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Archivo fluvial Olas del West River (2017) de Mario Bencastro

Rafael Lara-Martínez 

New Mexico Tech, 

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Desde Comala siempre…

 

Alrededor de un río, crecen ciudades.  No sólo las aguas ondulan en torrente hacia su destino de barranca y hondonada.  También las urbes rizan calles y avenidas en busca de rocío que aderece su alimento.  Por reflejo condicionado se precipitan al abismo.  Ambos se enlazan en nupcias tensas, ya que el afluente lo domestica el encierro de su cauce original.  El porvenir natural del río lo labra el humano.  Lo desvía de su curso hacia lo productivo y rentable.  El río deja de ser río al volverse rambla por la acción cultural.  Esta docilidad reticente del entorno repone la cañada en su calidad de principio geográfico hacia el cual se proyecta la gestión citadina.  Ríos polutos, ríos pulcros no reflejan su propio hado natural.  Transcriben (graphos) la labor histórica de quienes cultivan esa comarca (geo).  Su recolección (logos) poética anhela restituir esa memoria que, impresa en el río, testimonia el paso de la historia humana.  Circula desde sus antiguas riberas de arenas, ahora adoquinadas, hacia sus aguas siempre batientes.

 

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En esa cosecha (logos) subjetiva de lo natural, se sitúa Olas del West River (2017) de Mario Bencastro cuyo florilegio reconoce en el río el “archivo” bibliotecario de la acción humana a sus bordes.  Dividido en dieciséis (16) cantos, cada sección del poemario reitera un epígrafe de T. S. Eliot que hace de todo “árido rescate” fluvial una liberación de “nosotros” mismos.  Acaso la búsqueda del propio poeta por su destino literario.

Desde el inicio, el poema-río establece un doble enlace entre el texto y el tejido o textil de las aguas que “enhebra su piel”.  Parecería que al escritor le concierne transcribir el “idioma de las olas” cuyo espejeo refleja su labor de escritura.  De ese fondo inexplorado emergería a “libertad” oculta.  Tal es el “destino” de la letra en “velero” que boga por el río y vaga por la ciudad, anotando la disparidad social.  Acaso en ese merodeo anhela encontrar la “utopía” perdida, al igual que al “poeta” disuelto en el incesante murmullo de la muchedumbre.  Así oscila entre el vagabundeo de las agua y el “constante flujo” de transeúntes.  Su vaivén se dota del mismo atributo de marcar el tiempo, siempre a la hora exacta de su péndulo en círculo.  La historia la señalan los epitafios que yacen encubiertos por la modernidad en rascacielo, sin otro motivo que el mercantilismo.  Ante su aplomo, por remedo clásico, todo es pasar.  El peregrino se halla al “centro de la existencia”.  De una vida que al salir (ex-) de sí se vuelve drama en caída intempestiva del Paraíso.  Quizás de la infancia.  Del origen y del arraigo primordial que se disimula entre la “sorpresa”, la “ilusión” y lo “increíble, pero verosímil.  Cual Adán expulsado del Edén, todos nosotros representamos la falta.  La destitución definitiva de lo humano primordial quien, sin orientación clara, ambula sin sentido.  Tal es el destino que a menudo desemboca sin un fin preciso.  Destino sin destinación, en simple albur.  Por un trío infernal, en decreto masculino ancestral, se culpa a lo femenino —“serpiente, manzana, mujer”— de su propio descalabro histórico.  Si “el exilio es nuestra herencia”, la poesía introspectiva ofrece su reverso al restaurar el in-silio extraviado.  Este recinto abolido lo detalla la floración anual.  El atajo inicial que, en re-volución sinódica resucita la palabra.  La imagen del mundo.

 

El Poemario no sólo calca el río al declamar su vocación de Poema-Río.  A la vez, por el ánimo íntimo del autor, “hechas de palabras”, las olas fluviales designan un verdadero Poe-Mario.

Ver también

Amaneceres de temblores y colores. Fotografía de Rob Escobar. Portada Suplemento Cultural Tres Mil. Sábado,16 noviembre 2024