia oligarquía conservadora de origen terrateniente y agroexportadora.

Y pese a este último ejemplo, existen otros más por salvar a la democracia representativa de su senilidad. Por ejemplo, los cientos de planes de agencias de cooperación con fines políticos de promover una falsa concepción participativa de la democracia, reducida a que la población actúe en los límites de esa misma representatividad, claro está, sin proponerse establecer nuevas relaciones económicas que atenten con la propiedad privada y la economía capitalista.

Pero, entonces, ¿de cuál democracia hablamos?

La democracia nueva de que hablamos es popular, es participativa, es protagónica, es directa y es integral. Es popular y desde abajo, en sentido socioclasista, porque son los sectores históricamente excluidos y explotados quienes deben tomar parte de las decisiones que implican los intereses del país; es participativa porque en ella deben establecerse los mecanismos, estrategias y espacios de diálogo, debate y decisión para que tomen parte desde todos los sectores del pueblo a diferentes niveles (municipios, barrios, colonias, cantones y caseríos); es protagónica, porque en ella deben participar activa y efectivamente todos los sectores populares y sociales, independientemente de las diferencias socioculturales, a través de mecanismos que diezmen los obstáculos técnicos que los temas de decisión demanden; es directa para que la capacidad de decisión en cada individuo y colectivo sea efectiva, evitando las intermediaciones absolutas de los representantes, quienes se anquilosan en la nomenclatura del poder público; y es integral, porque no sólo actúa en el mero ámbito político (que no se reduce a las elecciones cada tres o cinco años), sino que también demanda participación en los ámbitos sociales, económicos y culturales del país (contrario a las agendas de cooperación internacional que sólo promueven el emprededurismo, cuasi último descubrimiento traído por el gitano Melquíades a Macondo, mítico lugar creado por Gabriel García Márquez en su novela más representativa, Cien años de soledad).

Estas son, a nuestro parecer, las características mínimas que reúne la nueva democracia que urge construir en el país y que sólo puede serlo con el consenso y participación de los sectores dispuestos a superar el actual sistema político representativo y enfrentar el capitalismo neoliberal, ambos implicados y en decadencia total, pero que amenazan con arrastrar a los pueblos a una barbarie aún desconocida, pero de la que ya se avizoran algunos ejemplos. Además, hará falta mucha escuela y formación política desde la educación popular y otras pedagogías críticas junto a la lucha popular para formar la consciencia que esta batalla implica.

Por otra parte, cabe reafirmar que esta nueva democracia no excluye la lucha política desde la democracia representativa por parte de la izquierda, por eso el desafío de su justa combinación es mayor.

 

Este año conmemoraremos cinco siglos exactos de resistencia de nuestros pueblos originarios, quienes enfrentaron a las hordas de invasores ibéricos que incursionaron en el ahora territorio salvadoreño para someter y explotar los bienes naturales y humanos existentes en aquel momento. Propongámonos conmemorar esa gesta de resistencia de nuestros pueblos indígenas con esta oportunidad para construir una nueva democracia, que sea verdadera alternativa a la dominación burguesa y transnacional.

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