Álvaro Darío Lara
Una de las causas de mayor estrés en nuestra vida contemporánea es la incertidumbre. Incertidumbre ante los proyectos personales, laborales, familiares, económicos.
La incertidumbre alimenta un malsano temor que hace presa de los hombres y mujeres de este acelerado siglo XXI, tan afincados en las nuevas formas de comunicación e información tecnológica, donde casi todo sucede a una increíble velocidad. Velocidad que no permite el análisis, la reflexión. Velocidad que significa ceder, muchas veces, a los impulsos.
Tenemos una tendencia casi natural a pensar que podemos controlarlo todo, y nada nos causa mayor ansiedad, que nuestros planes no se concreten cómo los diseñamos mentalmente. Y esto verdaderamente, es absurdo.
Un gran autor de temas místicos, Cecil A. Poole, nos dice en su libro: “Ansiedades que perjudican”, al respecto: “El proceso del vivir no se puede basar completamente en certidumbres que se planean en la mente humana. Hay circunstancias sobre las cuales tenemos poco o ningún control. Como consecuencia de ello tales circunstancias se convierten en incertidumbres a las cuales tenemos que enfrentarnos como parte de la vida misma. Las enfermedades, los accidentes y las presiones económicas y sociales que nos suceden son parte de la relación que existe entre las personas y su medio ambiente. Las incertidumbres causadas por estos acontecimientos, contribuyen a las dificultades que perjudican nuestra vida”.
Recuerdo en mis clases universitarias el caso de un alumno que casi nunca se presentaba al aula. Prácticamente llegaba sólo a los exámenes. Rara vez cumplía tareas. Finalmente, pese a mis exhortaciones porque mejorará su rendimiento y asistencia, reprobó la materia. El resultado fue increíblemente inesperado para mí. Ese joven lloró como un niño. Incluso acudió al Decanato donde tuvimos que atenderlo, ya que su crisis nerviosa era muy evidente. En ese momento me enteré que la materia reprobada era la última que le faltaba para egresar de su carrera. Él manifestó que todo lo tenía planeado, que de eso dependía un posible ascenso en su trabajo, y que tenía preparados una serie de eventos, que dependían de su calidad de egresado. El problema es que, lamentablemente, todo había sido ideado en su mente, pero muy poco había hecho por volverlo posible. Daba por hecho que su condición de egresado era un hecho, y jamás cruzó por su cabeza, que, debido a su mal rendimiento, esa posibilidad cada vez se fue alejando.
En el ejemplo anterior, nuestras certidumbres, no están a la altura de lo que hacemos por volverlas realidad. Incluso, aunque hagamos lo que hagamos, nada es seguro, en términos más profundos. Incluida nuestra propia vida.
En ese sentido, Pool nos continúa aleccionando: “Por extraño que parezca, en toda la historia de la humanidad el hombre no ha aprendido que, en el mundo material, como él lo entiende, pocas son las cosas absolutamente ciertas. El hombre está rodeado de incertidumbres que lo afectan constantemente. No sabemos si seguiremos viviendo o ni siquiera si el mundo según lo conocemos, continuará existiendo”.
Hay mucha soberbia en todo esto, cuando pensamos, que somos los verdaderos artífices de nuestro destino. Como bien dice Poole: “…el cambio es el único hecho del cual podemos estar seguros”. Lo cual no significa que no hagamos proyecciones vitales. Al contrario, hay que hacerlas, es urgente y recomendable hacerlas. Pero, lo que no podemos creer es que éstas se cumplirán a pie juntillas.
Poole pone el dedo en la llaga cuando va más allá de lo aparente: “Las incertidumbres están apoyadas por el valor que damos a las cosas físicas o materiales. Los verdaderos valores que se necesitan para fortalecer ese apoyo son los valores eternos, los que vienen del ser interno”.
En 2001 un terremoto asoló parte del territorio nacional, en la ciudad de Santa Tecla, como en otras zonas del país, hubo mucho dolor, muchas pérdidas materiales y humanas. Recuerdo el testimonio de un hombre que en un abrir y cerrar de ojos, perdió su vivienda, al quedar ésta cubierta totalmente por rocas, tierra y escombros. En realidad, su historia, fue de pérdida material, ya que afortunadamente nadie se encontraba en su vivienda al momento del fatídico deslave que sepultó la colonia Las Colinas, en la ciudad mencionada. Otros tuvieron peor suerte, ya que familias enteras murieron trágicamente.
Y nadie, nadie, imaginó tal tragedia, ese día. Ante esto y ante tantas vicisitudes que la vida nos presenta, lo único sólido y perdurable es lo que viene del espíritu. Por tanto, vivir con una perspectiva más espiritual y realista de nuestra existencia, nos asegurará vernos libres de temores y sufrimientos innecesarios. Aceptar las incertidumbres, nos liberará de muchas penas.
Por ello, las palabras de San Francisco de Sales (1567-1622) resultan tan sabias, y constituyen un apropiado colofón al presente artículo: “No pienses en lo que puede suceder mañana. El mismo Padre Eterno que cuida de ti hoy, te cuidará mañana y todos los días. Él te defenderá en el sufrimiento o te dará una fortaleza infalible para sobrellevarla. Por lo tanto, ten paz y destierra todas tus preocupaciones”.
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