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Apreciación de la Apreciación Sociológica de la Independencia (1)

René Martínez Pineda (Sociólogo, UES-ULS)

Hay libros que, analizados desde la confianza que nace de “pasar el pasado” (aunque el presente no es argumento para refutarlo), siempre parten de la misma cita porque en ella se sintetiza su constructo teórico. Ese es el caso de la Apreciación Sociológica de la Independencia Salvadoreña (Dagoberto Marroquín), la que cobra pertinencia en el vaho de un Bicentenario de dudosa edad y muy sospechosa reputación. “A fines de 1811, San Salvador es un hervidero. La gente sale a las calles, los rumores circulan por todos lados y los funcionarios reciben amenazas. Todo eso ocurre durante la primera insurrección patriótica en el Reino de Guatemala. Se han tejido una serie de leyendas y fábulas que, aureoladas con el prestigio de una pretendida tradición, tratan de presentarnos el movimiento del 5 de noviembre como la obra perfectamente planificada de los eximios patriotas Delgado, Arce, Lara…” Ese es, por fascinante, el párrafo más citado. Con tal premisa, que tiene de sociología y tiene de nostalgia, Marroquín propone una interpretación distinta, no sólo de 1811 como evento político, sino de todo el proceso independentista desde la visión de un sociólogo crítico que incita a la crítica. Y lo logra, aunque hoy tengamos otra apreciación de lo sucedido.

En 1964 –cuando publica su “apreciación” ante una comunidad académica que se alababa a sí misma por ser la portavoz de una reacción histórica con falacias progresistas- el enfoque sociológico marxista es el que pone las tildes y puntos suspensivos, de tal forma que era una propuesta nueva de la emancipación política mediante la emancipación teórica. Esa perspectiva de descolonización del intelecto la llamo “epistemología sociológica de la ruptura”, la que -si bien él la deja corta en la continuidad del proceso político y en el punto final que plantea- es una ruptura reveladora en esos años en que describió y escribió sobre la independencia. Sólo en ese sentido podemos decir que se queda corto donde los otros pasaron de largo.

En 1964, la historiografía salvadoreña –así como la historia académica- estaba sometida a la versión oficial que, con conocimiento de causa, se ocultaba en lo mítico oligárquico para opacar la versión de los protagonistas reales. Marroquín vació sus ideas –en un suicida soliloquio de paradigmas- en las páginas en blanco de su escritorio y presentó una apreciación sociológica de los grupos patrióticos de presión, tan culturales como políticos, que se mostraron y se ocultaron en la independencia. Por esa vía inédita llegó a nuevas explicaciones (la historia no contada) que, si bien hoy puede parecer matricial y en ciertas ocasiones alejadas de una lectura concreta de la situación político-cultural, sirvieron de base para entablar un diálogo comprensivo sobre los puntos vitales de la acción libertaria y que sirvieron para hacer, de los hechos políticos, hechos sociológicos, en tanto muestran el contexto social, en su desdoblamiento y singularidad, signado por la subsunción formal del trabajo al capital y, con ello, la subsunción real de la cultura a la mercancía.

Marroquín dice que la independencia –y sus declaratorias oficiales y no oficiales- fue un proceso sociopolítico de larga duración con apertura y cierre. El autor lo ve como un proceso revolucionario que inicia en 1811 y culmina en 1821. Sin embargo, desde la sociología política considero que el cierre se realiza, en el caso de El Salvador, en 1824, que es cuando se escribe el capítulo definitivo. Y es que, si bien el 1 de julio de 1823 se reúnen en Guatemala los representantes de las provincias y emiten una declaración de independencia que ya no tiene vuelta atrás, es hasta en 1824 cuando el proceso queda plasmado (acto normativo pétreo) en la primera Constitución del Estado del Salvador, la que en su primer artículo (el que llamo “el” artículo constituyente) dice: “El Estado es y será siempre libre e independiente de España y de México y de cualquier otra potencia o gobierno extranjero y no será jamás el patrimonio de ninguna familia o persona” (Constitución Política, 1824). En mi opinión, los salvadoreños deberíamos, por razones fundacionales, conmemorar la independencia el 12 de junio, que es la fecha en que se promulgó dicha Constitución, dándose lo que llamo “rompimiento definitivo desde adentro” y, por ello, es la partida de nacimiento que afirma, de forma inequívoca, su férrea voluntad de no someterse a nadie que esté dentro o fuera de su territorio. Claro está que eso sería convertido en letra muerta por los criollos.

Con criterio etnográfico deductivo y visión sociológica disruptiva, Marroquín rescata y traduce, de forma esquemática, lo subliminal del imaginario de la gente común y corriente en torno a los aires de independencia que vivieron desde el llamado “primer grito de independencia o primera revolución” (5 de noviembre de 1811) y que revivieron en los tribunales, y fueron, precisamente, esas hondas percepciones populares las que lo llevaron a proponer como cierre el año 1821. No obstante, hay que aclarar, usando sus aclaraciones, que la independencia no significó grandes cambios sociales en las condiciones de vida de la inmensa mayoría de la población, aunque sí produjo cambios relevantes en lo que respecta a los agrupamientos político-económicos internos (sobre todo en las nuevas élites hegemónicas del grupo gobernante) que redefinen su escapulario ideológico a partir de los intentos de anexión al naciente imperio mexicano.

Incluso se podría plantear, tomando distancia de Marroquín, que en términos independentistas es más simbólico 1823, por ser testigo confeso de la resistencia activa del San Salvador post 15 de septiembre que culminó con la otra sentada independentista en la que los representantes centroamericanos, reunidos en asamblea (al margen del pueblo, hay que añadir), acuerdan sin rodeos la independencia de España, y de cualquier otro gobierno, el 1 de julio de 1823. No obstante, reitero que el cierre definitivo de la etapa política abierta el 5 de noviembre de 1811 -que fue celebrada como parto, en 1821- en realidad respiró por primera vez y por cuenta propia el 12 de junio de 1824. Ahora bien, ninguna de esas reflexiones sería posible sin la apertura epistemológica (sociológica de la ruptura) que hizo Marroquín.

Asimismo, para darle solidez académica a sus ideas hace un exhaustivo examen de la situación del gobierno colonial de 1811 a 1821, gobierno que tilda de precario a nivel regional debido a la escasez de fondos y a la imposibilidad de revertir esa escasez. A la precariedad económica del gobierno colonial hay que agregar lo precario de su hegemonía política y cultural en Centro América y en España. De más está recordar que toda la región vivía sojuzgada por una crisis comercial sin precedentes (el añil era un producto muerto) que, al final, avivó las ilusiones de independencia en el imaginario de los “criollos” de San Salvador que, a sus anchas, habían navegado en un caudaloso río de mestizaje teñido de índigo y rojo.

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