por Mauricio Vallejo Márquez
Desaparición
Esa mañana del sábado 4 de julio de 1981 debía presentar un trabajo de una materia que llevaba con Francisco Andrés Escobar. Si la suerte le hubiera sonreído hubiera acompañado a mi mamá para llevarme al doctor por una infección que tenía en los oídos, pero Escobar le había dicho que no debía faltar. Siempre le pregunté a don Paco qué pasó, pero no tuve respuesta, él siempre evitó conversar sobre el suceso conmigo (algo no quiso decir). Así que recibió la clase en la que Escobar cubría al Doctor Roberto Lara Velado, quien había tenido que marcharse del país tras recibir amenazas. Tenían la costumbre de caminar, así que salieron de la UCA rumbo a la Plaza del Sol. Iban con cuatro estudiantes más que se detuvieron a comprar paletas, mientras los dos poetas se adelantaron y conversaban. De pronto se detuvo un jeep frente a Escobar y a mi papá. A Escobar le piden que se haga a un lado y sin pronunciar más palabras observó cómo golpearon a mi papá los dos hombres, hasta que lo redujeron al suelo. Lo arrojaron dentro del vehículo y se sentaron sobre él. Tras esto el vehículo se marchó con rumbo a la Ceiba de Guadalupe y desapareció.
“Íbamos todos juntos cuando de pronto salieron unos hombres de un vehículo, lo golpearon y se lo llevaron. Después fuimos a la UCA a avisar lo que pasó”, cuenta Mercedes Navas de Cañadas, escritora y maestra que fue testigo del secuestro junto a cuatro compañeros más.
Un sacerdote jesuita de la UCA llamó a la casa de mi mamá para avisar.
Contestó mi tía Alba Márquez, pensando que se trataba de una broma cruel. A partir de ese momento se comenzó a indagar, hicieron todo lo que pudieron, buscaron organizaciones amigas, funcionarios, se pidió favores.
En ese momento mi mamá fue donde mi familia paterna por ayuda. Solo estaba mi tío Yomar. Así que ambos fueron al Externado donde el padre José Santa María, que era el rector, a pedirle ayuda. Él del susto casi se cae del asiento. Les dijo que fueran a la Cruz Roja a preguntar, pero no pudieron atenderlos porque no había nadie de servicio.
Lo primero que hicieron mi mamá y mis dos abuelas fue exponer el caso en Tutela legal del Arzobispado con María Julia Hernández y en otras instituciones que defendían los Derechos Humanos. ¿Dónde más? No existían lugares donde podrían haber sido escuchadas. Años más tarde, gracias a esas denuncias el nombre de mi papá aparece en el muro que se encuentra en el Parque Cuscatlán denominado Monumento a la memoria y a la verdad, junto a miles de desaparecidos y asesinados durante el conflicto armado. El monumento fue inaugurado el 6 de diciembre de 2003 y es el único sitio donde las madres y familiares de desaparecidos pueden ir a dejar flores para recordar a sus víctimas.
No se sabía qué hacer ni en quien confiar. Mi abuelo paterno era primo hermano de Luis Ángel Lagos, quien era secretario de la presidencia y miembro del Partido de Conciliación Nacional (PCN), así que fue el primero de la lista para pedirle ayuda. Mi tío afirma que lo buscó en todos los cuerpos de seguridad sin éxito y que incluso considera que hacía más mal que bien, porque lo único que lograba era que lo escondieran más.
Mi tía Marta Sandoval estaba casada en ese entonces con el capitán y doctor Fernando Moreira, al que también se le pidió ayuda porque conocía a los militares, pero no pudo ayudar. Y ¿Quién podía? Todos los esfuerzos fueron infructuosos, muchos familiares se alejaron por temor de correr la misma suerte.
El Dr. Luis Rivera, quien fue alumno de mi mamá Yuly, era capellán en algunas de las prisiones, intentó recabar información, pero lo único que logró saber era que un día antes de que llegara a preguntar, le dijeron que se lo habían llevado de la Policía Nacional (PN).
