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Aquel octubre 10/86

Renán Alcides Orellana

El próximo sábado, sickness 10 de octubre, mind   se cumplirán 29 años de uno de los más feroces terremotos, cialis que registra la historia sísmica de El Salvador. Eran las 12 m. La quietud reinante en los edificios, parques y avenidas de San Salvador, fue interrumpida por el estruendo de un movimiento terráqueo, seguido del desplome de algunos edificios. Las calles se volvieron una locura y era violento el ir y venir de las personas, mientras los carros rodaban hasta en sentido contrario, por la desesperación y el deseo de huir de sus ocupantes.

Justamente, cuando faltaban diez minutos para las 12 m., un sorpresivo retumbo, seguido de una sacudida intensa, fue el inicio de la catástrofe. Edificios enormes colapsando, casas convertidas en escombros, calles agrietadas; pero sobre todo, la angustia colectiva reflejada en gritos sin explicación humana, expresando un dolor inenarrable por la casa u oficina destruida, por el pariente o amigo soterrado, por el hijo o la madre desaparecidos… un perfecto cuadro de horror, quizás sólo imaginable por quienes hayan vivo una experiencia semejante.

Oportuno, y con sentido literario y de corte humorístico, fue entonces el testimonio del poeta Rolando Elías, en el siguiente fragmento de su libro “Crónica del terremoto”, publicado pocos días después del sismo: “… yo estaba a cuadra y media (del edificio Darío), en el Banco Central. A eso de las 11 y 45 salí. Pensando si no estaría mejor antes de subir al cafetín de la terraza a almorzar, pasar por la barbería a que me dieran una “chaineadita”… Iba ya camino a la calle cuando me dije “no” en mis adentros, y di la vuelta, pensando que me vendría mejor ir a tenderme horizontal en el sillón del peluquero, después de tomar mis sagrados alimentos…

… Estaba, pues, comenzando a saborear una deliciosa sopa de mariscada, bien calientita, cuando se desató la sacudida. La sopa me salpicó la camisa, La mesa se fue al suelo. Me puse en pie. Pero luego -como soy peso liviano- parece que caí igual que en el box, apoyando en el piso rodillas y manos. En mis adentros -otra vez- me dije: “esto es un terremoto”, puesto que, naturalmente, no podría ser una deliciosa brisa de verano… La terraza se bamboleaba como si fuera un enorme barco agitado por olas embravecidas. No encontré pilar al que arrimarme. Y mientras pasaba el susto, me crucé de brazos y comencé a caminar con una serenidad que no sé de dónde venía…”

El anterior comentario, humorístico-descriptivo del poeta Elías, explica la situación que pasaron muchos peatones, en el área central de San Salvador. Pasadas algunas horas del fatídico día, San Salvador y sus alrededores seguía bajo la presión del pánico, a pesar de la importante labor de asistencia psicológica que se proporcionaba. También, la expresión solidaria, manifestada de diferentes maneras, vino a tiempo, para iniciar el rescate de personas soterradas o lesionadas. Como punto referente de muchos soterrados, el edificio Darío, ubicado al poniente del Parque Hula Hula, se desplomó, convirtiéndose temporalmente en una especie de tumba fría para varios soterrados que, afortunadamente, fueron rescatadas después de varias horas.

Hace justamente 50 años, el 3 de mayo de 1965, ocurrió un sismo de iguales características, siempre con mayor incidencia en la zona metropolitana de San Salvador. Como periodista radial entonces de YSU Radiocadena, con mi equipo de prensa dimos cobertura completa de principio a fin, pues como dato histórico esta emisora, por alguna razón que no recuerdo, fue la única que estuvo al aire durante el evento. Una experiencia asombrosa, dolorosa, dantesca… igual o semejante a la vivida posteriormente por los salvadoreños, durante los terremotos de 1986 y el de principios de este siglo (13 de enero de 2001), con el agravante de que entonces no se contaba todavía con los avances técnico-científicos de ahora.

En El Salvador la frecuencia sostenida de estos eventos sísmicos de las últimas décadas, como en ciclos definidos  (1965, 1986, 2001, por ejemplo), debe llamar a la reflexión para alerta y prevención de la ciudadanía y, sobre todo, de las autoridades correspondientes. Y, sin duda, también a la toma de conciencia de la población, para contribuir a preservar el ya deteriorado medio ambiente, evitando la innata vocación depredadora en la tala de los últimos árboles que quedan, las quemas, la pesca irracional y la cacería indiscriminada de la fauna silvestre, entre otras.

A partir de que, lamentablemente, la realización e incidencia de estos fenómenos es universal: terremotos, inundaciones, tornados…, es imperativo que los gobiernos den prioridad -como es evidente que muchos lo hacen- a acciones permanentes de monitoreo y de acción preventiva, ante posibles desastres. Los avances en la ciencia y la tecnología lo permiten; es cuestión entonces de voluntad política y de verdadero compromiso de servicio a la sociedad salvadoreña. (RAO).

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