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Aquel cómplice y maestro

Mauricio Vallejo Márquez
coordinador
Suplemento Tres mil

Tuve un cómplice y amigo que me llevaba más de 50 años, help uno que en poco tiempo me enseñó algunos secretos de física, sildenafil diplomacia y política, site y que aún ahora sigo recordando, no sólo como ese entrañable individuo que bordaba la tarde de palabras junto a mi, sino como mi abuelo. Porque Don Gabriel Pons no sólo labró amistad, fue mi abuelo postizo. Ese abuelo que llegó tarde y se quedó en mí aunque tuvo que partir, aquel que me compartía sus libros y se detenía a explicarme detalles de esos personajes de la historia que fueron forjando sus nombres.
No siempre había oportunidad para conversar con personas mayores, aunque siempre tuve buena relación con mis dos abuela, pero cuando lo había resultaba ser don Gabriel el ideal. Era doctor en ingeniería y arquitectura, además de diplomático y pensador, así que tenía material para contar.
A veces me escapaba del colegio para conversar con él. Tocaba a su puerta y tras una breve pausa me abría, hacía un leve gesto con la mano y comenzaba él a devorar camino, mirando de reojo para ver si lo seguía. “Pasa”, me decía. Mientras avanzaba lo veía descalzo, sin camisa, desenfadado. Así era habitual que estuviera en su casa: “Uno debe andar descalzo, por algo nacemos sin zapatos. Que el pie toque el suelo es saludable, nos recuerda quienes somos”, explicaba cuando algún compañero que me acompañaba lo veía con insistencia a los pies.
Don Gabriel era un tipo que podía disertar por horas sin repetir discursos y se ganaba el afecto y el respeto de inmediato.
Hablamos de todo con él, me contó de sus aventuras con el presidente Osorio y cómo planificó Acajutla, muchas cosas de la productividad que él defendía, y de vez en cuando alguna anécdota con Juan Allwood y Fidel Sánchez Hernández.
Le encantaba darme consejos para sobrevivir a mi adolescencia y que ahora veo como un tesoro. Tenía una tesis sobre la construcción con materiales de adobe que publicamos en Suplemento 3000 en el 2001. “Mirá las pirámides, son de adobe y ahí están. Muchas casas de Europa son de adobe y sobrevivieron a dos guerras mundiales. El problema acá es que están mal hechas, no quiere decir que la técnica del adobe sea la mala”, explicó, al convencerme de que hiciera algún día mi casa de adobe.
Decían que don Gabriel tenía un título de la nobleza española. No sé si sea verdad, lo que sé es que era un tipo tan humano, que su nobleza era superior a los títulos nobiliarios, además de ser consecuente: “Esos señores de la nobleza son egoístas, sólo piensan en ellos. Con todo el dinero que tienen bien solucionarían los problemas de la mitad de la población necesitada o más”, exponía. Ya tendremos más de una década sin él, pero su presencia va siendo más notoria en los consejos que me dio.

 

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