por Mauricio Vallejo Márquez
El ajedrez
“La pasé en Mejicanos. Tomamos incontables Regias. Aun así revolqué en ajedrez a Tomás y a Luna”, escribió el 23 de diciembre de 1976 en su agenda. E imagino la escena como aquellas fotografías que me envío el poeta Ricardo Castrorrivas en las que se ve a mi papá jugando ajedrez.
De niño me acompañaba un peón blanco que mi mamá me contó que formó parte del juego de ajedrez de mi papá. Así que el hecho de saber que jugó el deporte-ciencia, me motivó a aprender. Él fue de la selección de ajedrez del Instituto Francisco Menéndez (Inframen) y jugaba en la Federación salvadoreña de ajedrez (FSA), y junto a mi tío Tony fueron muchas veces a jugar a la Esquina de la muerte. Ignoro el rating de ellos. Quizá fue la primera actividad de mi papá que imité y la que mi tío Tony me contó.
Un vecino (Roger) me instruyó en el movimiento de las piezas en 1993. Entonces mi mamá me contó que mi papá tenía libros de ese arte, así que los pedí, quería aprender jugadas. Comencé a aprender con sus libros de Aperturas Cerradas y Aperturas semiabiertas de Pachman. Sentí que de alguna forma me enseñaba, pero nunca he tenido la misma disciplina que él tuvo. Años más tarde mi tío Yomar me dio uno de Aperturas abiertas y otro de Combinaciones en el Medio Juego con el que comencé a enseñarle a mi hijo, Santiago. Cada libro que logro rescatar con la firma de mi papá es un tesoro para mí.
El ajedrecista Boris Pineda, un rival de mi papá cuando jugaba con el Colegio Don Bosco, me presentó a la mayoría de los compañeros de juego de mi papá. Ellos fueron rivales en los tableros y en la vida por el amor de mi mamá, sin embargo para Boris fue doloroso lo que le pasó a mi progenitor. Él me presentó a Reynaldo Tablas, quien nunca se sentaba para jugar Blitz (ajedrez súper rápido), estaba con un pie apoyado en la silla con sus brazos sobre sus muslos. Era divertido verlo. Usaba el cabello largo y parecía un bohemio. Con él jugó Ajedrez mi papá. Se quedaban en una pieza que Tablas alquilaba en el Centro de San Salvador donde se comían las piezas y las horas, no dormían. Para Tablas fue doloroso lo que pasó con su amigo, y lo recuerda como un gran ser humano, y me pide que le envíe algún cuento de mi papá. Se siente su inmensa calidad humana.
El ajedrecista Salvador Infante lleva ordenadas todas sus partidas, entre ellas la que jugó contra mi papá. Infante llevaba blancas y mi papá, negras. Se jugó una defensa siciliana dragón en la que mi papá perdió 1-0. Esa partida me agradó tenerla, porque era un testimonio de una de sus acciones.
Trabajo político
En un homenaje que se realizó en Tonacatepeque el 2015, don Camilo Rodríguez, exalcalde de ese municipio por el FMLN rescató el origen del amor de mi padre por los desposeídos: sus padres. Mi mamá Yuly alimentó y curó a bolos y pobres; acogió a alumnas en miseria o abusadas. Tanto que cuenta el Doctor Luis Rivera, exalumno de ella, que los llevaba al cine y les hacía regalos, se comportaba como una madre y los animaba a salir adelante. Ella apoyaba a los orfanatos y ayudaba a niños y niñas con problemas. Mi abuelo también tenía mucha conciencia social y se encargó de organizar gente para que mejoraran sus vidas con proyectos independientes de emprendimiento. No buscaban beneficio personal, solo ayudar. Ambos siempre con optimismo y alegría, como me lo hace ver mi tío Yomar. Sin duda esos ejemplos labraron su camino.
