Por Mauricio Vallejo Márquez
“Aquí te podés caer, Mauricio”, me dijo con su voz calma y ronca colocándose bien sus anteojos en el dintel de la puerta de mi cuarto. Yo me levanté de la cama para saludarlo y apenas observé que estaba en lo cierto y continué con mi vida que se resumía en un par de paquines de Mortadelo y Filemón en ese momento. No me imaginé que esas palabras de don Gabriel Pons fueran tan determinantes en mi vida y que en el trascurrir de los días no podría abandonarlas hasta el punto de volverse parte de mí.
Desde aquella tarde algo cambió en mí, fue como una revelación o una aparecida de un ser mágico o espiritual. El desorden me exasperaba. En lugar de sentirme bien con el caos, algo que nos potenciaban las caricaturas, en las series televisivas en boga los protagonistas adolescentes eran dignos de no ser imitados y con verdaderos desastres de habitación, sin embargo eran el modelo a seguir para la mayoría de mis amigos. Ya no quise ver el mundo de esa manera y comencé por recoger mi ropa sucia, ordenar la cama, apilar los libros, quizá incluso fue el preludio de otros cambios más sustanciales en mí. Aunque esta dinámica era un paso a la vez, pero con la determinación de que cada vez el asunto iba a mejorar. Sobre todo porque la aprobación de aquel hombre, que hizo las veces de abuelo para mí, me reconfortaba y me inspiraba a seguir. Mi abuela y mi mamá comenzaban a verme con asombro y yo me enorgullecía.
Don Gabriel era un seguidor de Pierre Thelard de Chardin y me recitaba: «La evolución es un proceso de participar activamente en la creación del futuro». Es decir, mi futuro yo lo escribo, pensé; algo como lo que le afirma el doctor Emet Brown a Marty McFly al final de la película Back to the Future III. Así que mis obras determinarían mi futuro, y comencé a ser consciente de ello. Sabio, don Gabriel, aunque en esos años el pensamiento poco entraba en mí, pero así como a José Pashaca, me quedaron las cáscaras y algo hice.
Amaba hablar con don Gabriel. No sólo era el hombre sabio que me brindaba consejos, también era mi cómplice y amigo. Cada vez que llegaba a ver a mi abuela lo aprovechaba y hablaba con él de todo. Cómo era doctor también le llamaba a su casa cuando tenía alguna enfermedad, y él amablemente me recomendaba tratamientos y pastillas. Después me enteré que era doctor en Arquitectura e ingeniería, así que sus diagnósticos derivaban de su experiencia de vida y no de sus estudios. Entre las obras de él aún está en pie la ciudad de Acajutla, la primera ciudad diseñada desde cero en el país.
Me encantaba hablar con él acerca de Productividad, algo que nos llevaba a conversar sobre administración, donde Henry Fayol se convirtió en imprescindible para mi ferviente deseo de ser más ordenado. Tanto que jamás salió de mi mente la frase: “Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar”, el décimo principio de la organización. Algo que he procurado transmitir, pero a veces olvido que esos estilos de vida son una decisión, la gente debe estar dispuesta a ello. Por lo general la gente es cómoda y no le agrada esforzarse, mucho, menos que le indiquen el camino correcto. Sin fueran así las cosas es posible que viviríamos en un mundo mejor.
Extraño a don Gabriel, mi eterno cómplice y maestro, mi abuelo.
Mtro. Mauricio Vallejo Márquez
Licenciado en Ciencias Jurídicas
Maestro en Docencia Universitaria
Escritor y editor
Coordinador Suplemento Cultural 3000
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