Víctor Manuel Valle Monterrosa
El 8 de agosto de 1951, entre las 4 y las 5 de la tarde, un incendió arrasador dejó reducida a cenizas la Catedral Metropolitana de San Salvador que había estado en pie por 63 años, era de madera y había sido inaugurada en 1988, cuando era presidente del país el general Francisco Menéndez quien murió de un infarto el día que lo derrocó el general Carlos Ezeta, el 22 de junio de 1890. El obispo de San Salvador era monseñor Adolfo Pérez y Aguilar.
Cuando se incendió la Catedral, el presidente de El Salvador era el teniente-coronel Óscar Osorio –“hombre fuerte” del país de 1948 a 1956-, y el arzobispo de San Salvador era monseñor Luis Chávez y González, designado en 1939 por el Papa Pío XII con la acostumbrada venia del fundador de la dictadura militar, general Maximiliano Hernández Martínez.
El incendió entristeció a la feligresía católica de entonces, que era la mayoritaria en el país. Todavía los no católicos de toda laya, enviados como emisarios ideológicos y espías, no habían inundado el país.
Algunos creyeron que la tragedia del incendio fue castigo divino, pronosticado, pues San Salvador y Santa Ana tuvieron, ese 1951, la imprudencia de sacar de sus templos al Divino Salvador del Mundo – de la Catedral de San Salvador- y a la Señora Santa Ana (esposa de San Joaquín y abuelita de Jesús) – de la Catedral de Santa Ana- para que se saludaran en un punto intermedio entre San Salvador y Santa Ana.
Al menos eso es lo que oí a la niña María Marroquín en la tienda de las niñas López –Clarita y Merceditas- tías abuelas de Armando Calderón Sol y quienes me prepararon para la primera comunión en Santa Tecla.
El gobierno de Osorio había sido golpeado, tres meses antes, por el terremoto de Jucuapa, Chinameca y zonas aledañas, que destruyó las ciudades el 6 de mayo de 1951. Algunos opositores, al mismo tiempo creyentes supersticiosos, decían que eran castigos de Dios porque Osorio era disipado y desordenado en su vida y, además, masón.
Por suerte para él, a principios de los años 1950, el precio internacional del café estaba alto y su exportación abundante dejaba buenos ingresos al fisco. Fue tiempo de vacas gordas. Por eso Osvaldo Escobar Velado lo dijo en su “Patria Exacta”: “los técnicos expertos en cuestiones económicas” ..(decían) “que el precio del café se mantendrá como un águila ascendiendo.”
En 1951 en El Salvador ardió catedral, la tierra tembló, el café tenía buenos precios, las carteras de las familias cafeto-oligárquicas engordaron y la dictadura militar, cual guardiana eficaz, cumplió 20 años. Y los oprimidos aún no se alzaban en armas. Hace 70 años, a mis 10 años de edad, en cuarto grado, todas esas cosas se alojaban en los anaqueles de mi memoria para explicarme, a mi manera, la ruta seguida por nuestro querido país que merece y espera tiempos buenos para todos, tal vez cuando termine el siglo XXI y, según el Instituto de Métricas y Evaluaciones de Salud, de la Universidad de Washington, Estados Unidos, El Salvador tenga 1 millón 430 mil habitantes, es decir la quinta parte de la actual.
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