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Ante las próximas elecciones

José M. Tojeira

Cuando se acercan tiempos electorales es importante pensar una vez más en el futuro de nuestra democracia. Es tiempo de pensar en qué y hacia dónde hay que avanzar democráticamente. No podemos conformarnos con votar por el color de nuestra simpatía o por la simple apariencia de la persona que mejor nos caiga. Debemos reflexionar sobre lo que deseamos para nuestro país, sobre cómo queremos que funcione nuestra democracia, y posteriormente pensar qué partidos y qué personas nos pueden llevar a lo que anhelamos para el país. Para ayudar en esta tarea de pensar en nuestra democracia, es necesario reflexionar sobre algunos puntos básicos. Sin tratar de ser exhaustivos, aquí van algunos de ellos.

En primer lugar, es indispensable recordar el deseo de quienes pensaron en el pasado la democracia actual: “Que nos gobiernen leyes y no personas”. La tendencia salvadoreña al caudillismo, presente todavía en el modo de presentar a los candidatos, está reñida con la reflexión serena. Se promueven más los sentimientos que los compromisos racionales. Y no falta el votante que prefiere la recepción de favores vía amiguismo y compadrazgo, que trabajar y sacrificarse en favor de los bienes universales a los que todos tenemos derecho. No necesitamos salvadores, sino personas dispuestas a universalizar bienes desde la legislación y las instituciones. Si nuestra legislación no garantiza la igual dignidad de las personas, y si los políticos no se empeñan en construir y aplicar normativas que conduzcan en esa dirección, el desarrollo equitativo y justo no será más que una parte aburrida de un discurso hipócrita.

Romper la tendencia al autoritarismo solamente se consigue con un diálogo que aproxime intereses desde la conciencia de la igual dignidad. No es fácil aproximar los intereses de los ricos y los pobres, o de los profesionales y los que tienen una educación formal escasa. Pero esa debe ser la tarea de los políticos. Los derechos humanos, como una moralidad cívica externa al poder, debe convertirse en pauta cultural. Y la Constitución salvadoreña, que con tanta decisión habla inicialmente del bienestar económico para todos y de la justicia social, debe impulsarnos continuamente a revisar las carencias económicas y sociales de tantos salvadoreños. Los caminos hacia la justicia social pueden ser diversos. Pero para eso está el debate político, el diálogo social y al final las decisiones coherentes con los principios y basadas en la mayoría parlamentaria.

Si no tenemos avances sustanciales en dimensiones básicas de bienestar, como son la educación, la salud, la vivienda con ordenamiento territorial, la ecología, la seguridad, tanto social como ciudadana, y las pensiones, no tendremos futuro. Seguiremos siendo un país con una excelente Constitución, magníficos e hipócritas discursos políticos, y un territorio plagado de líderes oportunistas, dispuestos a aprovechar los diferentes festivales de corrupción que con tanta facilidad se organizan desde el Estado. Mostraremos siempre buenas intenciones, pero nunca demostraremos coherencia entre el discurso y la realidad. No podemos mantener el modo tradicional de funcionar de El Salvador a base de deuda, remesas, corrupción, beneficios para los poderosos y migajas para las mayorías. Pero creemos que podemos resolver los estallidos sociales con parches y discursos.

La desigualdad nunca tendrá un futuro de convivencia armónica. Realidades tan simples como la de una reforma fiscal progresiva y un honesto uso del presupuesto son indispensables para construir un futuro decente. No hay nada nuevo en esto, pero demasiada gente con poder mantiene un pensamiento mucho más anticuado y ligado a la explotación insensible de los pobres y los sencillos. Participar en unas elecciones con discursos demasiado vagos, votar sin claridad de proyecto, no producirá más que un cambio de nombres. Y los problemas continuarán siendo cada vez más graves.

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