German Rosa, s.j.
El poder legítimo es para ejercerlo sin arbitrariedades y tomando en cuenta a quienes no lo poseen. Este es un tema fundamental en las sociedades democráticas. En nuestra sociedad una gran parte de los ciudadanos puede participar ejerciendo su derecho al sufragio electoral cada tres o cada cinco años, según lo determina el sistema político establecido, ya sea para la elección de las autoridades municipales, legislativas o para la presidencia y vicepresidencia. Pero, una vez que han sido elegidos los gobernantes, existe una gran parte de la población que no tiene el poder de incidir directamente en las políticas sociales, económicas y financieras, ni en las instancias gubernamentales para decidir sobre temas importantes como los salarios, las pensiones, las jubilaciones, etc. Hay una gran parte de la población que podemos decir que está “sin poder” de decisión sobre las políticas públicas durante el período gubernamental que le corresponde a los funcionarios públicos electos. Y es esa gran parte excluida de las decisiones fundamentales la que añora el mínimo de lo posible en el quehacer político, que en muchas ocasiones es el máximo: lograr una vida digna. Analicemos algunas implicaciones y aportes del cristianismo a la vida política.
1) El cristianismo: nota constitutiva de la identidad de nuestros pueblos
Nuestra cultura política está impregnada de grandes tradiciones, entre las que podemos mencionar la cristiana, que forma parte incluso de nuestra identidad como pueblo latinoamericano. El impacto que ha tenido el cristianismo en la política es impresionante con sus luces y sus sombras. Esto desde la conquista y los procesos de independencia, pasando por la constitución de los Estados latinoamericanos y teniendo una larga trayectoria de aciertos y desaciertos. Entre esos aportes queremos destacar su tradición profética. Usamos imágenes con naturalidad como el relato de un pasado paraíso terrenal en el “Edén” y la exclusión de esta situación por el mal o el pecado, la convocatoria del pueblo a salir de la esclavitud con la dirección de un líder (“Moisés”), el tema de la alianza, la promesa y la entrada a la tierra prometida, la esperanza de un reino futuro. Todos estos elementos bíblicos son también constitutivos del pensamiento político desde su propia perspectiva. Aunque no necesariamente tengan como principales destinatarios, ni protagonistas a los excluidos del poder sobre los que reflexionamos ahora. En la historia del pensamiento filosófico, por ejemplo, el tema de la bondad edénica nos reenvía a la situación primitiva de la humanidad y la raíz del mal en la naturaleza humana (Rousseau), la caída trágica y violenta del fratricidio de Caín que asesina a su hermano Abel (San Agustín), y el estado de la condición natural del ser humano de hostilidad latente entre los individuos que están constantemente amenazando su vida física (Hobbes). Estos son aspectos esenciales sobre los que se ha pensado ampliamente, estemos o no de acuerdo con estos planteamientos. Ellos, sin embargo, nos remiten a los núcleos temáticos que abordan los problemas de la convivencia humana y nos mantienen en una reflexión continua (Cfr. Valadier, 2015. Sagesse biblique, sagesse politque. Paris: Editions Salvator, pp. 7–9). El vértice de convergencia en el debate, desde la pluralidad de concepciones tanto religiosas como políticas, es el tema del bien y la vida justa.
Por ello es justo analizar: ¿qué aportes hace el cristianismo al quehacer político para los amplios sectores sin poder? Destacaremos algunos de ellos, porque es un tema muy amplio y no podemos mencionar en un breve artículo todos los aportes.
2) La política: medio extraordinario para hacer posible una convivencia plenamente humana
El cristianismo ofrece una comprensión del ser humano que nace, vive y crece en comunidad. Dios mismo es una comunidad de amor y solidaridad: Padre, Hijo y Espíritu. Y la política es un medio para vivir en plenitud como seres humanos, comunitaria y socialmente. El ser humano es imagen y semejanza de Dios, y cuando lo creó, lo concibió como la obra maestra por excelencia. La cúspide de la escala zoológica. Y todo lo que Dios creó, lo creó bueno. Sin embargo, el mal existe y es creación humana.
a) La Biblia toma en serio la historia y el problema del mal que destruye la dignidad humana. No escapan a los relatos bíblicos tantos episodios de violencia, traición, luchas fratricidas, la explotación de los pobres por los poderes dominantes, etc. Todas ellas destruyen la vida y la convivencia comunitaria. Pero también encontramos un horizonte amplio y abierto que atraviesa la barbarie humana, y nos hace un recorrido que pasa por el Edén, el éxodo, el exilio, las incertidumbres de la existencia humana y la esperanza última de que el mal será superado definitivamente.
b) El cristianismo comprende la política como una mediación para hacer el bien e implantar la justicia. El poder político es una fuente de servicio extraordinario, pero cuando se emplea mal también puede convertirse en una fuente arrolladora de opresión y de injusticia. Muchas veces el ejercicio del poder se realiza con tal autonomía, que este no se detiene ni por los medios de control que él mismo ha establecido con la separación de las distintas instancias del Estado. Incluso puede eludir la aplicación de las leyes que reconocen los derechos a todos los ciudadanos y, en consecuencia, estos no se garantizan.