Unos meses después de desaparecer a mi papá encuentran a una joven muerta, la muchacha se llamaba igual que mi mamá: Patricia Guadalupe Márquez, sólo cambiaba el segundo apellido, el de mi mamá es Motto, la joven era Cantor. Tenían la misma edad e incluso relación con la familia en San Pedro Perulapán. Eso puso en mayor alerta a mi familia materna. Se temió lo peor, pero mi mamá sobrevivió la guerra.
Mis abuelos y mi mamá buscaron por muchos lugares y con diferentes personas sin éxito. Mi mamá Yuly se movió mucho, iba a las morgues a reconocer cadáveres, en muchas ocasiones le pidieron dinero a cambio de información. Mi tío Yomar la acompañaba a todos los lugares, igual que mi tía Kenia, iban de arriba abajo. Recuerdo que una vez me contó que fue donde una bruja para pedir información y que se salieron al ver muchas cosas desagradables. En esos años por buscar ayuda conoció el pastor Edgar López Bertrand “Hermano Toby”. Alguien le dijo que el pastor era muy cercano a los círculos de poder y podría ayudarle, pero él siempre le dijo: “Después vamos a hablar, pero quédese al culto”. Terminaron congregándose por muchos años en el Tabernáculo Bautista Amigos de Israel, aunque la ayuda y aquella prometida conversación nunca se dio.
Mi abuela Josefina visitaba a diario la Cruz Roja para ver si se había conseguido información. Lo que le dijeron, a manera de consuelo, fue que mi papá era un hombre importante, por lo tanto jamás dejarían ver el cuerpo. También le ofrecieron asilo en Europa para la familia, pero mi abuela considero que no debíamos salir del país.
Mi abuelo Mauro llegó a creer que visitando adivinos y curanderos podría lograr algo. Antes de acostarse ponían siempre un escritorio para empotrar la puerta de la entrada, creyendo que eso detendría a los militares. Se levantaba por las madrugadas a encenderle velas a unas imágenes de San Sebastián proporcionadas por un brujo, esas imágenes las encontré olvidadas muchos años después de la muerte de mi abuelo en 1989, y mi abuela Josefina me contó la historia. Es verdad que la fe llega a ser el único consuelo en la impotencia. Sólo era un ungüento que anestesiaba el dolor y otorgaba una falsa esperanza.
A mi abuela Josefina, un funcionario de la Procuraduría la arrojó de su oficina cuando le contó que habían puesto la denuncia en Tutela legal del Arzobispado. Claro, después de haberle exigido dinero a cambio de información.
Y en todo ese bregar infructuoso, apenas tuvimos noticias. Sus compañeros señalaron a sujetos que eran miembros de las mismas organizaciones como las personas responsables de su entrega y desaparición, sobre todo a uno que escribe poesía y novela, además de haber sido parte de la radio Farabundo. Sabedor de esto, me reuní una vez con este sujeto en una cafetería del Centro comercial El Paseo en el 2016. El tipo vestía una camisa color lila y se mostraba amable cuando me aseguró que él no tenía nada que ver, porque se encontraba fuera del país. Pero, la duda existe mientras no se conozca la verdad.
Mi abuela Josefina encontró el libro El perfil del prófugo escrito por Horacio Castellanos Moya, donde el autor expone un caso similar al de mi papá. El título del escrito es El poeta y el comandante, aparece en la páginas 67 a 73 del libro editado en la colección Gavidia, volumen 31, por UCA Editores en 1989. Esa historia me dejó helado. Moya puso otro nombre al protagonista, le había puesto José Edwin Martínez Pérez, decía que tenía 21 años cuando eso sucedió y que era padre de una hija. El nombre de mi papá era Edgar Mauricio Vallejo Marroquín, tenía 23 años cuando desapareció y era padre de un hijo. De ahí toda la historia era calcada a la de mi papá. Tanto Menjívar Ochoa como Moya dan a entender que de los 21 a los 23 años aconteció toda la vorágine de mi padre.
