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Aprendiendo a vivir. Mauricio Vallejo Márquez

Mauricio Vallejo Márquez
Bitácora
Cuando el año atardece es inevitable voltear el rostro para observar el camino andado, revisar el conjunto amorfo de luz y sombra que terminó adherido a la suela de los zapatos con tanta profundidad que pareciera que no se despegará jamás de la planta de nuestros pies. Todos los valles, mares, mesetas y diques que tuvimos que enfrentar, los instantes hermosos que convivimos y protagonizamos o que solo vimos, los sinsabores y el placer de los momentos; pero sobre todo lo que aprendimos.
Aunque se torne extraño para algunos, el aprendizaje resulta lo más valioso y lo único de importancia para nuestro crecimiento. Dice el Talmud que el sufrimiento deja grandes lecciones. Pero, de nada sirve lo que hemos luchado, enfrentado o sufrido si no tenemos la capacidad de aprender de ello. El aprendizaje es el centro de nuestra constelación, de la genuina existencia. A partir de eso podemos crecer, mejorar, evolucionar y sobre todo ser felices en este mundo de nadie y de todos en el que cualquier cosa resulta solo una ilusión.
La vida sin descanso librará esa dicotomía del bien y del mal del que es imposible escapar, a veces nosotros seremos víctimas de ello, y, aunque no lo querramos, también victimarios. Porque las cosas dependen del punto de vista de cada quien y del lugar donde vivimos, de la cultura, de la filosofía y de la religión por supuesto, además de la política.
Todo lo vivido resulta un soplo, pero aún así nos parece eterno, como este instante en que escribo estas palabras cuando el año 2024 está a punto de finalizar. Y en este curioso recorrido que di, no siento que los 366 días que me tocó sortear como si fueran grados de alguna educación sistemática o iniciática, hayan sido en vano ni los únicos.
La vida tiene tiempos diferentes para cada uno. Las personas lo delimitan en horas, días, semanas, años, décadas, siglos. Sin embargo, cada quien tiene un tiempo para crecer o para decrecer. Algunas personas maduran y otras únicamente envejecen. Pocas personas logran visualizar el aprendizaje y descartar lo bueno de lo malo.
Este año que ha pasado me ha brindado mayor madurez. Los últimos diez años, en realidad, se han convertido en instantes de mucha importancia, en lecciones que no sólo leí en algún buen libro, escuché de alguna conferencia o sencillamente preste atención en lo que deambulaba por las redes sociales. Si no también que experimente y me dejaron marcado.
Y, quizá porque considero que puede ser de utilidad compartir parte de mi aprendizaje, me atrevo a citar algunas de las lecciones que creo universales.
Lo primero y más importante es que dejé de idealizar las ideas y sistemas políticos. Me di cuenta que mis expectativas eran demasiado subjetivas y la sociedad excesivamente humana, por lo que siempre habrá distorsión o incluso errores, así como manipulación y mala voluntad. Y aunque no he perdido la esperanza de que la humanidad sea mejor, soy consciente que no me compete a mí juzgarla, porque apenas soy un diminuto tornillo en este inmenso engranaje, y aspirar a más es pretencioso si el tiempo no me exige tomar riendas.
Lo segundo que me cambio la vida fue darme cuenta de que mi tiempo es valioso y aunque mis años sigan avanzando, lentos y silenciosos, yo determino qué hacer con ellos y soy yo mi principal enemigo, yo mismo procrastino, dilato o ejerzo. Soy yo el que decide cómo enfrentar ese tiempo, con buena cara y resilente, estoico o lo contrario. La vida no es para cobardes ni quejumbrosos. La vida se agarra por los cuernos y se enfrenta.
Lo tercero es que no se debe abrir el cofre de nosotros mismos, nuestra esencia, a algunas personas. Porque la  gente es como es y no como quisiéramos que fueran. Y a muchas almas no le gusta nuestro color de ojos, lo que somos o lo que representamos. Sobre todo cuando eres auténtico o tienes talentos. La primera ley del Poder que explica Robert Greene es tan cierta en este universo. No se puede hacer sombra a quien tenga un poco de poder sobre uno. No se debe corregir  a un maestro y mucho menos generar desconfianza por tus habilidades o conocimientos a un jefe. Al final de cuentas, los seres humanos cuando tienen poder terminan abusando de ello a medida que sus corazones los mueven.
Lo cuarto, podría ser lo más valioso, es que no debemos perder el rumbo y además de saber quiénes somos y aprender a conocernos, no debemos nunca dejar atrás nuestros sueños o metas. Reflexionar en estos, claro, pero no dejarlas porque alguien te diga que tiene o no valor algo. Uno debe comenzar las cosas y concluirlas. Eso de ser eficientes y eficaces es fundamental para dejar la huella más valiosa de todas: tu huella.
La huella en uno mismo es la que vale para formar un camino. Ese aprendizaje de vivir debe tener sentido; no solo es nacer, crecer, reproducirnos y morir. En ese ciclo debemos determinar qué somos y hacia  a donde vamos, construirnos y ser la mejor versión de nosotros mismos cada momento, para que al final de nuestros minutos podamos sonreír y saber que nos fuimos de este ciclo satisfechos de lo aprendido y de lo que dejamos, porque cada uno de nuestros actos calarán en los que queden, en los que son capaces de observar el valor de uno y aprenden de las enmiendas de los renglones de otros para escribir su vida.
El pasado queda atrás y se olvida, dicen por ahí. En tanto el pasado te acompaña porque es quien eres y como dice el Corán uno no puede avergonzarse de quien es ni de quien ha sido. Sobre todo si hemos aprendido de esto en las versátiles sendas de la vida.

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