3) El cristianismo está a favor de la justicia, la honradez y la verdad en la sociedad democrática
Esta realidad nos plantea como horizonte inmediato el reto de establecer formas y medios prácticos ante la incapacidad de amplios sectores sociales para incidir en sus gobernantes. Tal parece que la política se ha adecuado a establecer una jerarquía entre gobernantes y gobernados, representantes y representados, pero no sale de esa zona confortable de control ignorando muchas veces a la inmensa mayoría “sin poder”. Pensemos, por ejemplo, cuando hay juicios sobre la corrupción, es frecuente escuchar la opinión pública afirmando que la resolución judicial está afectada por la politización de la justicia; es decir, que esta se ha aplicado según la justa medida del personaje que se juzga; y aun se compara con situaciones en las que los pobres son juzgados y condenados sin componendas, contrastando flagrantemente con la justicia penal que se aplica a personajes de reconocida categoría política, de esta manera se subrayan evidentes asimetrías cuando la justicia se aplica a los ciudadanos comunes y corrientes. Pareciera que las asimetrías económicas se convierten en asimetrías jurídicas en la administración de la justicia.
Si la democracia es para todos, incluso para esa inmensa mayoría “sin poder”, que critica la politización de la justicia, no podemos hacernos de oídos sordos quedándonos cómodamente escuchando la crítica que expresa un malestar de amplios sectores. Da la impresión que las mejores leyes pueden engendrar las peores aplicaciones prácticas de las mismas. Incluso podemos apelar a la misma tradición bíblica profética que cuestiona una ley aplicada arbitrariamente o que critica los abusos de poder y toma parte a favor de aquellos a quienes aplasta la injusticia y la corrupción.
Otro aspecto frecuente que podemos constatar en las campañas políticas, es que estas en ciertas ocasiones se convierten en verdaderas contiendas de “fake news” (noticias falsas), campañas de verdadera desinformación o engaño. Pareciera que esto ya forma parte normal del folklore de nuestras campañas políticas. Y desgraciadamente se convierte en vencedor aquel que logra convencer al electorado que muchas veces votó convencido de las “fake news” que el candidato propagó con una sólida convicción. La guerra de fake news es realmente una guerra de fakes olds news (falsas viejas noticias)… siempre ha existido una guerra de noticias falsas que distorsionan la realidad para justificar el poder o para tener acceso al poder. Y el desastre es que el electorado se da cuenta que las políticas que su candidato aplica no son las que él entendió durante la campaña electoral. Es importante tener en cuenta que desde la fe cristiana se debe comunicar la verdad con transparencia y no se legitima el engaño ni la mentira.
El paso de las campañas electorales, inundadas muchas veces de confrontaciones políticas e ideológicas hostiles, a la convivencia pacífica en el ejercicio del poder del Estado, nos sitúa ante la necesidad de recuperar la responsabilidad política de los gobernantes, centrando su quehacer en las grandes demandas y exigencias de la población. De manera particular queremos subrayar que una de las cosas implícitas en esa misma responsabilidad política es rendir cuentas a los electores, y abrir espacios de fiscalización con la participación real de la inmensa mayoría de la población que no tiene el poder real para incidir en la marcha de sus decisiones. Tema prioritario y pendiente en la democracia de nuestro tiempo.
Estamos acostumbrados a hablar de los pactos que se establecen entre los partidos durante las campañas electorales. Sin embargo, lo que ahora se necesita es un verdadero contrato social entre las partes involucradas en la contienda política. Contrato social que sea capaz de asumir lo que demanda la población en general. Sin olvidar que realmente es el pueblo quien posee la autoridad soberana para elegir a sus gobernantes, pero también para pedir que se tomen en cuenta sus demandas. ¿Cuáles son los aspectos que no pueden ignorar los líderes políticos al pensar en un pacto social ineludible en la gestión gubernamental? De esto trataremos en otra ocasión.