Le conté esa situación a mi amigo de adolescencia Rafael Mendoza López, quien se lo contó a su papá: el poeta Rafael Mendoza. El papá de Mendoza se solidarizó con la situación, porque conoció a mi papá y tuvo la gentileza de acompañarnos a buscar a Moya, para ver si decía algo. Pero solo nos dijo que algún día hablaríamos, porque ese era un tema para largo rato y en ese momento se sentía cansado. Eso fue en 1999, ahora que es 2019 sigo esperando esa conversación. El silencio otorga más que las palabras.
Don Rafael incluso enfrentó al poeta sospechoso de ser uno de los responsables de la muerte de mi padre en una fiesta de la revista Tendencias, pero el sospechoso afirmó no tener nada que ver. La duda en la realidad no es favorable para el sospecho, porque el asesino alegará siempre inocencia hasta que se demuestre lo contrario.
Unos militares y funcionarios se aprovecharon del dolor de mi familia, despojaron de dinero a mi mamá, ofreciéndole que si pagaba distintas cantidades lo iban a liberar. De igual forma a mi mamá Yuly. Todo fue mentiras. No solo se llevaron a mi papá, sino que también muchos desalmados se aprovecharon del dolor y la esperanza para enriquecerse, así como hicieron con cientos de familias salvadoreñas.
Así crecí, sin saber dónde quedó el cuerpo de mi padre y buscando pistas que me dieran noticias de quién fue. Desde el sábado 4 de julio de 1981 se desconoce su paradero y lo que ocurrió tras su captura. Desconocemos donde quedó su cadáver. Una incertidumbre que aún hace diez años me daba esperanza de volver a verlo. Tanto que cuando viajaba en bus pensaba que lo encontraría en entre los usuarios.
Cuenta mi abuela Josefina que una señora le llamó por teléfono un día afirmando que “el poeta está vivo”. Liberaron a un doctor que estuvo con él en la misma cárcel clandestina en el sótano 3 de la Policía de Hacienda (PH). Mi abuela fue con mi abuelo a buscar al doctor. Fueron un par de horas más tarde, pero al llegar, ya lo habían sacado del país. Nunca más volvimos a saber de ese señor, era 1982. Mi abuela ya no recuerda el nombre de esos personajes.
Existen hipótesis, teorías y datos con los que es complicado armar el desenlace de su historia. Muchos de sus excompañeros, por temor permanecen anónimos, aseguran que la organización por la que luchó, lo acusó de traición y que tras ese viaje no le permitieron reincorporarse al trabajo político, lo entregaron a los militares para ser torturado y asesinado.
La certeza que tenemos, es que mi padre forma parte de las listas de desaparecidos políticos de El Salvador, donde pensar y ser joven era suficiente para ser perseguido, torturado y asesinado.
El rescate de su obra
Por casi dieciocho años la mayor parte de sus manuscritos permanecieron ocultos bajo tierra, gracias a la valentía de su suegra y maestra Josefina Pineda de Márquez, quien al llegar a la Residencial San Luis en 1982 realizó el entierro de toda la obra literaria que tenían en sus manos. La envolvieron en plástico y lona. Después construyeron una bodega sobre ella y el tiempo se encargó de guardar la obra de mi padre. Mis tíos paternos sabían de esto, pero no del lugar donde se desarrolló, porque mi abuela era previsora y quería cuidar tanto la obra como al resto de su familia. Solo estuvieron presentes mis abuelos, mi tía Alba, mi mamá, mi tío Luis Manuel y yo.
