Álvaro Darío Lara
Escritor y docente
En el apartado “Pan o Revólver” del “Dinero Maldito”, dice don Alberto Masferrer, nuestro gran pensador: “Maneras de hacer pan, son infinitas en la vida. Y maneras de hacer revólveres, también. Se hace pan con harina, con madera, con lienzo, con predicación y con ejemplos, con lágrimas y con sonrisas; se hace pan con la azada y la escoba, con la pluma y con el serrucho, con la aguja y la almádana. Se hacen revólveres con el juego y con la embriaguez, con la prostitución y con la usura, con la adulación y con la mentira, con la extorsión y con la opresión, con la mezquindad y con el fausto, con la avidez y con el fraude”.
Es absolutamente inconcebible, para un país con índices tan alto de asesinatos diarios, y de violencia generalizada, cómo resulta de fácil adquirir -lícita o ilícitamente- un arma, ya que una pistola, una modernísima ametralladora, un puñal, un cuchillo, o cualquier suerte de instrumento mortífero, se venden a granel, y a plena luz del día, tanto en sitios legalmente establecidos -que siguen aumentado y prosperando- como en el mercado negro controlado por oscuros sectores.
Porta arma la policía, el ejército, la seguridad privada, las pandillas, los narcotraficantes, los propietarios… y cualquier ciudadano. Sin controles reales, sin severas restricciones.
Un país, que ya no utiliza piedras, palos o sencillamente los puños para defenderse o agredirse; ahora priman las relucientes y popularísimas armas de fuego, que cualquier niño o adolescente lleva cotidianamente, para después descargarlas de la forma más natural.
Cuánta razón tenía otro mentor salvadoreño, el recordado don Saúl Flores, cuando en su libro “Lecturas Nacionales” (No regales nunca un arma), nos dice: “… ¡No regales nunca un arma! Tampoco regales juguetes de guerra. No despiertes ni cultives la belicosidad de la especie: el niño que juega con fusiles, con espadas, con lanzas o con ametralladoras, y apunta al hermano y al compañero, se está entrenando ya para la pelea, así como el gatito se entrena para caer sobre su víctima. No colabores en tal entretenimiento”.
No es posible, siguiendo al profesor Flores, que alimentemos mediante los aparentemente inofensivos juguetes – a esto hay que añadir ahora los juegos de guerra electrónicos y los sangrientos vídeos- la afición por las armas en los niños. Tanto éstos, como el uso –nefasto- de la pólvora explosiva en las fiestas navideñas, deberían desterrarse, por convencimiento propio, de la mentalidad y costumbre de quienes los promueven fundamentalmente: los padres y familiares de los menores.
No hay duda, sobre la problemática de las armas y de la violencia, hay un largo camino por recorrer. Pero hay que iniciarlo -pronto- de la manera más lúcida.
Esto constituye un reto para todos, y en especial, para aquéllos que gobernarán el próximo quinquenio. Debemos pensar -inteligentemente- ante este desafío, teniendo a la ley como asidero, y a la justicia como divisa.