“Quién sabe por qué. Fue su vocación y decisión. Fue el verdadero luchador social sin ambiciones de dinero o poder, demasiado ingenuo para un mundo de intrigas, demasiado creyente en un mundo cínico. Y sin embargo, no era un santo, sino terrible y fabulosamente humano. Quien lo conoció lo quiso si bien no le era simpático necesariamente, porque eso solía pelarle, por usar uno de sus términos. Fue auténtico y osado para sus cortos años, siempre precoz como Pancho López o Pancho Vallejo que con esa marca se camina aceleradamente también”, me explica mi tío Yomar.
Recuerdo que cuando yo era niño, junto a mi mamá Yuly cantábamos esa canción, y me decía que así había sido mi papá, un Pancho López: “chiquito pero matón (fuerte)”.
Aún no he averiguado exactamente cómo Mauricio Vallejo se involucró en política, pero en su agenda escribe que desarrollaba funciones para el Bloque Popular Revolucionario (BPR) el 10 de noviembre de 1977. Así mismo demuestra que tenía mucha conciencia de clase y se le nota el dolor de ver las atrocidades y fraudes que cometió el gobierno en turno:
“Los gritos y la sangre fueron arrastrados en las aceras. La gente murió despedazada por machetes y ráfagas de metralletas. Por la tarde fui a ver en qué ayudaba. Inútil. Cada esquina era un polvorín (en el Centro)”, escribió el 28 de febrero de 1977 cuando sucedió la masacre del Parque Libertad donde se asesinaron a más de trescientas personas que se encontraban protestando pacíficamente por el fraude electoral cometido ocho días atrás contra la Unión Nacional Opositora (UNO). Cuenta en su agenda que lo encerraron y no lo dejaron salir. Obviamente para protegerlo, ya lo conocían y sabían que iría a ayudar.
A temprana edad ingresó al BPR y posteriormente al Frente Popular de Liberación (FPL), también formó parte del Movimiento de Cultura Popular (MCP) ocupándose de La Pancarta, el órgano divulgativo del movimiento y colaboró con las Fuerzas Universitarias Revolucionarias 30 de julio (FUR 30) de estudiantes de la UCA. No sé aún qué más hizo, pero sí de su genuino compromiso con la justicia
Junto a Ricardo Alas y otros fue fundador de las células de las FPL en Tonacatepeque, donde se encargó de realizar recorridos en todas las zonas del municipio para elaborar mapas de las rutas, además de otros trabajos ideológicos.
Según cuenta Alas, mi papá jamás quiso participar en acciones militares donde se fuera a asesinar a alguien. Para él siempre fue la paz, la negociación y el amor el camino. Aunque sí estuvo en acciones para protegerlos.
“Una vez nos dijo, denle. Yo me quedo. Acá rezaré por ustedes para que todo salga bien, pero a eso no le hago. Era demasiado bueno”, cuenta Alas, en una entrevista que le realizó el periodista Elder Gómez para Diario Co Latino en julio de 2016.
Era tan autentico que casi no se cuidaba, no se escondía mucho. Y aunque se pusiera una pañoleta para cubrirse el rostro, era fácil reconocerlo. Me contó su amigo Saúl “Chauta” Martínez, que una vez lo vio en televisión para una manifestación y qué así se dio cuenta que él estaba inmerso.
Participó en innumerables tomas de fábricas. Acompañaba a los trabajadores con su guitarra durante las desveladas junto a otros miembros del
MCP. Allí robusteció su amistad con Donal Paz, Dimas Castellón y Roberto
Franco.
Junto a Donal Paz, Ramón Arita, Ricardo Andino, Saúl López y otros elaboraron una serie de grabaciones de un proyecto que daría paso años después a la radio Farabundo, según cuenta Donal. Sin embargo, el grupo comienza a ser perseguido y disuelto. Y solo quedaron algunos casetes con el contenido. Unas de esas grabaciones me fueron proporcionadas por Francisco Valencia, director de Diario Co Latino y de igual forma por Ramón Arita, ex compañero de mi papá.
