Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Cuando era un adolescente y un enérgico joven, lo que denominamos “la muerte” me parecía algo demasiado lejano y extraño. Nunca escribí sobre ello, pese que el país (como ahora) se encontraba empantanado en una vorágine de violencia, y la Parca venía a menudo a visitarnos.
Sin embargo, la conocí en el fallecimiento de mi abuelo materno, Andrés; de mi padre, Gilberto; de mi tío Ricardo; y de mi abuela materna, Hortensia. Todos muertos en el hospital o en sus domicilios, entre sábanas blancas. Pese a esto, a la proximidad con la desaparición física de los seres que amé profundamente, repito, jamás tuve familiaridad con la muerte.
Ahora, ya peinando canas, cada deceso me recuerda aquella sabia sentencia: “No somos inmortales”. Pero tampoco es, el sabernos reos de la muerte, ninguna preocupación, más allá de los naturales sentimientos. Tarde o temprano, ésta llegará, arrebatándonos a lo que aún nos quedan. Y desde luego, llevándonos en la actual envoltura física. No nos queda más que aceptar lo inevitable, y saber que mientras todavía habitemos esta Casa de las Criaturas, ciertas son las palabras del místico Cecil A. Poole, cuando nos dice: “El dolor, la pena, el desaliento, la tribulación y los problemas serán parte de nuestra existencia mientras vivamos en el medio ambiente del mundo material en que nos encontramos”.
Desde luego, es el sueño, el arte, la creación y recreación de la bendita belleza –que pese a todo sigue iluminando al mundo- lo que a muchos nos hace continuar despertando llenos de alegría y optimismo. Esperando, únicamente la visita inexorable, que nos conectará con otros planos más trascendentes. Por ello, el término “muerte” resulta tan limitado, sobre todo, para aquellos que creemos en el indispensable retorno físico y espiritual, que ha de purificarnos en el largo camino evolutivo. Así, Poole, termina aclarándonos: “Todas las transiciones son inevitables, ya sean entre la luz y la obscuridad, entre los colores del arco iris, entre las estaciones, o de una situación o estado a otro. Todas ocurren constantemente. Como parte de la creación universal y así mismo una parte de las leyes cósmicas y naturales, estamos sujetos a estos cambios que llamamos períodos de transición”.
Dos últimas transiciones me han llenado de tristeza, pero también de felicidad, porque de esta manera todos los dolores y sufrimientos presentes han terminado, y las nuevas posibilidades de vida se abren, como una maravillosa rosa matinal. Me refiero a los decesos del doctor Darío Villalta Baldovinos (a quien dediqué algunas líneas en este periódico) y del querido Arquitecto Luis Salazar Retana. Este último, un entusiasta y fecundo narrador, como pocos en nuestro medio, quien incursionó con acierto en los temas sobrenaturales, fantásticos y poéticos. Asimismo, Salazar Retana se distinguió como un consumado historiador del arte, catedrático, y miembro de número de la Academia Salvadoreña de la Lengua. También se desempeñó durante muchos años en la Universidad “Dr. José Matías Delgado”, donde fue Decano de la Facultad de Ciencias y Artes. ¡Paz a sus almas ya en comunión con la Energía Universal!