Por muchos años le pidieron a mi abuela que revelara el lugar del escondite, pero ella mantuvo el silencio. Eran años difíciles, buena parte de los documentos políticos y libros de marxismo tuvieron que ser quemados para evitar que los encontraran los militares o los escuadrones de la muerte. Muchas familias tuvieron que destruir los escritos de sus familiares para evitar la muerte en un posible cateo.
Así pasé mi niñez queriendo sacar a luz esos escritos. Ansiaba publicarlos. En ese tiempo las anécdotas que me contaban en la casa de mi familia Vallejo y las que me hablaban en la casa de mi mamá me brindaron consuelo. Pero, no eran suficientes. Hice la promesa de un día hacer público todo esto.
Mi padre era un hombre sencillo que se llevó bien con sus cuñados. “Lo que más me acuerdo de tu papá fue una vez que fuimos al cine. Cuando nos sentamos él se quitó los zapatos y los calcetines, y puso los pies sobre las sillas de enfrente agitando los dedos. Así vimos la película. Así era tu papá de natural”, cuenta mi tío
Luis Manuel. A mi tía Alba, quien toca el violoncelo en la Orquesta Sinfónica de El Salvador, le iba a enseñar a tocar guitarra en los días en que desapareció.
En 1992 llegaron los Acuerdos de paz y todo parecía esperanzador. Mi abuela esperó algunos años después para revelarme el lugar ante mi insistencia, creo que fue un domingo de junio por la mañana de 1998. No tuvimos el cuidado de documentarlo ni de tomar fotografías. Convoqué a todos mis amigos, pero ese día solo pudieron acompañarme: Atxil Josa y Tony Alexander Guardado, alias “El Guapo”; y el maestro Godofredo Carranza, amigo de mi papá. Quebramos los ladrillos del piso de la bodega y cavamos. Estaba ansioso, cavaba con toda mi voluntad. Por más tierra que sacamos parecía que el paquete no existía, que la tierra lo había forzado a ser parte de ella. Mi abuela llamó a mi tío Luis Manuel, quien llegó y nos explicó que el paquete estaba más al norte. En breve tiempo logramos llegar a un conjunto cubico de raíces. Sucedió algo mágico, hicimos una pausa para beber agua y al volver, un cherenqueque salió corriendo del agujero. Eso nos emocionó y más cuando cavamos más profundo y alcanzamos a mover las raíces del árbol de mango que estaba cerca, y en medio de ese nudo de raíces que parecía una caja vimos el envoltorio de plástico y lona. Era el paquete, aún conservaba el tirro que lo ceñía. Lo llevamos a la mesa y comenzamos a separar con cuidado cada bolsa: una negra de jardín, una blanca con el nombre de un almacén, otra amarilla, una lona naranja… Y emergieron los folders y papeles. El olor a encierro y hongos era fuerte, los fasteners y las grapas estaban oxidadas. Algunos papeles estaban transparentes producto de la humedad, pero la obra permanecía intacta. Lloré de felicidad. Tengo presente la sonrisa y el abrazo de mis amigos y al maestro Godo diciendo: ¡Puta, maestro, su tata vive!
Desde 1998 comencé a trascribir y digitalizar la obra de mi papá para realizar las gestiones de publicación. No fue tarea fácil porque tenía una enorme carga emocional. No lograba terminar de trascribir una página cuando mi vista se nublaba por las lágrimas.
Después me vi enfrentado con escritores y editores que ignoraron nuestras peticiones o dieron múltiples excusas para no publicarlas. Uno que no vale la pena mencionar su nombre y dirigía la editorial de la UES, se burló de mi papá en mi cara, diciéndome que le llevara los manuscritos para que él pudiera tomar ideas para escribir libros. Me pareció inmoral e irrespetuosa su oferta, sobre todo cuando me dijo: “tu papá era muy joven para hacer algo que valiera la pena”.
Manlio Argueta también me hizo la propuesta de que le llevara los escritos, para ver qué había de rescatable y que quería ver si había datos de la época. Después me evitó, hasta la fecha.