Muchos de sus amigos y camaradas se vieron forzados a salir del país. Como el caso de Donal, quien me confesó que mi papá recibió órdenes para ajusticiarlo. Pero, mi papá le dijo que se fuera, que no acataría esas órdenes.
“Maestro, váyase. Acá lo quieren a matar”, afirma Donal que le dijo, y sabe que está vivo gracias al corazón de mi papá.
Años más tarde, Dimas Castellón iba a ser entregado por sus propios compañeros por lo que decide darse a la fuga. En la presentación del poemario Cosita Linda que sos que se realizó en la Asociación Shiita en 2017, Dimas explicó que la organización los traicionó y es responsable de la muerte de mi padre y muchos artistas más. Cuenta que lo citaron en un lugar, él se disfrazó de indigente y cuando llegó vio que estaba la Guardia Nacional esperándolo. Si no se hubiera disfrazado no podría contar el cuento.
En 1999 me reuní con el fotoperiodista Luis Galdámez, quien también fue amigo de mi papá y compañero en La Pájara pinta. Nos encontramos en el Arpa Irlandesa donde me brindó un diskette que contenía dos fotografías. Una era a colores, en la que estaba Galdámez junto a mi papá y Roberto Franco (La Rana Aurora). En esta cada uno tiene algo que los caracterizaba: libros y cuadernos de mi papá y el teatrillo de títeres de Franco. Me explicó Galdámez que en esa foto jugaban con la vida y la muerte, se la tomaron para ver al final de la guerra quién quedaba vivo: solo Galdámez sobrevivió. Mi papá fue desaparecido en 1981 y Franco en 1983.
La otra fotografía era blanco y negro, en esta mi papá con sus lentes semioscuros, se encuentra sentado con su camisa chapina manga larga, jeans y unas botas dentro de una tubería de concreto gigante. Al fondo se ve el viejo edificio de Extensión Universitaria de la UES. Para esa foto, el fotógrafo convenció a mi papá para que entrara al inmenso tubo de concreto. Le dijo que posara ahí, para tomarle una foto que iban a usar para el día que se le hiciera un homenaje. Mi papá sonrió viéndolo como una broma, sin imaginar que eran proféticas palabras, porque es la fotografía más utilizada en homenajes desde que salió por primera vez como portada del Suplemento Cultural Tres mil, de Diario Co Latino el siete de julio de 2001.
Mauricio Vallejo se casó el 25 de agosto de 1979 con mi mamá. Justo el día que ella cumple años. Hicieron vida de pareja joven, alquilaron una habitación en el pasaje Los Girasoles en la Colonia Santa Clara. Unos meses más tarde, el domingo dos de diciembre de 1979 a la 1:45 de la tarde se convirtió en padre, ese día nací. Eran padres jóvenes, pero así es el destino. Se mudaron con mis abuelos maternos a la Colonia Morán.
“Grité antes de sacar los hombros, costó un poquito salir. Mi mamá hasta llamó a su mamá, la que hoy es mi abuela, igual a la otra, que no estaba porque se había caído de nalgas y estaba en recuperación. Ya venía con hambre. Estaba hinchadito y aturrado, rojo rojo, mis voladitos morados y grandes. Soy la risa de
Dios en la tierra, me dije: ¡Ven pues! Mis manos y mis pies ¡híjole! ¡Tamaños!
Narizón y orejón. ¡Bien lindo!”, escribió sobre mi nacimiento en Mi biografía que escribían junto a mi mamá. En ella hablan de mis primeras salidas y de cuando quedé huérfano del esterilizador de pachas. Es lindo ver su sensibilidad y amor.
Me cuentan que era un padre cariñoso, que me sacaba a dar vueltas por la colonia Morán, donde vivía mi familia materna. En la biografía se encuentra pegada una tarjeta del primer regalo que me dio en mi primera navidad: “Para el compita Mauricio Z. M. A. por una navidad sin injusticias, de su “tapial”.
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