Carlos Burgos
Fundador
Televisión educativa
Esto de los sobrenombres numéricos es más común de lo que me imaginaba. Un muchacho era obeso, viagra sale redondo, mind pero ágil, no se molestaba porque le dijeran Cero. Era amigo de una cipota delgada, alta. Cuando caminaban juntos les decían pareja Diez. Ellos sonreían.
Mi amigo Adán Figueroa contaba que tenía dos hijos varones y dos hembras. Si le preguntábamos ¿cuántos varones?, dos respondía y ¿cuántas hembras?, dos, mostrando dos dedos de la mano. Fundó una empresa con el nombre «Impresos 2 y 2». Los empleados cuando lo veían acercarse decían ahí viene el Viejo Dos.
Una compañera de trabajo tenía por medidas 80-30-80, cinturita y lo demás crecido, le decían La Ocho.
En una universidad tuve una alumna de apellido Cuatro y sus compañeros creían que era apodo. Cierto día un alumno llegó tarde a clase y le pregunté:
–¿Por qué vienes tarde?
–Porque me monté en la cuatro y nunca pude bajarme.
La carcajada fue estruendosa y la alumna Cuatro confirmó que la ruta 4 siempre va congestionada de pasajeros.
Recordemos algo sobre mi pueblo, Cojutepeque. Antes abundaban las monedas de tres centavos que llamaban cuis. Cuando uno de los cipotes jugaba y hacía sus apuestas decía: cuis tiro. Fue bautizado como Cuis Tiro, aunque no le gustaba mucho.
La Cinco de Éter era una mujercita que salía a pedir cinco para comprar éter y beberlo, era su adicción. En el hogar de uno de mis amigos nació un varón, era el hijo número cinco y el papá no tenía listo el nombre, de modo que cuando fue a la Alcaldía lo inscribió como Quinto. Los amiguitos creían que Quinto era apodo.
El Siete era un joven que vivía cerca del parque Viejo, miembro de la pandilla del Punto de Buses. De repente desapareció, creyeron que había muerto. Varias décadas después apareció ya como viejo barbudo, creyeron que El Siete había resucitado y él decía que hoy era el Agente 07.
Mi padre era amigo del papá de los hermanos Tulio y Alonso Martínez, y le contaba que él era bueno para trabajar y también bueno para comer. A mediodía, en el almuerzo, consumía catorce tortillas de maíz. De aquí surgió el sobrenombre Catorce, aunque ellos arman una versión más típica. Pero Tulio, tiene dos sobrenombres: Tulio y Catorce. Él creía que Tulio se derivaba de Obdulio, pero su nombre de pila era Francisco Javier Martínez y nadie lo conoce por este nombre sino por Tulio Catorce.
La hermana menor, Carmen, de mi compañero Joaquín Pineda, por decirle Joaquín pronunciaba Quinche, Quinche y le quedó de apodo El Quince. Es un excelente maestro de inglés egresado de la Normal Superior,
El padre de los Melara Vaquero, compró una caja de madera con los productos para que sus hijos lustraran sus zapatos. Un día que Napoleón tenía apoyado su pie sobre la caja mientras cepillaba el zapato, lo vio un conocido quien divulgó que él era el Veintiuno, apodo de un lustrador de botas del parque Rafael Cabrera. Napo marchó para Estados Unidos y regresó después de 30 años. Lo encontré fumando en el andén de su casa:
–Hola, Veintiuno.
–No, please Tueni Guan – me respondió.
Hoy, cuando Napo se encuentra con Tulio, ambos se dicen sus apodos numéricos así:
–Catorce, más siete – le dice Napo.
–Veintiuno – responde Tulio.
A una chica la apodaban como La Veintidós. Varias décadas después tratábamos de saber por qué le decían así, hasta que Ricardo Pirijute dijo: es que se sentaba a la par del 21. Qué ocurrencia más ocurrente.
Cuando una muchacha alta, blanca, guapa, pasaba por Las Alamedas de San Juan, los jóvenes la invitaban a pasear, y ella siempre se negaba. De tanto porfiar a uno le respondió: si me das cien pesos salgo a donde quieras. Nadie tenía cien colones y la bautizaron como La Cien Pesos.
Podríamos llegar a mil, pero mejor sigamos bebiendo café.