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Aquellas semanas santas

Álvaro Darío Lara

Escritor y poeta

 

Siempre degustando su cafecito con pan, me encuentro al tecleño memorioso, don Marlon Chicas, quien a propósito de la recién pasada Semana Mayor, nos trae estas entrañables evocaciones: “Los viernes previos a la Semana Santa, las estaciones del Vía Crucis eran ubicadas de manera estratégica en casas de piadosas familias del Barrio “El Calvario”, las cuales se revestían de cortinajes violetas y de imágenes sacras, resguardadas en marcos de bellas molduras. Recuerdo los artísticos altares adornados con flores y velas que daban esa solemnidad; el incienso, y el triste canto de las cigarras, hoy cada vez más ausentes. Generalmente, la procesión partía del antiguo templo de la “Inmaculada Concepción”, administrado, en los años setenta, por el Padre Alvarenga. El Vía Crucis se iniciaba a las seis de la tarde, y finalizaba, a las dos de la madrugada.

Las procesiones, en esa época, se encontraban bajo la tutela de la “Sociedad de Caballeros del Santo Sepulcro”, liderada por algunos honorables tecleños, como: don Juan Alvarado, Salvador Vega, Salvador Campos, Leandro Guillén Uribe, entre otros. Asimismo, los acólitos, eran: los hermanos Alvarado Molina, quienes residen actualmente en Estados Unidos.

Uno de los tecleños, de ese tiempo, que aún continúa apoyando estas hermosas tradiciones, es mi buen amigo, Carlos Roberto  Alvarado Peña. También recuerdo a algunas dignas señoras que colaboraban en las estaciones del Vía Crucis: doña Ester Portillo (+), Albertina de Hernández (+), Concepción Dimas (+), Tonita Reales (+),  y doña Olimpia (+). Y naturalmente, a la familia Oporto, entre otras.

Era también, característico en Santa Tecla, que muchas familias se dedicaran a la  elaboración de alfombras, ¡hasta setenta! Lamentablemente, en los últimos años, esta práctica se ha debilitado, ya que las nuevas generaciones no la continuaron, o simplemente algunos fieles cambiaron de religión.

Los personajes que no podían faltar en las procesiones eran: “Toñito dame cinco”, quien se encargaba de llevar un cirio, o en su defecto, hacía sonar las matracas; “Carlitos”, quien sigue siendo el cantor oficial, y la ya fallecida “Paquita”, la devota cargadora de “La Dolorosa”.

Para Semana Santa, era prohibido para los cipotes: correr, escupir, gritar, decir malas palabras. Se debía guardar la abstinencia de rigor: no comer carnes rojas, sólo pescado, preferentemente seco y envuelto en huevo. Y por supuesto, las ricas torrejas, y el jocote en miel.

El Martes Santo se exhibía a “Jesús de la Columna”, escenificándose el huerto, en los jardines de Concepción. El Jueves Santo se construía una cárcel, en la que se ubicaba a “Jesús Cautivo”.  Los tecleños visitaban los altares de cada parroquia, cuyas puertas se cerraban hasta la medianoche, ya que pese a la delincuencia de siempre, aun los amigos de lo ajeno, respetaban.

El Sábado de Gloria, recorría nuestras calles, la Procesión de la Soledad (reactivada hace dos años) y el Domingo de Resurrección, a las cinco de la mañana, salía “el Ángel del Farolito”, anunciando que Jesús había resucitado. ¡Qué siga resucitando en nuestros corazones!”.

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