Lo bueno es que muchas personas respondieron, en enero de 1999 en la UES coordinamos un boletín de poesía llamado Huella, gracias a la invitación de un pintor amigo de mi papá: Jorge Alberto “El Chojo” García. Ahí volvió a ser publicado mi progenitor, el poema era el introductorio del poemario La fantasía como juego en el vidente: ¿Qué es? Dieciocho años después de su desaparición.
En 2001 el Suplemento Cultural Tres mil a cargo de Álvaro Darío Lara publicó el siete de julio de ese año una edición homenaje para mi papá, en la que el músico Roberto Quezada, el escritor Giovani Galeas y su amigo Roberto Palencia hablaron de él y se publicaron cuentos y poemas de su autoría.
Poco a poco, mi papá salía del silencio. En 2006 se incluyó en la antología de poesía wwww.artepoetica.com coordinada por el poeta André Cruchaga y que recibía la colaboración del poeta René Chacón, quien también tuvo la iniciativa junto a mi primo Óscar Márquez de realizar el primer homenaje en honor a mi padre el 28 de diciembre de 2007 en el café cultural La Rayuela, en Santa Tecla.
El sábado 29 de agosto de 2009 la Casa de la cultura de Tonacatepeque y la Alcaldía municipal gracias al esfuerzo de Carlos Fajardo realizaron el primer homenaje a Mauricio Vallejo en su pueblo, a las 9:30 de la mañana. Don Camilo Rodríguez era el alcalde.
Desde que conocí la situación de mi papá me solidaricé con lo ocurrido con los poetas mártires y caídos en combate. Su obra no se conoce. Así que me dediqué a investigar sobre ellos. Gracias a Benjamín Prado publiqué en España, en la revista Cuadernos Hispanoamericanos, #744, el ensayo: La Censura y una generación olvidada, en junio de 2012. Se publicó poemas de mi papá y su generación, también se reprodujo en 2015 en www.circulodepoesía.com de México.
La Asociación Shiita realizó un homenaje en 2012, además de divulgar la obra del poeta en sus páginas electrónicas con el apoyo de Bilal Portillo. El GRATOS coordinado por Rob Escobar efectuó una serie de homenajes de 2013 a 2017. Para su natalicio y para la fecha de su desaparición, además de crear una biblioteca comunitaria bautizada como Mauricio Vallejo.
En 2015 el poeta español Fernando Valverde lo incluyó en la antología La poesía del siglo XX en El Salvador de la editorial Visor. Siendo la primera antología donde se incluye su obra.
En 2016 realizamos un esfuerzo colectivo a través de Ediciones La Fragua, en la que se procuró que sus amigos y familiares participarán en la publicación de su primer poemario: Cosita linda que sos. Este libro está dedicado a su viuda.
En 2018 en Soconusco, México, presentamos por primera vez en ese país su poemario dentro del X Festival Mesoamericano de Poesía.
Publicar la obra de mi papá es un trabajo colectivo, el apoyo de todos es fundamental. Desde 2016 indagamos en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional las publicaciones de 1976 a 1981. En este esfuerzo me han acompañado Rob
Escobar y Wilfredo Arriola. Han pasado treinta y ocho años de su desaparición. Aún falta esclarecer muchas cosas. Desconocemos donde quedó su cadáver y nos gustaría saberlo para poder sepultarlo como corresponde. Quisiéramos saber la verdad de lo que sucedió, incluso los nombres de sus victimarios, no para vengarnos de ellos, sino para conocer la verdad y cerrar ese ciclo de duelo. No vivimos odiando a los responsables de la muerte de mi padre ni deseamos que corran con la misma suerte. Los perdonamos.
Mientras pasa el tiempo y tengamos vida, seguiremos en este esfuerzo por desenterrar la obra del poeta para que tenga el lugar que merece en las letras nacionales, así como muchos escritores que aún se encuentran en el silencio.
Seguiremos.
San Salvador, 30 de enero de 2019