Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y Editor
suplemento Tres mil
Roberto Palencia, un gran amigo de mi papá, me insistió de nuevo: “Escribí la biografía de tu papá y la enviás a concursar a los Florales”. Me quedé pensativo ante tal iniciativa, porque era algo que debí hacer hace mucho, pero el dolor y muchas cosas más me lo habían impedido. Sé que es necesario llevar un registro de las cosas que sucedieron con mi progenitor (Mauricio Vallejo) sobre todo por la injusticia de su desaparición forzada y su presunto asesinato, pero de eso a concursar existía una distancia.
—No sé, Roberto.
—Dale, a tu papá le hubiera gustado que lo hicieras… Te aseguro que ganás.
Y en ese momento me detuve a observar una de sus fotografías, en la que mi padre tiene escasos 21 años y me sostiene en sus brazos. Así lo conocí, por medio de fotos y anécdotas que algunas personas tenían la generosidad de contar. Eso me convenció y estuve de acuerdo.
El trabajo no fue tan complicado, muchos materiales los había recopilado con los años en hemerotecas y archivos familiares, así como la obra de él que se había recuperado gracias a que mi abuela Josefina tuvo el valor de esconder en el patio de su casa.
Comencé a recopilar toda la información que tenía sobre él, testimonios de sus amigos, de la familia. Indagué en su agenda, entre sus papeles y escritos. Así logré darle forma a su historia, una historia truncada por el odio, por la guerra. Sin embargo, el dolor de mi niñez se había disipado. Quizá por ello hasta ese momento estaba preparado para escribir de él en forma.
No fue fácil suprimir el dolor de su desaparición, mucho menos ver los estragos que dejó en mi familia aquel suceso, sobre todo en mi mamá. Quien no lo ha vivido es incapaz de entender el sufrimiento de los familiares de los desaparecidos, es inmune a ello porque sencillamente no lo entiende y lo compara con otras injusticias de las que de una forma u otra se llega a cerrar un ciclo de dolor. En la desaparición forzada se da un delito continuado, sin fin. Los familiares deben sufrirlo hasta su muerte, porque es muy probable que nunca lleguen a encontrar el cadáver de su ser querido, como ha sucedido con nosotros.
Creo que el primer paso para hablar de él fue aprender a perdonar a quien lo entregó, a quien deseo asesinarlo y a quienes participaron en ello. Al final de cuentas, si la persona que lo hizo es buena tiene suficiente castigo con saber que lo hecho estuvo mal y se arrepiente; y si es malo, ser malo es suficiente castigo. En mi caso, no debo odiar. Odiar es envenenarse a uno mismo, y eso no vale la pena.
Así que comenzamos a escribir y corroborar datos. Algo que seguramente seguiré haciendo. En el caso de mi papá hay tanto por saber. Es triste que en nuestro país se hayan dado casos como este, pero en fin.
No sé cuánto tardé en construir el testimonio. Como es frecuente, no le puse fecha al inicio de este. Solo me senté a escribir y a recopilar datos para darle forma a la historia. Así fui definiendo algunas de las facetas de mi papá: hijo, hermano, amigo, padre, poeta, luchador social, escritor, cantautor, ajedrecista.
Al tenerlo listo mi mamá me ayudó a dejar el paquete en la casa de la cultura de Santa Tecla. Meses más tarde recibimos la noticia de haber ganado los XXVII Juegos florales de Santa Tecla en el genero testimonio, un premio que le pertenece a la memoria de mi padre, a mi madre y a la historia, más que a mí. Pero el solo hecho de mencionar su nombre en el título de ese testimonio que se escogió entre sus versos: “Antes que te digan otra cosa”, es el inicio para construir una historia que otros desearon enterrar y ocultar, pero ahora ahí está. Sin bombos ni platillos, solo permanente como el volcán de San Salvador cada mañana.
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